BÉSAME EN LA OSCURIDAD, capítulo 8: La dulce llamada de la muerte

  Los acontecimientos sucedían demasiado rápido. Agatha podía sentir el regusto amargo de la derrota en su boca inundada de su propia sangre mientras era transportada de malas maneras hacia, […]
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Los acontecimientos sucedían demasiado rápido. Agatha podía sentir el regusto amargo de la derrota en su boca inundada de su propia sangre mientras era transportada de malas maneras hacia, seguramente, el lugar que se convertiría en su tumba.

En el momento en que el maldito doctor Black había pronunciado su amenaza, un tenso silencio se extendió por la sala. Darko y Violet la observaban con pavor. Una daga apuntaba a su corazón y sabían que si hacían el más leve movimiento, aquel humano no dudaría en acabar con su vida.

Sin embargo, aquella gente ya había demostrado que carecía de honor y aprovecharon aquel momento de distracción para atacarles por la espalda y , así, facilitar su caída.

Agatha vio como los humanos se acercaban por detrás y soltó un grito desesperado para avisarles, pero fue demasiado tarde…

Vio como les inmovilizaban y, como castigo por haber intentado sabotear su avance, el doctor cumplió con su amenaza.

Agatha fue arrojada en una fosa común. Al principio, no era consciente de donde se encontraba, solo sentía el profundo dolor en su pecho del que manaba un cálido y abundante torrente de sangre. Aturdimiento y dolor. Debilidad que se incrementaba con el paso de los segundos, minutos… Sabía que se moría y lo que más la atormentaba, más que su propia muerte, era tener la certeza de que su gente, su hermana, su amor… Habían sido también derrotados.

Cuando el hedor de la muerte invadió sus fosas nasales, enfocó su vista todo lo que pudo y descubrió que estaba rodeada de los cadáveres de sus vecinos. Era noche cerrada pero sabía que al llegar el alba, no quedaría ni rastro de todos ellos, pues el sol incineraría sus cuerpos y aquello se convertiría en una improvisada pira funeraria.

Gritó de horror y rabia. Impotencia e ira pura y ciega. Las lágrimas salían a borbotones de sus ojos mientras gritaba contemplando las decenas de cuerpos agolpados a su alrededor. No había peor imagen que aquella para despedirse del mundo de los vivos. Se lamentó también.

Sin ser consciente del todo, su cuerpo debilitado reptó e intentó salir de aquel terrorífico agujero. Alcanzó el borde de la fosa, trepó por él y se dejó caer en el suelo arenoso ya sin fuerzas.

Respiró hondo mientras, con cada exhalación sentía salir más sangre de su corazón marchito, y cerró los ojos. Ahora, era el momento de soñar con un pasado que fue muy feliz y que ahora era demasiado lejano e, incluso, irreal. Noctus había conocido la plenitud durante muchos siglos y ella tenía grandes recuerdos que le servirían para marchar hacia la otra vida arropada por ellos.

Cerró los ojos y se forzó a soñar…

La primera persona que apareció en su sueño, fue su madre Ileana. Era, físicamente, todo lo contrario a Violet y ella; su cabello era tan rubio que casi parecía blanco y su piel, pálida y sonrosada. Era una mujer alta y delgada, aparentaba ser alguien frágil pero en realidad era valiente y luchadora. Generosa y cariñosa.

Recordó cuando las llevaba a Violet y ella a pasear por los valles de Noctus cuando eran pequeñas. Escuchó el sonido de los búhos que cantaban a su paso como si fuese ayer. Vio a los gatos que poblaban la ciudad cruzarse en su camino traviesos, otros las miraban pasar con un brillo en su mirada gatuna, mientras descansaban en lo alto de alguno de los muros de piedra. Noctus era una ciudad de piedra, rodeada por una gran muralla que cruzaba las colinas que la envolvían en un abrazo protector. Un lugar precioso y evocador. La noche le otorgaba un aire mágico y tranquilo.

A veces había sentido curiosidad por ver sus calles bañadas con la luz del sol, pero la idea de saberse mortal por su causa, le hacía desistir en aquella fantasía.

Era una lástima que fuesen seres limitados en ese sentido. Tenían la posibilidad de ser inmortales pero no podían disfrutar de los regalos de la naturaleza al cien por cien.

Había ocasiones en que sus paseos desembocaban en la plaza de la ciudad, donde muchas noches, un grupo de vecinos se reunía para cantar y beber.

Agatha sonrió al soñar con todo aquello.

Y sonrió más cuando los recuerdos formaron imágenes nítidas en su cabeza: besos sonoros para desear las buenas noches, broncas merecidas por travesuras, conversaciones en las que aprendía a madurar, abrazos cargados de sentimiento.

Su hermana Violet. Aquella que era guerrera y alegre. Se peleaba con quien fuese para salirse con la suya… Y casi siempre lo conseguía. Se preguntaban juntas en muchas ocasiones quien sería su pareja eterna… Bromeaban haciendo una lista con los machos disponibles de su edad o cercanos y reían clasificándolos por su aspecto físico.

Violet solía decir que ella se conformaba con que su macho tuviese una buena melena a la que agarrarse cuando la tomase con fuerza. No le gustaba la idea de un macho delicado preocupado por romperla en mil pedazos… Ella era una amazona y exigía pasión. Locura.

Agatha, sin embargo, tenía claro quien quería que fuese su macho eterno… Estaba en aquella lista y lo tenía marcado en su mente. Darko.

Su amor de la infancia. Su amigo.

Pero Darko se había marchado tras la muerte de sus padres y ella había perdido la esperanza de verle de nuevo. Le dolía pensar que él no tuviese nada en Noctus que lo retuviese… Siempre pensó que su amor era correspondido. Pero los años pasaban y Darko había pasado a ser un recuerdo doloroso. Sólo él ocupaba sus pensamientos y Agatha sentía la desdicha en sus carnes al saberse rechazada y sin opciones de experimentar el verdadero amor, el torrente de pasión del que Violet hablaba. Ella jamás lo experimentaría con nadie, estaba segura de ello.

Se revolvió en el suelo y decidió dar un salto en sus recuerdos. Ignoró la invasión, la guerra perdida, las muertes, el odio y la desesperanza… Volvió al origen, a él.

Y él estaba allí, contemplándola con sus preciosos ojos grises. Siempre con un brillo de deseo y admiración.

Finalmente, el amor le era correspondido. Darko había vuelto para ayudarles y para recuperarla… Se lo había demostrado con sus gestos, con sus caricias… Con aquella primera vez juntos en condiciones tan adversas. Darko había conseguido, pese a todo, hacerle sentir especial y querida. Había experimentado el placer más absoluto a su lado.

Daría lo que fuese por volver a sentirse rodeada por sus fuertes brazos, por sentir la calidez de su boca en su cuello, de escuchar una sola vez su voz… Si solo pudiese escuchar su voz estaba segura de que moriría en paz.

De pronto, unos pasos rompieron su ensoñación. Alguien se acercaba y era más de una persona. Le sorprendió no sentir miedo. Después de todo, la muerte ya la abrazaba desde hacía horas y tenía la certeza de que en pocos minutos terminaría con su consciencia por completo. Así que decidió que ignoraría los pasos y seguiría soñando con Darko, sí… Quizás, aunque le dolía mucho pensar en que ellos hubiesen perdido la batalla como ella, tuviese la posibilidad de encontrarles al otro lado. En la otra vida, nadie podría hacerles daño y vivirían felices de verdad.

Sonrió de nuevo. En el fondo sabía que estaba delirando pero no le importaba. ¿Qué podría hacerlo a estas alturas?

Alguien la volteó con delicadeza y sintió que la colocaban de espaldas. Se dejó hacer. ¿Iban a darle el toque de gracia esos malditos humanos? Bien, que lo hiciesen. No rogaría por su vida, ya no. Seguiría con los ojos cerrados y soñando…

Sintió una caricia en la mejilla, pero fue un roce casi imperceptible. Lo sentía todo ya muy lejos… Algo mojó su rostro, ¿estaría comenzando a llover?

Dibujó la cara de Darko en su mente y decidió ignorar todo lo demás. Entonces, dejó de sentir las gotas de lluvia que mojaban su cara y las manos que la recogían del suelo de arena. La oscuridad la envolvió por fin en su manto de silencio y tranquilidad.

 

Darko lloraba en silencio mientras intentaba coger en brazos a su amada. Estaba prácticamente muerta. La herida en su corazón era letal y ya había perdido demasiada sangre. Su tez pálida la hacía parecer una muñeca de porcelana preciosa. Su muñeca.

Arrodillado frente a su cuerpo y sujetándola por la cintura y la nuca, la incorporó para seguir llorando contra su pecho ensangrentado. Agatha estaba inerte.

Una mano en su hombro le devolvió a la realidad.

―Darko, debes darle de beber… Todavía puedes salvarla― dijo Violet con la voz temblorosa. ― Mi herida era similar y Rafael me salvó, es posible.

Darko decidió que tenía que hacerlo. No debía dar por perdida la batalla, con Agatha jamás… Le daría hasta la última gota de su sangre si hacía falta. Y si no conseguía salvarla, se entregaría al sol, no había marcha atrás. Sin ella no había vida, así de sencillo.

Posó su mano sobre la de Violet para confortarla. Le dio un firme apretón y entonces llevó su propia muñeca a la boca, mordiendo con fuerza.

Acercó la muñeca a la boca de Agatha y dejó que la sangre gotease en su interior. Ella no reaccionaba mientras el líquido resbalaba por sus comisuras y se adentraba en su garganta. Pasó un minuto, dos… Y ella seguía sin reaccionar.

―¡Vive! ¡Por lo que más quieras, vive! ―gritó desesperado apretando la muñeca ensangrentada contra la boca de ella.

A sus espaldas oía llorar a Violet desconsolada.

Habían conseguido escapar demasiado tarde de los malditos humanos. Estaban heridos y acorralados. Tenían previsto salir de Noctus cuanto antes tras encontrar a Agatha… Pero Darko sabía que su aventura terminaba en aquel instante, junto al cuerpo sin vida de su mujer. Dirigió sus palabras a las dos personas detrás de él:

―¡Idos! Vosotros todavía podéis escapar y comenzar una nueva vida… Yo me quedo aquí con ella.

Y, entonces, notó una leve presión en su muñeca. Volvió su atención al frente y el corazón le dio un vuelvo al ver como Agatha abría los ojos de manera débil y comenzaba a succionar con avidez su líquido vital.

Sentir sus labios apretándose contra su piel le insufló el calor que necesitaba. ¡Ella estaba viva!

―Bebe, amor, bebe y nos largaremos ―sollozó de nuevo, esta vez de alegría―. Te quiero más que a nada.

El brillo de la vida apareció renovado en los ojos de ella y a Darko le pareció ver que, mientras seguía bebiendo de él, sonreía.

 

 

Lydia Alfaro© Todos lo derechos reservados

 

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Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora