‘BÉSAME EN LA OSCURIDAD’. Capítulo 3: El primer mordisco

    Darko no podía contenerse por más tiempo. Tenerla de nuevo tan cerca y comprobar como aquella niña se había convertido en una sensual y bellísima mujer lo dejaba […]
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Darko no podía contenerse por más tiempo. Tenerla de nuevo tan cerca y comprobar como aquella niña se había convertido en una sensual y bellísima mujer lo dejaba sin resistencias. Un sudor frío recorría su cuerpo y podía sentir como la bestia amenazaba con salir a flote. Si no se contenía, la mataría. Y entonces, ya no tendría razones para seguir viviendo, lo sabía. Podían aniquilar a todo su pueblo, pero Agatha… Apretó los puños.

—Te acabo de dar mi sangre, si ahora tú me das la tuya volverás a debilitarte, no estás lo suficientemente fuerte y yo no sé si podré contenerme de dejarte vacía.

Sus ojos brillaban de un modo amenazador. Agatha volvió a sentir miedo… ¿Sería Darko capaz de acabar con su vida? No lo sabía, hacía tantos años que habían perdido el contacto que no confiaba en él. Sin embargo, su hermana la necesitaba y si tenía que arriesgar su vida con tal de conseguir la oportunidad de salvarla, lo haría sin dudarlo.

Apretó su antebrazo más todavía.

—Bebe de mí, Darko. Tu fuerza es más importante que la mía ahora mismo. Dependo de tu ayuda.

Él no necesitó más invitación. Su razón se nubló y ya no pensó en las consecuencias de sus actos. La tomó por la cintura y la atrajo contra su cuerpo endurecido por la expectativa. Ella gimió ante su inesperada reacción pasional y no opuso resistencia. Darko paseó su nariz por el cuello de Agatha, mientras sus sentidos revivían al inhalar su aroma a fresas. Pasó la lengua lentamente por la piel expuesta de ella, acariciando con emoción cada centímetro. Agatha se estremeció y sintió como todo su cuerpo se encendía, especialmente, en zonas en las que jamás había experimentado un ardor tan intenso y febril. Darko bajó las manos hasta su trasero y lo apretó contra su miembro duro y dispuesto. Entonces, los colmillos de él atravesaron su piel con decisión. El inicial dolor por la intromisión se convirtió en pocos segundos en un placer tan devastador que Agatha no pudo contener un grito.

Darko sonrió mientras disfrutaba de aquel sabor embriagador. Ella acababa de tener un orgasmo solo con su mordedura. Y él estaba más que apunto solo con alimentarse de aquel torrente de sangre con sabor a fresas, mucho más delicioso de como lo había imaginado todos aquellos años. La realidad echaba por tierra cualquier ensoñación.

La apretó más contra él y siguió bebiendo de ella. A los pocos segundos, sus piernas flaqueaban de placer y se dejó caer debajo de Agatha, que se colocó a horcajadas sobre su abdomen.

Ten cuidado… La matarás… Deja de beber…

La voz de la conciencia hizo su aparición y dio gracias de no haber perdido la razón por completo. A desgana separó su boca de la vena de ella y con su lengua cerró la herida con dedicación. Agatha estaba echada sobre él sin fuerzas pero no desfallecida, sino todavía experimentando los últimos azotes del arrollador orgasmo que había tenido. El primero en su vida.

Ella alzó la cabeza y sus miradas se encontraron. El mundo pareció desaparecer en aquel momento. No existía la muerte ni la desolación. Solo ellos dos y aquella conexión tan pura que siempre habían tenido. Ahora sus ojos se miraban y se reconocían de nuevo. El vínculo estaba ahí y no podían ignorarlo.

—Me he vuelto loco pensando en ti todos estos años, Agatha —no pudo evitar decirlo en voz alta, las reservas no tenían sentido junto a ella.

—Pensé que jamás volvería a verte —fue la respuesta de ella—. Pensé que me habías olvidado.

Darko acarició su rostro con reverencia.

El deseo le apremió de nuevo. Aplastó su boca contra la de ella y jugó con sus labios hasta que Agatha abrió la boca invitándole a entrar. Introdujo su lengua y arrasó su boca lamiendo cada recoveco, recorriendo sus dientes y rozándose contra la lengua femenina. Ambos gimieron y el beso se descontroló. Darko se incorporó sin separar sus bocas y se colocó a horcajadas sobre ella. Sus manos viajaban por sus delgados brazos, por su precioso cuello y se detuvieron sobre sus firmes pechos. Agatha suspiró bajo sus labios cuando Darko paseó los pulgares por sus pezones erectos y apretó al mismo tiempo sus senos con desesperada pasión.

Él interrumpió entonces el beso y la observó con un brillo en la mirada.

—Jamás podría olvidarte. Te llevo dentro, Agatha. Te llevo tan adentro que siento que formas parte de mi alma. El aire que respiro no me alcanza para sentirme vivo y ahora que te tengo aquí, tengo la certeza de que sin ti, jamás estaré vivo de verdad.

Agatha bajó la mirada y su rostro se ensombreció. Se echó a llorar y obligó a Darko a quitarse de encima. Se sentó en el suelo y se tapó el rostro con las manos temblorosas.

No podía dejarse llevar por sus instintos. Estaban en una situación muy grave y ella tenía una responsabilidad que atender. ¿Cómo podía ser tan mezquina de estar revolcándose por lo suelos con un hombre mientras su hermana agonizaba en una sucia cueva? Y lo que él acababa de decirle… Ella sentía lo mismo y, sin embargo, no podía prestar atención a esos sentimientos. No ahora.

—¡Esto es horrible! ¡Nos están exterminando! Y yo necesito que me ayudes… Mi hermana… Mi hermana se está muriendo y necesito a alguien fuerte para alimentarla y evitar que su corazón se pare.

El estómago de Darko se encogió. Violet estaba malherida… ¿Y a eso se refería Agatha al pedirle un favor? Tendría que darle la sangre que, por derecho, le pertenecía a ella, a su pareja eterna, a otra mujer. Y no a una cualquiera. Se incorporó abatido. La desolación por los tristes acontecimientos y la desilusión por la falta de reclamo de ella hacia él cayeron sobre sus entrañas como una pesada y envenenada losa. Habló con un hilo de voz:

―Estoy en deuda contigo. Tú me has devuelto las fuerzas y yo haré lo mismo con Violet ―se dejó caer al lado de Agatha y agarró su barbilla para obtener su mirada―. ¿Eres consciente de que si le doy la cantidad de sangre que necesita para sobrevivir, estando malherida y siendo mortal, se vinculará a mí para siempre?

Los ojos de Agatha revelaron el profundo pesar que estas palabras le suponían y cuando las lágrimas surgieron de nuevo, su voz tomó el mando con determinación:

―Por salvar la vida de mi hermana sacrificaré todo lo que tenga, incluso mi corazón y mi propio futuro.

Darko bajó la mirada y suspiró mientras acariciaba con delicadeza la barbilla que aún sostenía.

―Entiendo. La salvaré y después no me volverás a ver.

―Pero tendrás que alimentarla por siempre. ¡Necesitarás alimentarte tú también!

Él deshizo su suave agarre y se levantó. Su voz, esta vez, sonó dura:

―A ella no le faltará el sustento, yo me encargaré de mandarle mi sangre periódicamente. Y no me vincularé a ella. Una cosa es ayudar a tu hermana a no morir y otra, prostituir mi futuro atándome a alguien a quien no amo y llevando en mis espaldas la humillación de haber sido entregado a ese destino por mi propia y verdadera pareja eterna ―un silencio incómodo reinó entre ellos hasta que Darko lo rompió apremiando―. ¡Venga! No podemos perder más tiempo. Llévame al lugar donde la dejaste y acabemos con esto.

Agatha sabía que no tenía otra opción y que hacía lo correcto consiguiendo la salvación para Violet, sin embargo, el amargo regusto de la infelicidad se instaló en su garganta. Estaba siendo terriblemente egoísta con él y se sintió mezquina. ¿El fin justificaría los medios en su caso?

 

A unos kilómetros de aquella casa en la que dos corazones se partían, quizás de modo irreversible, otro pugnaba por no pararse. Y no era el de Violet. Había otro vampiro malherido ―en realidad había muchos y unos cuantos más habían perecido bajo la garra humana― que, a los pies de una de las montañas que rodeaban Noctus, expiraba uno de su últimos alientos. Los humanos le habían alcanzado, con una de las armas de fuego que portaban, de lleno en el corazón. La sangre manaba como un río caudaloso que dejaría seco y convertido en desierto su cuerpo de veinte años en pocos minutos. Rafael apoyó la cabeza entre las rocas de la ladera y se acurrucó como un bebé. Había luchado con todas sus fuerzas contra los intrusos. Había roto cuellos y arrancado corazones con sus propias manos. Pero aquello no había sido suficiente… Los suyos habían caído y estaba en inferioridad de condiciones. Había visto como se llevaban esclavizados a sus padres y a su hermana pequeña Cristal. Y, cegado por la ira, cuando corrió como un kamikaze para salvarlos, el disparo le había alcanzado. En un primer momento, su instinto de supervivencia le instó a elevarse en los cielos y desaparecer del punto de mira. Y ahora, se hallaba a las afueras de la ciudad, escondido como un cobarde a los pies de la montaña y con los minutos contados. Ni siquiera había un animal cerca del que poder alimentarse para poder volver en busca de los suyos… Cerró los ojos, saboreó su propia sangre escapándose de su dueño en un intento desesperado de preservar el aliento vital, pero era inútil. El fin era inminente, todavía era mortal. No deseaba encontrar tan pronto a su pareja eterna pero, ahora, comenzaba a arrepentirse de no haberla buscado… Aunque, seguro que, de haberla tenido, los humanos la habrían cazado como a su familia y su destino no sería muy diferente.

De pronto, un olor dulce comenzó a colarse por sus fosas nasales. Cerca había uno de los suyos y su sangre llegaba hasta él como el más apetitoso de los manjares. El estómago rugió y Rafael comenzó a reír como un poseso mientras se retorcía en el suelo. Aquello debían ser las alucinaciones que sufría un moribundo. En su caso, en lugar de una mujer desnuda, era aquel olor embriagador que comenzaba a llamarle poderosamente. Se incorporó sin dejar de taponarse la herida sangrante y miró hacia arriba. A pesar de la oscuridad no tuvo problemas para ver la cueva situada a unos metros de donde él estaba. El corazón le latía cada vez más desbocado y la sangre salía con más rapidez y fuerza de su cuerpo. Curiosamente, en lugar de colapsar y caer de nuevo para afrontar su final, sus piernas se pusieron en pie y le sostuvieron. Tenía que llegar a esa cueva… Aquel olor le apremiaba de un modo hipnótico. Necesitaba saber si allí encontraría la fuente que había despertado sus maltrechos sentidos y podría beber de ella…

Sobreviviré e iré en busca de mi familia. Lo siento por el infeliz que desprende ese olor…

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Lydia Alfaro© Todos los derechos reservados.

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Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora