El sake blanco del Shojō

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Ya estamos a finales de mes, y como siempre en la sección Oriental os traemos puntualmente una nueva leyenda.

En la historia de hoy los protagonistas son unos seres mitológicos que forman parte del folclore japonés: los Shojō, unas criaturas marinas de cabello largo y rojizo y piel rosada que sienten gran afición por la bebida alcohólica. Debido a esta característica intrínseca de estas criaturas, en Japón se utiliza la palabra Shojō para referirse a alguien que aprecia especialmente el alcohol.

Os dejamos con los Shojō y su peculiar historia con moraleja.

 

 

 

El sake blanco del Shojō

Justo después del milagroso nacimiento del monte Fuji, un hombre muy pobre llamado Yurine, que vivía cerca de la montaña, se puso muy enfermo. Yurine, que sabía que le faltaba poco para dejar este mundo,  deseó antes de morir beber una taza de sake. Pero por desgracia, en su humilde cabaña no tenían. De este modo, su hijo Koyuri, que deseaba satisfacer la última voluntad de su padre, cogió su cantimplora y se puso en marcha para ir en busca la deseada bebida.

Caminó mucho tiempo a lo largo de la playa y fue allí donde se encontró con dos criaturas de aspecto extraño: tenían una larga melena rojiza y la piel rosada como la flor del cerezo, y alrededor de la cintura llevaban un fajín verde hecho con algas marinas.

Koyuri comprobó que las criaturas estaban bebiendo sake en unas grandes tazas planas que continuamente iban rellenando con el contenido de una gran jarra de piedra. Se les acercó y les dijo:

<<Mi padre se está muriendo, y su último deseo es tomar una taza de sake antes de abandonar este mundo. Pero somos pobres y no sé cómo puedo hacer posible su deseo>>.

Al oír las palabras de Koyuri, una de las criaturas le contestó:

<<Llenaré tu cantimplora con este sake blanco>>.

Y así lo hizo. Muy contento, Koyuri corrió a la humilde cabaña a llevarle el sake a su padre. El anciano bebió gustoso la preciada bebida.

<<Tráeme más –pidió-, pues éste no es sake normal. Me ha dado fuerza y siento que la vida vuelve a correr por mis viejas venas>>.

Koyuri regresó a la playa donde encontró nuevamente a las criaturas de pelo rojizo, que le dieron bebida para cinco días. Y una vez transcurridos, el anciano Yurine ya estaba completamente recuperado.

Yurine tenía un vecino llamado Mamikiko, que sintió celos cuando supo que Yurine había conseguido sake. Mamikiko deseaba una taza de sake más que nada en este mundo, así que llamó a Koyuri y, quitándole la cantimplora, le dijo:

<<¡Déjame probar de ese sake!>>

Y bebió ávidamente de la cantimplora. Pero con gesto asqueado y encolerizado exclamó:

<<¡Esto no es sake! ¡Es agua sucia! –y golpeó al muchacho mientras gritaba:- ¡Llévame adonde están esas criaturas de las que me has hablado! Les pediré sake del bueno y espero que esta golpiza te haya servido de advertencia para que jamás vuelvas a gastarme una broma como ésta>>.

Y dicho esto, Koyuri y Mamikiko se pusieron en marcha hacia la playa hasta llegar al lugar donde bebían las criaturas de pelo rojizo. Cuando Koyuri los vio comenzó a llorar.

<<¿Por qué lloras? –preguntaron- ¿Acaso tu padre no bebió todo el sake que te dimos?>>

El pobre muchacho les contestó:

<<La desgracia ha llamado a mi puerta. Este hombre que me acompaña bebió un trago de sake, lo escupió y tiró el resto. Dice que le he gastado una broma y que he metido agua sucia en la cantimplora. Si fuerais tan amables de darme un poco más de sake para mi padre…>>

Los extraños seres rellenaron nuevamente la cantimplora del muchacho mientras se reían entre dientes de la experiencia de Mamikiko, el cual les preguntó:

<<Yo también quiero una taza de sake. ¿Me daréis un poco?>>

Los seres rosados accedieron, y el avaricioso Mamikiko cogió la taza más grande que pudo encontrar, la llenó de sake y aspiró el delicioso olor de la preciada bebida con una sonrisa en los labios. Pero en cuanto se tragó el sake sintió asco y vomitó.

Muy enfadado, Mamikiko reprendió a las criaturas por su comportamiento, pero uno de ellos le dijo:

<<Evidentemente aún no te has dado cuenta de que soy un Shojō y que vivo cerca del palacio del Dragón del Mar. Cuando supe de la asombrosa aparición del monte Fuji quise venir hasta aquí para observar el milagro con mis propios ojos, pues un suceso de tal magnitud sólo puede presagiar prosperidad y perpetuidad para Japón. Mientras disfrutaba de toda esta belleza, apareció Koyuri y tuve la suerte de poder salvar la vida de su padre entregándole un poco de sake sagrado que devuelve la salud y la longevidad a los hombres y que, a nosotros los Shojō, nos hace inmortales. Como el padre de Koyuri es un hombre honrado, el sake ejerce sobre él todas sus bondades; sin embargo, en ti y en quienes como tú son tacaños y egoístas, el sake es como un veneno.

<<¿Veneno? –gritó Mamikiko desesperado- ¡Buen Shojō, apiádate de mí y sálvame la vida!>>

 El Shojō se compadeció de él y le entregó unos polvos diciendo: <<Tómate esto con sake y arrepiéntete de tu maldad>>.

Mamikiko hizo lo que el Shojō le había dicho y comprobó que el sake sabía ahora delicioso.

De este modo, se hizo muy amigo de Yurine y años después se fueron a vivir juntos al pie del monte Fuji, donde se dedicaron a destilar sake blanco del Shojō. Y allí vivieron durante trescientos años.

 

 

 

Redacción: Mariona Rivas Vives

Historia extraída de ‘Mitos y Leyendas de Japón’, de F. Hadland Davis (ed. Satori)

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