Con mis mejores deseos

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Tossa de Mar, 28 de febrero.

Hola a tod@s:

Y dale. En la próxima cambio, lo aseguro. La semana un poco rara me ha parecido. Empezó con la resaca de los Goya. No se discutieron los premios, sino lo que dijeron los premiados, pero ni siquiera eso: se discutió que los que habían dicho lo que dijeron tuvieran derecho a decirlo. Eso es muy español. En España no se discuten ni se debaten los argumentos. Aquí no vale lo de exposición, desarrollo y conclusiones, ni lo de tesis, antítesis y síntesis. Aquí el no-debate consiste en destrozar, ridiculizar o criminalizar al que piensa de manera distinta a la tuya. Y eso abarca todo el arco ideológico. Creo que Muñoz Molina también habla de esto en su último libro. Nada de ponernos de acuerdo para estar en desacuerdo; a poder ser, demoler al otro, que no quede piedra sobre piedra. En esto somos leninistas.

Si alguien tiene tiempo o ganas para leer Todo fluye, de Vasili Grossman, encontrará en ella un retrato de Lenin brillante y esclarecedor. De gustos sencillos, modesto, educado, Lenin siempre fue, en esencia, el mismo joven estudiante recién llegado a Moscú que había sido en sus inicios. Porteros, taxistas, soldados, todos podían describirlo como el hombre más afable del mundo. Nadie le oyó jamás una palabrota. Sin embargo, en cuanto subía a la tribuna de oradores, se transformaba: despiadado, cruel, de verbo afilado y preciso como un escalpelo, no se molestaba en rebatir los argumentos  del adversario; se limitaba a despedazarlo, demostrando que era un imbécil, un malvado, un corrupto. Grossman establece una relación entre este descrédito del que opina diferente y las posteriores purgas de Stalin que me parece muy lúcida.

Así, Maribel Verdú debería haber ido vestida con un saco de arpillera para criticar los desahucios y Javier Bardem debería haberse hecho la circuncisión para ser mejor amigo de los saharauis; Candela Peña, si no ha trabajado los últimos tres años es porque no ha querido: podría haberse puesto a fregar escaleras. Este es el nivel de ciertos políticos y ciertos periodistas, sean del nivel que sean. Lo llaman ser políticamente incorrectos. Tan idiota me parece el que se esfuerza en ser políticamente correcto en todo momento como el que trata lo contrario.

Ahora, que para declaraciones impactantes, Rajoy. Este hombre es una mina. Acabar tu discurso inicial del Debate sobre el estado de la Nación diciendo “si algo ha quedado claro es que somos de fiar” cuando minutos antes has dicho que has incumplido todo tu programa electoral porque has tenido que hacer de Presidente –o, en otras declaraciones, porque la realidad te lo ha impedido- es, como poco, chocante. De todos modos, no indica tanto que Rajoy sea un malvado o un mentiroso como que es lector de Quinto Tulio Cicerón, que en el Breviario de la campaña electoral, una serie de cartas aconsejando a su hermano Marco en su carrera hacia el Consulado, llega a decirle que prometa todo a todos, pues siempre es fácil decir después que la realidad no te ha permitido cumplir tus promesas.

Y la semana la cerró otra gran ceremonia, la de los Oscar. Hace años que me importa un pimiento. Ojo, me parece estupendo que haya gente que no se acueste para verla o que incluso vaya al cine a ver una película porque ha ganado este o aquel Oscar, pero a mí me da igual. O sea, puedo levantarme, ante el asombro de mi mujer, a las cinco de la mañana de un sábado para ver entrenamientos libres de fórmula uno en Japón, pero los Oscar, no. Creo que le dieron algo a Afleck. Me parece muy bien. Adiós, pequeña, adiós, me pareció una muy buena película y creo que también dirigió la inquietante Hollywoodland, pero de esta no estoy muy seguro. Y a Tarantino le han dado el Oscar por Django desencadenado. Pero bueno, fueron los mismos que no le dieron el Oscar a la mejor película a Pulp fiction, que marcó y marca un antes y un después desde que apareció.

Os prometí hablaros de los libros que iba a leer. Sólo he terminado 84, Charing Cross Road, que es la selección de la correspondencia entre la escritora neoyorquina Helene Hanff y su librero londinense. Emotiva para los que nos gusta leer. Te pasas todo el libro preguntándote por qué Helene no viajó nunca a Londres, pero la respuesta es obvia: para no estropear el ideal o el sueño. Con Facebook, este libro hubiera sido muy diferente.

Bueno, oigo resoplidos, veo consultas de reloj, cambios de pierna de apoyo… capto la sugerencia. Me voy sin hablaros de Bárcenas, ese tipo que tenía veintidós millones de euros en Suiza y ahora se ha apuntado al paro, ni sobre las elecciones italianas. Bueno, un breve apunte sobre esto último. Indro Montanelli, que había sido fascista y de derechas de toda la vida, en uno de sus últimos artículos antes de morir –tenía noventa y dos años- anunció que él pensaba votar al Olivo, la coalición de izquierdas, con tal de que no ganara Berlusconi. Necesitamos a nuevos Montanelli y va y se nos muere Hessel.

Me despido.

Con mis mejores deseos.

 

Redacción: Jerónimo Fernández Duarte

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