Especial Samuráis | Hidesato vence al Ciempiés Gigante

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En el Periodo Heian (794-1185), el último periodo de la época clásica de Japón, vivió un hombre que formaba parte de la corte imperial sirviendo al emperador Suzaku y al que se le reconocían grandes hazañas militares. Su nombre era Fujiwara Hidesato y formaba parte del por entonces poderoso clan de los Fujiwara.

Fujiwara Hidesato es una figura muy popular en las leyendas japonesas. También es conocido y llamado por otro nombre: Tawara Toda o “Mi Señor de la bolsa de arroz”, nombre por el cual se le empieza a conocer en parte gracias al Rey Dragón, en una leyenda que precisamente hoy os traemos…

 

 

 

Fujiwara no Hidesato

 

 

Hidesato vence al Ciempiés Gigante

Un día, el gran Hidesato llegó a un puente que atravesaba el lago Biwa. Cuando se disponía a cruzarlo se fijó que una enorme serpiente-dragón estaba durmiendo y le cortaba el paso. Hidesato, sin dudarlo, saltó por encima del animal y continuó su camino como si nada.

Apenas había avanzado unos cuantos pasos cuando oyó que alguien le llamaba. Al girarse descubrió que en el lugar donde antes estaba la serpiente-dragón había un hombre que le hacía gestos con gran ceremonia. Su apariencia era muy extraña, y en lo alto de su roja cabellera relucía una corona con forma de dragón.

-Soy el Rey Dragón del lago Biwa –se presentó la criatura–. Hace un momento adopté la forma de un monstruo horrible con la intención de encontrar a un mortal que no me tuviera miedo. Y vos, señor, no habéis temido y esto me agrada. Veréis, desde hace tiempo un ciempiés baja de las montañas, entra en mi palacio y mata a mis hijos y nietos. Todos han sido pasto de ese monstruo y temo que dentro de poco yo también sufriré ese mismo destino, a no ser que alguien termine con esa terrible criatura. Llevo mucho tiempo esperando a un hombre valiente, pero todos aquellos que me han visto bajo mi forma de dragón han salido huyendo. Vos sois el único que no me ha temido y por eso os ruego que matéis a mi enemigo.

A Hidesato no le desagradaba en absoluto la aventura, y si esa aventura entrañaba algún peligro tanto mejor. Así que sin pensárselo dos veces aceptó la proposición.

El Rey Dragón guió a Hidesato a su palacio, que era tan hermoso y deslumbrante como el del Rey del Mar, y allí fue recibido con honores y se celebró un gran banquete en su nombre. Degustó todas las exquisiteces que le ofrecieron en viandas sobre pétalos de loto y escuchó el sonido del koto y el shamisen tocado por hermosas carpas mientras unos pececillos de colorines animaban la fiesta mientras bailaban. Y mientras Hidesato disfrutaba de la magnífica celebración se escuchó un ruido ensordecedor, como si de una docena de truenos retumbando se tratase.

Rápidamente Hidesato y el Rey Dragón se levantaron de sus asientos para asomarse al balcón, y la terrible vista que éste ofrecía era terrorífica: en el monte Mikami un ciempiés gigante se enroscaba en su superficie cubriéndolo por completo. Sus ojos brillaban como el fuego y sus patas parecían una serpenteante cadena de linternas.

No obstante, Hidesato no se amedrentó ante tal imagen y armado de valor cogió una flecha y la disparó con su arco. La flecha atravesó la oscura noche y se clavó en la cabeza del ciempiés, pero por desgracia no fue efectiva y se desprendió rápidamente sin infringirle daño alguno al monstruo. El guerrero disparó una segunda flecha que, como la primera, no le causó ni un rasguño. A Hidesato sólo le quedaba una flecha. Pero enseguida le vino a la cabeza una idea: la saliva humana tenía cierto efecto mágico. Así que sin dudarlo, lamió la punta de la flecha y apuntó de nuevo con su arco. Esta vez la flecha dio en el blanco y se clavó en el cerebro del monstruo dejándolo inmóvil. La luz de sus ojos y de sus patas se fue apagando y la oscuridad inundó el lago Biwa y el palacio. De fondo resonaron estridentes truenos y los relámpagos iluminaron el cielo. Con tal escena parecía que el palacio del Rey Dragón estuviese a punto de derrumbarse. Al día siguiente la tormenta amainó y el sol relucía en el cielo, mientras que en la superficie del lago el cuerpo del ciempiés flotaba sin vida.

Al haber sido aniquilado su enemigo, el Rey Dragón y los suyos se regocijaron y celebraron con gran alegría el fin del terror que habían sentido por el ciempiés gigante. Hidesato fue agasajado con un gran banquete mucho más lujoso que el anterior. Y cuando llegó la hora de su partida, una comitiva de peces transformados en hombres se puso en marcha acompañando al héroe. El Rey Dragón le entregó cinco valiosos regalos: dos campanas, una bolsa de arroz, un rollo de seda y una olla y luego acompañó al valiente guerrero hasta el puente donde se despidió de él y de sus sirvientes.

Al cabo de un tiempo Hidesato llegó a su casa y, en cuanto los sirvientes del Rey Dragón depositaron los presentes en el suelo, desaparecieron. Los presentes del Rey Dragón no eran normales y corrientes, eran mágicos: la bolsa de arroz no se agotaba nunca, el rollo de seda jamás llegaba a su fin y la olla no necesitaba fuego para cocinar. Únicamente las campanas carecían de poderes mágicos y Hidesato decidió entregarlas como ofrenda a un templo de su aldea. El valiente Hidesato se convirtió en un hombre muy rico y su fama alcanzó todos los rincones del país. Es por este motivo que la gente dejó de llamarle Hidesato y empezó a llamarle Tawara Toda, “Mi señor de la bolsa de arroz”.

 

 

 

 

Redacción: Mariona Rivas Vives

Historia extraída de ‘Mitos y Leyendas de Japón’ de F. Hadland Davis (Satori Ediciones)

 

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