¡Queremos leerte! Esta semana toca terror: «Novela rosa» de Jose A. García Santos

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Pues vosotros lo habéis querido… Este viernes la sección recibe a nuestro primer invitado de este nuevo espacio creado para mostrar vuestro talento con la pluma y, como avanzábamos en el título, toca pasar miedo de la mano de Jose Antonio García Santos, un joven autor de 29 años que comparte con nosotros «Novela rosa», un inquietante relato sobre un escritor que, quizás, no es lo que aparenta… Y hasta aquí puedo leer, no vaya a ser que os lo destripe.

El autor nos cuenta que comenzó hace poco tiempo a dedicarse a escribir en serio. Apasionado de la literatura de terror; a raíz de una promesa, comenzó a escribir y, desde entonces, no ha parado: finalista en varios concursos como el Fanter Film Festival de abandonomoviez.com y ganador del XIII y el XV Concurso Literario katet-corp.com. Ha publicado, además, en dos antologías editadas por Círculo RojoHistorias y relatos de katet-corp. Volumen 2, con el relato «Se avecina una gran venta» y Pasos en la Oscuridad, con el relato «Segunda oportunidad».

Actualmente, prepara su primera novela, pero hoy prestamos especial atención a su primera publicación en solitario, un recopilatorio de 7 relatos terroríficos bajo el título «Retales», editado por Seleer en 2012 y, en el cual, se incluye el relato que vais a disfrutar a continuación… Gracias a Jose Antonio por compartir con los lectores de Pandora un trocito de su trabajo y esperamos tenerle más veces por aquí provocando muchos escalofríos.

 

NOVELA ROSA

Era la enésima vez que sus ojos se posaban en el altillo. En la parte más alta de la última estantería de su despacho se escondían las obras que el exitoso Corey Clarkson no podía permitirse escribir. Llevaba años guardando ese pequeño secreto. Se dejaba llevar cuando sentía la imperiosa necesidad de crear algo grotesco, macabro, retorcido o enfermizo. Sin embargo, nunca lo publicaba. Su editor no conocía esa oscura faceta suya, tan solo era un gordo embutido en un traje caro, una bola de grasa que pensaba que adularle sobremanera compensaba el enorme pellizco que se llevaba de sus derechos. Ni siquiera su mujer, encargada de repasar todos sus manuscritos, sabía de la existencia de tan siniestras obras. No eran algo que quisiera enseñar al mundo, tan solo una especie de islote donde exiliarse cuando su edulcorado mundo de escritor de novela rosa lo agobiaba.

Estaba acostumbrado a interminables giras en las que cientos de señoras recién salidas de la peluquería se agolpaban a la espera de un ejemplar firmado. Había visto librerías literalmente forradas con su foto y repletas de ejemplares de cualquiera de sus novelas, burdamente encuadernadas en horrorosos tonos pastel. Una vez, incluso, llegó a experimentar una morbosa erección cuando una de aquellas mujeres le confesó, susurrándole al oído, que era él con quien se imaginaba viviendo los arrebatos de pasión que describían sus libros. Sin embargo, si echaba la vista atrás, podía darse cuenta de que no fue él quien eligió el camino a seguir. Todo empezó por pura casualidad. En su afán por convertirse en escritor de terror, dejó un trabajo tras otro y, más por necesidad que por interés, acabó participando en todo certamen del que tuviera noticias, independientemente del género o el premio. Por eso, presentó Dulce guardián a un concurso de novela corta en una revista para señoras, sin esperar lo que aquel gesto le depararía después. Diez mil suculentos dólares y un contrato por cinco novelas fue el premio que recibió. Demasiado, teniendo en cuenta que él mismo consideraba aquella historia como un enorme bodrio que solo leerían personas con el cerebro lleno de mierda. No obstante, los recibos de alquiler atrasados, los números rojos en su cuenta bancaria y alguna que otra avería en su ruinoso coche, aconsejaron a Corey aceptar el premio y seguir escribiendo patrañas azucaradas.

De eso hacía ya dieciséis años y catorce libros. Había pasado de ser un don nadie arruinado a ser el gran Corey Clarkson. Su vida giraba ahora en torno a las amorosas andanzas de sus personajes. Hablaba más con el editor que con cualquier miembro de su familia, había conocido a su esposa en una convención literaria y, joder, lo había entrevistado las mismísima Oprah. No sabía ni siquiera el dinero del que disponía, tan solo que era millonario, que no recordaba bien el número de coches de lujo que ocupaban su garaje y que todo, absolutamente todo, lo habían pagado los melosos bodrios en forma de novela rosa que su cerebro escupía.

Pero todo eso tan sólo era la cara A del vinilo en que podría grabarse su vida. Al otro lado, como una rareza escondida, se ocultaba una cara B tan dispar como una sesión de heavy metal en un disco de copla. Durante años, había compaginado su vida social de escritor de novela rosa con su oscuro y persistente deseo de escribir historias de terror, viscerales, violentas, como una patada en la cara de sus lectoras más fieles.

Sin embargo, todo lo que le rodeaba le invitaba a coartar esas aspiraciones. La sociedad y el éxito mermaban sus capacidades, lo acorralaban y extorsionaban de manera que les diera lo que ellos pedían. Se sentía violado, casi en el sentido más físico y corpóreo de la palabra. Por eso, actuaba como tantas mujeres víctimas de una violación. Se sentía sucio, casi culpable, y escondía sus temores y sus miedos de los demás, todos ellos en forma de magníficas novelas que firmaba su mano izquierda, con el nombre de un tal Ray D. Black.

Años y años de una doble vida. Parecía ese marido bonachón que complace a su mujer día a día mientras engatusa a su amante con la idea de que algún día dejará a su esposa. Se había prometido mil veces que publicaría algo que realmente le gustara y mil veces habían sido las que la novela había vuelto al altillo de los horrores.

Ahora, después de dieciséis años, desesperado por el insidioso parpadeo del cursor sobre la impoluta pantalla del procesador de textos, la idea había vuelto a su cabeza con la fuerza de un torrente de agua a presión. ¿Acaso se le había secado la fuente de las ideas ñoñas? ¿Estaba ante el fin del romántico Corey Clarkson? Tal vez no, aunque en realidad, lo que empujaba, era el deseo de que su verdadero y oscuro talento saliera a la luz. Y pesaba más que sus millones, sus coches o su fama.

Puso dos dedos de vodka en su vaso y apagó el ordenador. Se lo bebió de un trago y se levantó de la silla. Se acercó al altillo, sacó la caja en la que descansaban los siete manuscritos firmados por Ray D. Black y los dejó encima de la mesa. Los miró durante unos minutos, pensando muy bien qué era lo que iba a hacer. Pasó las manos sobre ellos, casi sintiendo una fría punzada en las yemas de sus dedos. De entre todos, eligió Esquizofrenia, su favorito, su ópera prima. Lo levantó y lo miró con ternura, como un padre mira a su bebé cuando lo levanta en brazos. Suspiró y se sirvió oro vodka.

Sacó su teléfono móvil y empezó a marcar el número de su editor. Colgó de inmediato y lo cogió con su mano izquierda. Aquello tenía que hacerlo con la misma mano con la que orgullosamente había firmado aquellos manuscritos. Marcó, se llevó el teléfono a su oreja izquierda y esperó.

―¿Ya está listo el nuevo caramelito, Clarkson? ―preguntó divertido su editor.

―¡Cállate, gordo hijo de puta! ―espetó Corey, sin reconocer ni siquiera su propia voz.

―¿Ocurre algo?

―Escúchame por una vez en tu vida, bola de sebo ―contestó Corey. ―Voy a ir a tu despacho y te voy a presentar a un buen amigo mío. Trátalo bien.

―¿Seguro que estás bien? ―preguntó el editor, casi tartamudeando, sorprendido por los malos modos que usaba Corey, siempre tan dulzón como sus historias.

―Tú trátalo bien, sólo eso. Te aseguro que no querrás hacerlo enfadar.

 Colgó el teléfono, sin esperar respuesta, con una sonrisa maliciosa en la boca. Se sirvió otro vodka y de nuevo lo bebió de un trago. Minutos después, caminaba hacia el despacho del editor, rebosante de alegría y mala leche y con el original de Esquizofrenia bajo el brazo.

Podéis adquirir el libro en Amazon.com, en la web de la editorial Seleer, por encargo en El Corte Inglés y en cualquier otra librería de España (bajo pedido).

 

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Autor del relato: Jose Antonio García Santos

Redacción: Lydia Alfaro

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