El mundo oscuro, cap. 1: Muerte.

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Eva sintió como un profundo escalofrío asolaba su columna vertebral en el justo momento en que comprendió que iba a morir.

Ahí estaba,  acurrucada como una niña contra la pared más alejada de aquel callejón sin salida. Totalmente apartada de la luz que emitían las farolas y de cualquier posibilidad de escapar. Sollozó desesperada. Gritó hasta que le dolió la garganta. Pero nadie asomó buscando su voz. Nadie escuchó su desesperada petición de auxilio.

Eva Sánchez era, en aquellos momentos, invisible y su voz carecía de sonido. Pronto, además, aquello dejaría ser una  patética metáfora para convertirse en una cruda realidad.

En aquellos últimos momentos de su corta vida —sólo tenía 25 años—, ni siquiera se paró a pensar en lo surrealista que resultaba mirar frente a frente a su asesino. Eva no pensó en que aquel ser no provenía de este mundo. Tampoco se recreó enzarzándose consigo misma en un debate acerca de la caída de los cimientos de la “supuesta realidad”,  según los humanos como ella. No.

Cuando aquel ser desprovisto de alma en la mirada apareció y la atrapó, arrastrándola hacia lo más hondo de aquel callejón oscuro y sin salida, sólo pensó en que era demasiado joven para haberle llegado su hora.

No quería morir, ¡maldita sea!

Al parecer, cuando eres consciente de que tu vida ha tocado a su fin, tras la fase de rabia, llega la aceptación. Para una persona enferma de larga duración, ese proceso puede dilatarse en el tiempo. En el caso de Eva, todo ocurrió en cuestión de unos pocos minutos. Fascinante la capacidad de adaptación del cerebro humano a cualquier situación.

En algún momento, dejó de pedir auxilio y de gritar. Incluso dejó de llorar. Las últimas lágrimas vertidas se deslizaron mejillas abajo hasta caer silenciosamente sobre su camiseta rosa. Miró aquellos ojos oscuros alzando la cabeza. Esta vez fue desafiante. Quizás, tras la aceptación, ésta era la última fase.

Frunció los labios para dejar claro a aquel engendro lo repugnante que le parecía su rostro pálido y sus marcadas ojeras que cubrían casi la totalidad de unas mejillas hundidas. Un rostro arrugado. Sin pelo cubriendo un cráneo con forma ovalada. Unos ojos sin brillo, sólo dos globos negros en los que veía su cara reflejada.

Aquel ser monstruoso se agachó y fue tal el terror que creció en las entrañas de Eva, que cerró los ojos incapaz de contemplar su propia muerte.

Unos últimos segundos, los más angustiosos y dolorosos de su corta existencia, en los que sintió como su cuello se desgarraba y la sangre escapaba de su cuerpo para ser engullida en sorbos largos y voraces. Un asqueroso gruñido de satisfacción fue justo el último sonido que llegó a su cerebro antes de que la oscuridad fuese absoluta.

 

Eva jamás sabría si pasaron horas desde su muerte o, sólo unos pocos minutos, hasta el momento en que abrió los ojos de nuevo y vio el mundo desde otra perspectiva.

Se vio a sí misma desmadejada en el suelo mientras un charco de sangre enmarcaba su silueta. Estuvo observándose un largo rato en silencio. Absorta como un objeto inanimado. Se perdió en sus propias pupilas dilatadas, en su boca retorcida por el dolor, en la enorme herida de su cuello… Y cuando comprendió que realmente había sucedido, que estaba muerta y que un ser sobrenatural era su asesino, un ataque de risa le sobrevino. Rió y rió como una chiflada hasta que se percató de que su risa no sonaba. Entonces, gritó y tampoco pudo escuchar su propio grito.

Ahora era un espectro vacío, posiblemente invisible y mudo. Tal y como había vaticinado antes de ser asesinada.

Llegados a ese punto, la desolación y el miedo fueron mucho más profundos, ahora que se sabía sola e ignorante de su destino.

Desde su posición a unos metros del suelo, con la imagen de su cuerpo sin vida rodeado de sangre y contemplando la quietud más absoluta en las calles adyacentes, Eva comprendió que el infierno existía y a ella la habían arrojado dentro a la fuerza.

 

Más allá del lugar donde la habían asesinado, de ese callejón oscuro… ¿Dónde estaba realmente? ¿Qué iba a ser de ella?

Un mal presentimiento la invadió por completo. Algo se acercaba. No supo cómo podía saberlo con certeza, pero lo tuvo claro.

Esperó aterrada… ¿Sería su asesino que volvía para terminar de devorar su cuerpo ya extinto? O peor… Podría ser quien viniese a reclamar su alma.

 

Autora: Lydia Alfaro©, todos los derechos reservados.

 

Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora