Inconquistable Nelson Mandela

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«Invictus» (invicto, inconquistable en latín) es un poema de William Ernest Henley (1849–1903). Escrito en 1875 y publicado por primera vez en 1881, estaba incluido en la obra de Henley «Libro de Poemas», según las fuentes encontradas, no tenía título en su versión original, sólo una dedicatoria con estas siglas: A R. T. H. B.— homenaje a Robert Thomas Hamilton Bruce (1846–1899), mercante de harina que también fue mecenas de la literatura. El título de «Invictus» fue añadido por Arthur Quiller-Couch cuando lo incluyó en el Oxford Book of English Verse (1900). Henley padeció una tuberculosis en su adolescencia que supuso que le amputaran una pierna en 1875, fue entonces cuando escribió este poema desde el hospital. Su amigo Robert Louis Stevenson se inspiró en estos versos para crear a su personaje, el Capitán ‘Long John Silver’ de la famosa novela «La isla del tesoro».

El texto original en inglés dice así:

Out of the night that covers me,

Black as the pit from pole to pole,

I thank whatever gods may be

For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance

I have not winced nor cried aloud.

Under the bludgeonings of chance

My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears

Looms but the Horror of the shade,

And yet the menace of the years

Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,

How charged with punishments the scroll,

I am the master of my fate:

I am the captain of my soul.

 

Podemos leer ahora una de las muchas traducciones libres que se hicieron al español de este poema, que un siglo después sería la voz, el aliento de Nelson Mandela desde la cárcel, dicen que guardó estos versos en un trozo de papel durante sus 27 años en prisión, unos versos que le hicieron comprender que él sería el amo de su destino.

 

Más allá de la noche que me envuelve

negra como el abismo insondable,

agradezco al dios que fuere,

por mi alma inconquistable.

En las garras de la circunstancia

no me he estremecido ni he llorado.

Bajo los golpes del azar

mi cabeza sangra, pero está erguida.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas

yace el horror de la sombra,

sin embargo la amenaza de los años

me halla y me hallará sin temor.

No importa cuán estrecho sea el camino,

ni cuán cargada de castigos la sentencia,

Soy el amo de mi destino,

soy el capitán de mi alma.

 

Nelson Mandela ha muerto después de vivir casi un siglo, pero pasó 27 años de su larga vida en prisión. Fue sentenciado a cadena perpetua por sabotaje en 1963, y por fin salió de la cárcel el 11 de febrero de 1990. A pesar de la salida triunfal y del apoyo de gran parte de su pueblo, de sus viajes a Europa y de la buena acogida de los líderes internacionales, Mandela fue abucheado en su país en 1993, cuando pidió la paz después del asesinato del líder comunista Chris Hani.

Finalmente Nelson Mandela asumió el liderazgo del partido ANC (Congreso Nacional Africano) cuyo objetivo era lograr una democracia multirracial en Sudáfrica, y lo consiguió en 1994, fecha histórica por su victoria en las primeras elecciones libres en su país, fue presidente hasta 1999 y después continuó su lucha por la igualdad no sólo en Sudáfrica, sino también como mediador en otros lugares del mundo en conflicto. La realidad, más allá de la celebración de tantos logros sociales, es que actualmente Sudáfrica es un país marcado por la violencia y las desigualdades: el 16 de agosto 2012 morían al menos 34 mineros en una masacre provocada por los disparos de la policía, mientras los trabajadores pedían mejores condiciones laborales. La situación de Sudáfrica está en retroceso a pesar de los avances gigantescos y de la victoria de Nelson Mandela en 1994, pero no es un caso excepcional, es un reflejo del mismo retroceso que sufren los sistemas «democráticos» de nuestra «civilización».

Mandela no sólo fue magnífico por acabar con el Apartheid sino también por desmontar ese eterno cuento malo tantas veces contado, ése escrito sin tinta pero con sangre, y repetido hasta el hartazgo: no se puede acabar con la sumisión de los pueblos y con la corrupción del poder. Mandela demostró que era mentira.

El fallecimiento del líder negro supone vestir de luto el gesto y la mirada, pero tal vez su muerte sea un despertar para este profundo letargo, reivindicarle cada día será vital para que no se abra de nuevo la perversa página del cuento malo, una historia de dolor que desdibujó Mandela durante veintisiete años, mientras urdía la victoria y recordaba unos versos que proclamaban que somos los amos de nuestro destino.

 

Redacción: Sonia Aldama Muñoz

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