‘BÉSAME EN LA OSCURIDAD’. Capítulo 2: Darko

    Darko sudaba profusamente. Llevaba horas encerrado en aquella pocilga esperando la llegada de la noche. Hacía años que había huido de Noctus con la esperanza de tener una […]
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Darko sudaba profusamente. Llevaba horas encerrado en aquella pocilga esperando la llegada de la noche. Hacía años que había huido de Noctus con la esperanza de tener una vida diferente a la cual había sido destinado. Conoció el mundo de los humanos, todo un universo repleto de posibilidades para un joven emprendedor como él. Y había creído que podría integrarse e ignorar las necesidades naturales de los de su especie. Dejar de ingerir sangre y vivir como un humano más, con comida normal, un trabajo, un hogar y escarceos amorosos eventuales. Sus padres habían muerto tras contraer un extraño virus que se transmitía por la sangre, su alimento vital. Él era muy joven aunque ya tenía las suficientes agallas como para renegar de su mundo, de aquella maldita ciudad, de sus raíces y de su tradición, para buscarse la vida más allá de sus fronteras. ¿Por qué tenían que vivir apartados del resto de especies? ¿Acaso eran unos apestados? ¿Una abominación que no merecía vivir en libertad? Porque, por mucho que los vampiros se negasen a pensar en ello, los dioses les habían reducido a meras leyendas. A vivir escondidos como si les avergonzase haberlos creado.

Su objetivo había sido conseguido a medias. Había logrado vivir cinco años en una ciudad llamada Moscú, donde los días eran cortos y la meteorología le permitía salir incluso durante las horas de sol, siempre y cuando se protegiese bien, para poder trabajar como un humano más. Pero el tema de la alimentación era lo que llevaba peor… Sí, su estómago, contrariamente a lo que sus sabios decían, sí era capaz de digerir otra cosa distinta a la sangre. Sin embargo, a pesar de probar delicias jamás imaginadas, nada conseguía saciar su hambre por completo. Siempre se sentía cansado, las ojeras ya eran parte de su aspecto habitual al igual que su pálido rostro. Y cada noche, cuando intentaba dormir como un humano más, su cuerpo parecía entrar en combustión. Le hormigueaban las extremidades y los colmillos, que jamás salían a la superficie. Pugnaban por salir y probar el ansiado líquido que tantos años llevaba negándose. Jamás había mordido a un humano porque sabía que, en el momento en que su lengua entrase en contacto con la sangre, no podría parar… Y la adicción sería su perdición. Entonces, su tranquila vida se vería truncada. Lo encerrarían. Y él se sentiría como una basura asesina. Pero su destino se veía nuevamente alterado: otros como él habían cruzado los muros de Noctus y habían perpetrado esos asesinatos que él se forzaba a no cometer. Los humanos habían dejado de hablar de leyendas para creer realmente en los vampiros. A aquellos tres renegados los apresaron y experimentaron con ellos para descubrir su fisiología y puntos débiles. Unas cuantas sesiones de tortura hicieron el resto: les fue revelado el enclave donde se asentaba la ciudad secreta y la invasión se había orquestado durante unos meses en que los medios de comunicación no dejaban de sacar a la luz detalles escabrosos acerca de los vampiros como él. La mayoría, rumores sin sentido. Sin embargo, los humanos sólo conocían las leyendas y aquellos tres casos de furia asesina. No iban a pararse a pensar que todos los vampiros no eran así, que podía haber familias normales con un modus vivendi distinto, otra especie con su particular cultura ancestral. Una sociedad pacífica. Para los humanos, los vampiros eran, sencillamente, monstruos a los que había que exterminar. Y allí estaba Darko de nuevo, decidido a ayudar a los suyos y sudando como un cerdo mientras esperaba la llegada de ella, podía sentir su olor muy cerca. Agatha… Habían jugado juntos cuando eran solo dos niños que apenas echaban a andar. Recordó sus rebeldes rizos castaños, siempre sujetos con coletas de colores. Su rostro de porcelana, siempre ruborizado a la altura de sus pómulos. Aquellos labios que, cuando ya rozaban la pubertad, se habían vuelto rojizos de manera natural, con forma de corazón y gruesos. Darko sintió cosquillas en su entrepierna al recordar aquella boca de fresa, que representaba muy bien a la dueña, ya que olía a eso mismo: a fresas frescas. Antes de partir al mundo humano, no había sabido identificar aquel embriagador olor ya que no conocía otro alimento además del líquido carmesí, pero ahora, aquella fragancia le golpeó con fuerza y salivó. Habían pasado muchas noches con sus días desde que le perdió de vista y decidió olvidarle para siempre. Siempre había sabido, en su fuero interno, que Agatha posiblemente era su pareja eterna. La manera en que sus sentidos reaccionaban cuando estaban cerca no podía compararse a la cercanía de otra mujer. Su cuerpo se tensaba cuando pensaba en ella y se había masturbado infinidad de veces pensando en su boca de fresa y sus ojos de miel. Pero el pensar en que su sangre tuviese el mismo sabor que la roja fruta era lo que le ponía más duro y hambriento. Definitivamente, no había logrado olvidarse de ella ni de su necesidad por alimentarse al modo de los vampiros. Quizás, aunque no hubiese habido invasión humana y él se hubiese visto obligado por cuestiones de honor a ir en ayuda de los suyos, habría tenido que ir en su busca o morir en el mundo humano tarde o temprano.

Se levantó decidido a recibirla. Apretó los puños e intentó contener el hambre, que ahora era más intensa. Su vista comenzaba a volverse de un rojo aterrador. No quería hacerle daño, a ella menos que a nadie. Un golpe sonó en la puerta frente a él. Sonrió. Ya estaba ahí. ¿Se acordaría de él? Y lo más importante de todo: ¿Lograría explicarse sin abalanzarse sobre ella?

 

****

 

Agatha estaba ansiosa por entrar y encontrar una voz amiga. Algo muy adentro le decía que no se equivocaba, allí había alguien de los suyos. El estómago volvió a darle un vuelco. Las piernas le temblaban, si no ingería sangre, pronto desfallecería. La puerta se abrió y dejó entrever la oscuridad reinante dentro del hogar. No vio a nadie recibiéndola pero no le importó. Ya no era capaz ni de actuar con cautela debido a la inmensa debilidad que gobernaba sus sentidos. Cruzó el umbral y un ligero aroma a hierbabuena se coló en sus fosas nasales. No pudo evitar doblarse por la mitad mientras su estómago se retorcía de dolor. Cerró los ojos con fuerza y la oscuridad se hizo dueña de todo por fin.

Darko estaba sentado a su lado. Los dos niños se encontraban en los límites del acantilado que les gustaba frecuentar a diario. Ella le miró furtivamente mientras él centraba su mirada en el oscuro agujero bajo sus pies. Le gustaba observar su rostro perfecto. Sus labios siempre le dedicaban sonrisas que le hacían soñar y sus ojos grises siempre le ponían nerviosa cuando le miraban fijamente. Su pelo castaño oscuro le llegaba por debajo de las orejas y siempre lo lucía alborotado.

Darko arrancó una pequeña hoja verde del suelo y se la metió en la boca para masticarla.

Eres muy raro, Darko. Los vampiros solo beben sangre y tú comes hierbas del suelo.

Es hierbabuena, listilla, y sabe muy bien. Mi padre me la dio a probar un día. ¿Quieres una hoja? ―Darko le ofreció una y ella la tomó para observarla y olerla desconfiada.

¿No es mala? ―preguntó indecisa.

Yo todavía no me he muerto ―fue la respuesta de él. Siguió masticando mirando hacia el negro vacío a sus pies mientras los balanceaba.

Ella se metió la hoja en la boca y, de pronto, una sensación de frescor invadió su garganta y su nariz. Tosió impresionada y asustada ante aquel nuevo sabor y Darko soltó una carcajada al ver como sus ojos se enrojecían y lagrimeaban.

¿Te gusta? ―inquirió divertido.

Tras la primera impresión, Agatha decidió que le encantaba aquel descubrimiento y, a partir de aquel momento, Darko siempre sería de hierbabuena para ella.

Me encanta.

Agatha sonrió ante aquel recuerdo de la infancia. Seguía viéndolo todo negro y su cuerpo flotaba envuelto en una cálida brisa veraniega. El sabor a hierbabuena invadía sus fosas nasales llenando sus pulmones de un frescor reconfortante a la vez que bajaba por su garganta como si del mejor líquido vital se tratase. Tragó. El torrente cálido y a la vez fresco, pura contradicción, llenaba su estómago desfallecido y lo revitalizaba por momentos. El malestar se esfumaba y la oscuridad se iba aclarando poco a poco hasta vislumbrar una figura enorme sobre ella. Parpadeó y se vio a sí misma sujetando una muñeca contra su boca. Separó los labios y vio como la sangre manaba del corte. El olor a hierbabuena seguía ahí, mucho más intenso que durante su ensoñación.

—Darko… —el susurro inseguro salió de su boca sin poder contenerlo. ¿Podía ser posible que él hubiese vuelto?

Él subió el otro brazo, hasta ahora sujetando la espalda de ella y su mano acarició suavemente su mejilla izquierda. La vista se aclaró y entonces lo vio. Aquellos ojos grises no habían cambiado, los gruesos labios estaban entreabiertos y podía adivinar el brillo de sus colmillos necesitados de alimento. Lucía ojeras y el rostro pálido cubierto por una fina barba de pocos días. Darko ahora era un hombre adulto y corpulento, que seguía llevando el pelo castaño alborotado y largo, aunque ahora le rozaba los anchos y fuertes hombros. Era bello hasta decir basta. Vestía unos pantalones azul claro, rozó la tela con sus dedos y la sintió dura y áspera, en Noctus no se conocía ese tipo de tejido. Una camiseta blanca de manga corta completaba su extraño atuendo, pegándose a su torso y dejando entrever la cantidad de músculos que había desarrollado aquellos años en el mundo humano.henry-cavill-hd-wallpapers

Se levantó de golpe, sobresaltada, y casi estuvo a punto de caer de nuevo al suelo. Todavía estaba aturdida pese a la inyección de energía recibida.

—¿Has venido con ellos a matarnos? —Dio un paso hacia atrás, desconfiada— Tú eres uno de ellos, renegaste de nosotros… ¿Nos traicionas, Darko? —una lágrima solitaria resbaló por su cara.

Darko se puso en pie, revelando su gran estatura, le sobrepasaba dos cabezas y se le veía diferente, amenazador. Por primera vez sintió que él ya no era el niño del que se había enamorado, sino un aterrador desconocido. Él alargó un brazo y le hizo un gesto para que se acercara.

—Agatha —cerró los ojos con fuerza y echó la cabeza hacia atrás, como si le doliese sólo pronunciar su nombre—. No pienses eso de mí, por favor. He venido a ayudaros, sois mi pueblo, al fin y al cabo.

Y tú mi pareja eterna… Te necesito.

Al verla entrar se le había hecho la boca agua. Ahora, convertida en mujer, era mucho más bella de lo que recordaba. Su cabello largo y azabache estaba enredado y sucio, lucía pálida y cansada; sus ropas, un traje blanco de seda que enmarcaba su busto con dos finos tirantes, caía largo y liso sobre sus esbeltas piernas, aunque roto y sucio también. Pero no importaba. Era la visión más perfecta que había visto en su vida.

—¿Cómo sé que no me mientes? Hace demasiados años que te fuiste… No te reconozco.

—Te he dado mi sangre… Si quisiese tu muerte sólo tendría que haberte dejado morir en el suelo, estabas en la últimas, Agatha.

Ella sintió un escalofrío de placer al oírlo de nuevo pronunciando su nombre con aquella aterciopelada y grave voz. Intentó disimular lo mucho que le estaba afectando aquel reencuentro.

—Tú no te ves muy bien tampoco, tu rostro…

Darko giró la cara y se ocultó entre las sombras.

—No es nada… Sólo necesito alimentarme, eso es todo.

Entonces, Agatha recordó la razón por la que había estado deambulando por lo que quedaba de la ciudad, su hermana necesitaba alimento. Estaba gravemente herida y no sobreviviría muchas horas más… Olvidando las reservas iniciales, se acercó hasta él y sujetó su antebrazo. La herida de la muñeca estaba tardando en cicatrizar, revelando el estado débil en el que él se encontraba.

—Si te alimento… ¿tú me ayudarás?

 

 

Lydia Alfaro©  Todos los derechos reservados.

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Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora