El Mundo Oscuro, cap.3: Los Comedores de Almas

Print Friendly, PDF & Email
8 Votos obtenidos¡Vótame!

 

 

Desde su infantil perspectiva, el mundo se veía enorme. El sol era cegador aquel día de otoño, pese a estar en noviembre, y ella correteaba por el corral de la casa de su abuela riendo de forma incontenible.

Su abuela la perseguía dando voces porque tocaba lavarle el pelo y a ella le encantaba que lo hiciese porque sus manos le acariciaban el cuero cabelludo con cariño y dulzura. Siempre se quedaba medio dormida con el cuello apoyado en la pila de la cocina, sentada en una silla sobre varios cojines para poder llegar. Le gustaba lavarse el pelo en aquella postura porque le daba mucho miedo hacerlo cabeza abajo.

Pero tenía ganas de jugar un poquito más… Sólo un poquito.

Su abuela, pese a no estar para muchos trotes ya, la alcanzó y la sujetó del brazo con firmeza.

—¡Eva no seas traviesa con la abuela! ¿Es que no ves que me cuesta andar?

A la pequeña Eva de cinco años se le encogió el corazón al contemplar el viejo rostro de la abuela. Sus ojos color océano siempre brillaban cuando la miraba y su boca, con el labio inferior más pronunciado que el superior, acentuaba esa particularidad cuando se enfadaba. Curiosamente, Eva hacía lo mismo cuando se enojaba y siempre le gustó pensar que era un gesto heredado de su querida abuela.

—Lo siento abuela, ¿me perdonas?

La abuela sonrió y le acarició el cabello negro con ternura.

—Claro que sí, cariño. Venga, vamos a lavarte el pelo.

—¡Sí! —gritó jubilosa ella para salir corriendo hacia la cocina.

 

 

Recordar esos momentos de su infancia, tan simples y rutinarios, siempre la emocionaba. Y ahora que se sabía muerta, no supo por qué le vino aquella imagen de su abuela, a la cual había querido en muchos momentos, incluso más que a su propia madre. La abuela hacía muchos años que había muerto y era ella quien había finado ahora, así que no entendía esa repentina sensibilidad. Se deslizaba por el mundo que ella conocía, por su ciudad, siguiendo la estela de su extraño e improvisado guía por los aires.

—Me gustaría poder reencontrarme con mi abuela… —no hubiese querido decirlo en voz alta porque a aquel tipo poco le importarían sus sentimientos, pero salió de su boca sin poder controlarlo.

El fantasma la miró con una sonrisa ladeada sin frenar su marcha.

—Siento desilusionarte, querida, pero me temo que el alma de tu abuela está en las últimas…

—¿Qué insinúas? ¿Mi abuela es un Comedor de Almas? —si aun tuviese corazón, lo tendría totalmente encogido, porque así se sentía.

—Umm… Puede ser —hizo un gesto de indiferencia con una mano y desvió la vista hacia delante—. ¡Olvídate de eso! No te servirá de nada atormentarte.

Eva quería cogerlo por cuello, zarandearlo y decirle lo mucho que lo estaba llegando a detestar en tan pocos minutos desde que lo había conocido. Pero respiró hondo y siguió la marcha. Al fin y al cabo, él sólo era el informador, no tenía la culpa de nada, aunque le fallase el sentido del tacto.

Mientras volvía a contemplar el mundo bajo sus pies, todavía solitario por las horas intempestivas y sin rastro de Krakons ni de una masacre bajo su escrutinio, vio con sorpresa como los edificios y las calles comenzaban a difuminarse como si la velocidad de su marcha tomase el ritmo de la luz. Las luces de la ciudad se mezclaron con los demás elementos creando una serie de luces multicolores que maravillaron a Eva.

Y, de pronto, todo cambió. Sus pies tocaron suelo y apareció en otro lugar totalmente distinto y… terrorífico.

Era de noche también pero allí no había farolas, sino antorchas bordeando un camino de tierra ofreciendo una tenue luz que sólo le permitía ver el rostro de su acompañante y las tétricas siluetas de los árboles desnudos que se alzaban amenazadores a lo largo y ancho de aquel paisaje oscuro. Las ramas eran marañas alargadas y retorcidas.

Eva frunció el ceño, disgustada.

—¿Esto es el famoso “Más Allá”? Menuda decepción.

Su acompañante se arregló un mechón de pelo negro y sonrió con su ya característica sonrisa burlona antes de contestar:

—Siento que nuestro mundo no esté a la altura de tus expectativas, princesa —extendió los brazos teatralmente—. ¡No tenemos árboles frondosos, ni florecillas silvestres de tonos multicolores! ¡Tampoco hay riachuelos de aguas cristalinas repletos de pececillos de colores! No… —su sonrisa se volvió más amplia y reveló algo que, con tan poca luz, Eva no supo si era producto de su imaginación o real… Sus dientes…—Pero no te preocupes, querida, no estarás aquí durante mucho tiempo —aguantó la sonrisa abiertamente.

Iba a contestarle pero sus ojos estaban demasiado ocupados mirando horrorizados la dentadura afilada que exhibía ahora su extraño (¡más que nunca!) acompañante. Comenzó a dar pasos hacia atrás instintivamente.

—Tus… tus dientes… ¿Qué les pasa? —consiguió articular.

El fantasma se tocó despreocupado uno de los colmillos con el dedo índice. Hizo como que se pinchaba y siguió sonriendo feliz.

—¿Esto?  Ah, bueno, como diría el lobo feroz de aquel cuento popular… ¡Son para comer mejor!

—¿Comer el qué? —seguía alejándose de él poco a poco pero sintió un terror repentino a que alguien o algo apareciese detrás de ella y giró la cabeza para comprobar que sólo había oscuridad. Pero no tuvo tiempo de respirar tranquila, pues el extraño desconocido con una dentadura tan afilada y aterradora que había hecho caer su atractivo varios puntos, apareció en su espalda, tan pegado a ella que un frío lacerante invadió su cuerpo provocando un dolor insoportable en cada rincón de éste. Era como si mil cuchillos se clavasen en su piel. Él la sujetó por la parte superior de los brazos de manera firme.

—¿Quieres ver a tu abuela? Quizás se encuentre por aquí… ¿La llamamos?

—¿Qué dices? —Le dio un codazo con todas sus fuerzas pero el fantasma no se movió ni un milímetro — ¡Suéltame, bastardo! ¡Mi abuela no puede ser un Comedor de Almas! Ella no… Pero al mencionar de nuevo a estos seres, cayó en la cuenta de algo que provocó un cortocircuito de terror en su interior.

—¡Bingo, pequeña! —el extraño desconocido acercó su boca a su oído y su gélido aliento entró por el canal auditivo de ella, helando hasta su tímpano— Me temo que me has pillado.

—Puedes leer mis pensamientos, ¿verdad? Por eso sabías mi nombre y todas esas cosas… ¡Seguro que lo de esos Krakons es mentira!

—Sí a lo primero y a lo segundo… Siento decepcionarte de nuevo, pero lo de la invasión es verdad.

Eva vio como delante de ellos comenzaban a materializarse diferentes siluetas de personas. Claro que aquello ya no eran personas, sino fantasmas en sus últimas buscando almas recientes para alargar sus existencias.

Pudo ver sus caras, a unos pocos metros de ella se agolpaban decenas de Comedores de Almas de todas las edades y sexos que la observaban con una avidez escalofriante.

El traidor la soltó y se situó delante de ella también, irguiéndose como el representante de aquel grupo, disfrutando de su papel de “presentador”.

—¡Nosotros hemos organizado la invasión para atraer todas las almas que podamos! —rió a carcajadas y giró sobre sí mismo con los brazos abiertos— ¿No es genial? De momento, sólo has llegado tú pero nos servirás de aperitivo —paró en seco y la miró por primera vez sin aparentar. Sus ojos ahora eran negros, completamente. No había iris, ni pupila ni blanco… Sólo dos enormes círculos negros que apuntaban hacia ella. Su boca llena de dientes afilados se abrió y se los acarició con la lengua.

—Maldito traidor. Rata miserable. ¡Por tu culpa estoy muerta!

¿Qué esperaba de un desconocido? Podía engañarla sin problemas y ella, una recién llegada, era el blanco perfecto. Esos seres habían ideado un plan siniestro para conseguir almas. Y ella no sabía como funcionaba aquel mundo, el mundo de los muertos. No tenía ni idea de si habría almas buenas que controlasen a estos malvados seres, Almas Buenas capaces de salvarla… Tenía que dejar de ser tan ilusa. Estaba muerta y en breves momentos, lo estaría del todo. Punto y final.

—Esta noche te has resignado por segunda vez, querida. Así me gusta, uno debe saber cuando ha llegado su hora y dejar de luchar. ¡No sirve de nada! —y volvió a reír estúpidamente.

Desde detrás de él alguien soltó un gruñido de impaciencia. El Comedor de Almas captó el mensaje y dejó de reír para adoptar una expresión amenazadora.

—En fin, Eva. Ha sido un placer conocerte y de veras que lo siento pero, a veces te toca el papel de víctima. ¡Esto es así!

Los Comedores de Almas dieron un paso hacia delante abriendo sus bocas afiladas y enfocando sus negros ojos en ella. El festín iba a dar comienzo.

 

 

Autora: Lydia Alfaro© Todos los derechos reservados.

Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora