‘BÉSAME EN LA OSCURIDAD’. Capítulo 1: Noctus

    El cielo exhibía un tono azul claro en el horizonte ya demasiado cercano. Agatha sobrevolaba la ciudad de Noctus sujetando a duras penas a su hermana mayor Violet, […]
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El cielo exhibía un tono azul claro en el horizonte ya demasiado cercano. Agatha sobrevolaba la ciudad de Noctus sujetando a duras penas a su hermana mayor Violet, herida de muerte por uno de los humanos que les acechaban. La guerra entre los vampiros y los humanos ya tenía claros vencedores. Al menos, la inminente salida del sol, vaticinaba los peores augurios.

―Agatha ―dijo Violet con un hilo de voz―, yo ya no tengo salvación… Sabes que mi cuerpo se marchita por momentos.

―No digas eso, hermana ―le reprochó ella―. ¡Nos esconderemos y con mi sangre sobrevivirás!

―El humano me ha herido de muerte y lo sabes… ―contraatacó Violet― Ni siquiera tu sangre podrá conseguir que mi corazón lata de nuevo. ¡Suéltame y sálvate!

―¡Jamás! ―sollozó Agatha― Si me dejas, me entregaré al sol. Los humanos nos han invadido, no venceremos… Y si tú mueres, yo iré contigo.

Violet no contestó. Cayó en la inconsciencia y Agatha tuvo que sacar fuerzas para no caer ambas al vacío.

Los humanos habían invadido sus dominios. La ciudad de Noctus estaba protegida por diversos e intrincados hechizos que habían conseguido hacer pasar desapercibida la ciudad durante siglos desde su creación. Los vampiros existían y nadie lo sabía. Eran otra creación divina al igual que los humanos, pero éstos no estaban preparados para saber de su existencia. La especie vampírica se alimentaba de sangre, en efecto, pero contrariamente a lo que las leyendas humanas habían comenzado a contar, no lo hacían matando a nadie a lo largo y ancho del mundo, no… Se alimentaban entre hermanos, amigos, padres y madres. Nacían siendo mortales y, una vez alcanzaban la madurez a los veinte años, su cuerpo demandaba una sangre concreta, aquella que les proporcionaría mayor poder y les dotaría de la inmortalidad: la de su pareja eterna.

Los humanos eran mortales, sin embargo, podían vivir de noche y de día. Los vampiros, pese a la posibilidad de alcanzar la inmortalidad a los veinte, siempre que encontrasen a su pareja eterna; podían morir de inanición, si se les cortaba la cabeza y por exposición a la luz del sol. Por eso, en Noctus siempre era de noche.

Hasta que, por culpa de un grupo de vampiros renegados que habían salido de sus muros, los humanos habían descubierto su existencia y les estaban invadiendo para destruirles. Habían traído a sus propios hechiceros con ellos para doblegar la protección de la ciudad y traspasar sus fronteras. Pero, lo peor de todo era que, además de traer armas capaces de exterminarles y conocimientos acerca de sus puntos débiles; habían lanzado un hechizo que había roto la paz oscura de la ciudad. Ahora amanecía por primera vez en Noctus y si Agatha no se daba prisa en encontrar un lugar seguro, las dos hermanas morirían calcinadas en cuestión de minutos.

El cielo ya había adquirido un tono anaranjado en lo alto y, rojo intenso, en el horizonte. El sol asomaría en pocos minutos. Agatha descendió y vio una oscura abertura en una de las montañas que rodeaban la ciudad. Procedió sintiendo un desagradable picor en la piel y en los ojos para meterse dentro de aquella cueva. Cuando posó sus pies en el suelo y sintió la oscuridad cernirse sobre ella, un gran alivio recorrió cada una de sus terminaciones nerviosas. La humedad acariciaba su piel castigada por los primeros rayos solares y le proporcionó un consuelo agridulce. Porque ella sabía que aquello solo era una solución temporal. Tenía que salvar a su hermana y, después, al caer la noche (esperaba que el sol no reinase eternamente sobre sus cabezas), buscaría a más vampiros supervivientes como ella.AmaneceIllaBenidorm

―Hermana ―la voz de Violet era un susurro. La había tumbado en lo más profundo de la alargada y estrecha cueva. La herida de su corazón sangraba cada vez más―. Ya no quedan posibilidades de encontrar a mi pareja eterna… Soy mortal y mi corazón no aguanta… ―su respiración se agitaba por momentos― Aliméntate del poco sustento que queda en mis venas y huye. ¡Hazlo! Por favor… ―le rogó desesperada.

Agatha no le hizo caso. Mientras sus palabras se clavaban como mil alfileres en su propio pecho, se mordió la muñeca y obligó a su hermana a tragar. La salvaría y buscaría ayuda cuando cayese la noche. Las dos vivirían.

Pese a su reticencia, Violet no desperdició el regalo de vida que le hacía su hermana.

―Así me gusta… ―la animó Agatha― Bebe hermana, bebe. Sanarás.

La noche, afortunadamente, llegó de nuevo y los sentidos de Agatha, lucharon por despertar pese a la falta de alimento y la incomodidad de aquella fría cueva, que había sido su refugio durante doce horas. Apenas había dormido, la respiración débil y entrecortada de su hermana golpeaba sus oídos y su mente creando una angustia y un miedo lacerantes. ¿Lograrían salir con vida de aquella barbarie?

Los humanos parecían físicamente más débiles que los de su especie. Pero había visto en sus rostros la determinación de conquistar su pueblo y aniquilar a los suyos creyéndoles demonios de la noche. Enemigos. Y no se daban cuenta de que quienes se habían dibujado como enemigos en aquella historia eran, precisamente, ellos.

¿Quedarían muchos de los suyos vivos?

Con la firme idea en su mente de encontrar supervivientes y poder salvar a su hermana, Agatha la dejó seguir vagando en la inconsciencia, con la promesa de volver pronto a por ella. Echó a volar para encontrarse con un paisaje desolador: distintos sectores de la ciudad brillaban debido al fulgor del fuego. Las casas ardían hasta los cimientos y pudo ver como los humanos transportaban a los suyos, atados con cadenas que surgían de unos gruesos collares de metal en el cuello y se unían a los grilletes que encadenaban sus manos a la espalda. Había muchos vampiros siendo esclavizados a lo largo de Noctus, según pudo ver Agatha mientras sobrevolaba clandestinamente la zona. Las paredes de las casas, hechas con piedra y barro, aguantaban estoicamente en pie mientras los techos de gruesas vigas de madera perecían en las intencionadas hogueras, cayendo al suelo en un improvisado lecho mortal. Agatha lloró amargamente y sus lágrimas se perdieron entre el suave viento que azotaba su rostro pálido. De pronto, sintió una punzada en el pecho y su mirada se dirigió inmediatamente hacia un punto bajo sus pies. El corazón le dio un vuelco. Había detenido su vuelo en un punto solitario y oscuro de Noctus, a las afueras. Allí todavía no habían prendido fuego a los hogares y parecía relativamente tranquilo. Las luces de las casas estaban apagadas y las ventanas cerradas a cal y canto. Pensó que, seguramente, allí habría vampiros escondidos y aterrados como ella. O quizás, preparando algún plan de ataque para defenderse de aquella repentina invasión. Su estómago rugió… Tenía mucha hambre tras más de un día sin beber de su hermana, su único sustento vital, y las fuerzas comenzaban a flaquear. No tardaría demasiado en perder la capacidad de volar, estaba extenuada. Decidida a seguir adelante, descendió y sus pies desnudos tocaron el suelo empedrado de la solitaria calle. Había perdido los zapatos en la terrible huida junto a su hermana tras la violenta invasión de un grupo de humanos en su casa un día antes. Todavía resonaban en sus oídos los gritos de sus padres mientras acababan con sus vidas… Le tembló todo el cuerpo y tragó la bilis que se había adherido a su garganta. No supo porqué pero su instinto le llevó hacia una de las casas, en concreto, una situada en la esquina. La humilde construcción abarcaba dos calles, era estrecha pero contaba con dos pisos. En la puerta, un dragón de hierro la invitó a cogerlo y llamar a la puerta de oscura madera. Estaba segura de que allí dentro había alguien… Y rezaba para que fuese uno de los suyos.

Lydia Alfaro. Todos los derechos reservados.

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Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora