Sengen, la diosa del Monte Fuji

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El Monte Fuji o Fuji-yama siempre ha sido un lugar sagrado y de culto. Su nombre significa “la montaña sin fin” y es todo un símbolo en Japón. Poetas y artistas de todas las épocas han caído rendidos a sus pies ante su imponente presencia y ha sido tema de multitud de versos y pinturas. Algunos ejemplos muy conocidos son las famosas Treinta y seis vistas del Monte Fuji del artista de ukiyo-e Hokusai, o los haikus de Matsuo Bashō.

El hecho de ser una montaña sagrada y un lugar donde se rinde culto a los kamis (o dioses sintoístas) también es escenario principal de numerosas leyendas de la mitología japonesa. Y la que os traemos hoy a la sección Oriental es una de ellas.

 

 

Sengen, la diosa del Monte Fuji

La madre de Yosoji estaba enferma de viruela, al igual que otros los habitantes de su aldea. Preocupado por la salud de su madre que empeoraba día tras día, Yosoji fue a ver al curandero de la aldea para pedirle consejo. Y éste le dijo a Yosoji:

—Hay un pequeño arroyo que baja por la ladera sudeste del Monte Fuji, y cerca de este arroyo está el santuario del dios del Aliento Vital. Ve hasta allí, recoge agua y dásela a tu madre. Eso la curará.

 

 

Con la esperanza recobrada, Yosoji se puso en camino para ir a recoger el agua para su madre. No tardó en llegar a una encrucijada donde había tres caminos. El joven no sabía cuál de ellos tomar, y mientras pensaba en ello apareció una muchacha muy hermosa vestida de blanco que salía del bosque.

—Sígueme, yo sé dónde nace el arroyo del templo del dios del Aliento Vital.

Yosoji no se lo pensó dos veces y la siguió. Cuando llegaron al lugar la hermosa muchacha le dijo a Yosoji que bebiera un poco de agua y que después llenara la cantimplora para su madre. Luego lo acompañó hasta el lugar donde se habían encontrado y le dijo:

—Vuelve a este lugar dentro de tres días, pues necesitarás más agua.

Y así Yosoji volvió a buscar agua al cabo de tres días, tal y como le dijo la joven. Sus visitas al nacimiento del arroyo se sucedieron hasta cinco veces más.

Yosoji estaba muy feliz al ver que su madre y los habitantes de la aldea iban mejorando día a día gracias al agua. Todos alabaron la valentía del joven y ofrecieron muchos regalos como agradecimiento al curandero por su sabio consejo. Pero Yosoji, que era muy honesto, sabía que en el fondo el mérito era de la hermosa muchacha que le guió hasta el santuario, y para agradecérselo como era debido decidió volver al arroyo para encontrarse con ella.

 

Cuando Yosoji llegó al santuario del dios del Aliento Vital descubrió que el arroyo se había secado. Sorprendido y también apenado, el joven se arrodilló y rezó para que la muchacha que tanto le había ayudado apareciera para así poder darle las gracias. Y así sucedió: al ponerse en pie la joven estaba ahí.

Yosoji le dio las gracias por su ayuda elegantemente y le preguntó por su nombre. Pero ella, con una dulce sonrisa, le contestó que no se lo diría. Acto seguido, la doncella agitó una rama de camelia y al instante bajó una nube del Monte Fuji que la envolvió y se la llevó a la montaña. En ese instante, Yosoji se dio cuenta de que esa hermosa joven era Sengen, la diosa del Monte Fuji, y se arrodilló mientras la diosa partía. Su corazón rebosaba de agradecimiento y amor. Como despedida, la diosa Sengen le lanzó la rama de camelia, tal vez como recuerdo de su amor por él.

 

 

Redacción: Mariona Rivas Vives

Historia extraída de ‘Mitos y Leyendas de Japón’ de F. Hadland Davis (Satori Ediciones)

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