Máquinas expendedoras

He leído una noticia curiosa que me ha llamado la atención. Resulta que el hotel Barceló de Málaga ha colocado una máquina expendedora de pijamas para aquellos viajeros que se […]
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He leído una noticia curiosa que me ha llamado la atención. Resulta que el hotel Barceló de Málaga ha colocado una máquina expendedora de pijamas para aquellos viajeros que se les olvida tan apropiada prenda.

En este mismo hotel, también han instalado un tobogán de seis metros que te lleva a la mismísima recepción del hotel. Buena idea, se me ocurre que se podría instalar otro  a la salida del congreso de los diputados, pero con la diferencia de que al final del tobogán les sustituía la piscina de bolas de plástico, por cantos rodados pintados de vivos colores. Entiendo que a lo mejor encuentran la caída algo incómoda, pero como diría cierta diputada de cuyo nombre no quiero acordarme… ¡que se jodan!

Pero a mí lo que me interesa es el tema de las máquinas expendedoras, y en la divertida propuesta de este hotel. La verdad es que yo pensaba que se había inventado todo en este tipo de máquinas, y veo que no, que hay propuestas para cualquier tipo de contingencia. Todavía estoy esperando que a alguien se le ocurra poner una que dispense calcetines en los vestuarios de los gimnasios, porque lo que se respira allí dentro no solo es insano, es que también  juraría que he visto a un tipo quitarse los calcetines, y ellos solos se han metido dentro de la bolsa. Igual eran los vapores del aire que me hacen ver alucinaciones. Todo podría ser.

Hay máquinas expendedoras para casi todo. Y digo casi porque a nadie se le ha ocurrido poner una para despistados. Si, si, para despistados, porque a todos nos ha pasado alguna vez, que llegamos casa y nos damos cuenta de que nos falta arroz, huevos, leche…en definitiva, cosas de a diario, pero con el inconveniente de que el Súper está cerrado porque es tarde, o bien porque no tenemos suficiente confianza en el vecino para pedirle el favor.

Propongo que la citada máquina dispense lo habitual: una tacita de arroz, un huevo, una cebolla, un destornillador, un rollo de papel higiénico, una revista para llevar al lavabo mientras se evacua. Vamos, lo que se pide habitualmente a los vecinos. No es mi caso, pero se de gente que no le gusta que le incordien con esas cosas. A mí sí  me gusta que me vengan a pedir a casa, hasta tal punto que me he comprado una gallina ponedora y la pobre no da abasto atendiendo peticiones. Sobre todo la de una vecinita que me suele pedir habitualmente un huevo. Yo le daría dos, hasta la salchicha si me lo pidiera (suelo tener la nevera bien llena) pero la chica se conforma con bien poco. Otra me suele pedir una tacita de arroz y me dice que ya me la devolverá. Le digo que si mujer, que no hay problema, pero que tenga en cuenta que ya van para cinco kilos lo que me debe.

De hecho, me estoy planteando plantar en el balcón cebollas, ajos y tomates, que uno es muy dado a prestar cosas a los vecinos, y me sabe muy mal no tener nada cuando me vienen a pedir algo. Lo que ya no me gusta tanto es que me vengan a por sillas porque tienen visitas o herramientas de bricolaje. Las primeras porque las devuelven con manchas en el tapizado “es que los niños ya sabes cómo son con la comida” me dicen. Si bonita, lo que tú digas –pienso yo- pero juraría que los que han venido a comer a casa son tus suegros, y el más pequeño de tus hijos ya se afeita.

Con respecto a lo segundo y más concretamente con el taladro, porque no sólo se tiran una eternidad para devolverlo –y sólo después de semanas de indirectas al vecino en el ascensor- es que la taladradora la han forzado y no vuelve hacer los agujeros rectos.

A pesar de todo, yo sigo queriendo a mis vecinos, porque así puedo escuchar todas las cadenas de televisión a la vez, sin necesidad de hacer zapping. Las paredes ya no son lo que eran.

Por eso tengo los cuadros de casa pegados con esparadrapo.

 

Autor: Miguel Soria López

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