Pearl Jam – Lightning Bolt

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Eddie Vedder es Dios. Perdonen que me ponga categórico, o que juegue con los sentimientos de los creyentes acérrimos de todas las religiones inventadas y aún por inventar. Ya no es aquel niño que sentó cátedra para forjar toda una vertiente musical desde la depresiva Seattle, ni aquel que se abalanzaba en el Pink Pop del 92 contra una marea humana jugándose su integridad física. Lo mismo ya ni hace surf. Ahora nos tiene acostumbrados a relajadas aventuras en solitario, ukelele en mano, o haciendo bandas sonoras que merece la pena enmarcar (magnífica aportación en Into the Wild, de Sean Penn). En cualquiera de sus vertientes, propone meteóricos ascensos a la estratosfera. Y te pone la bombona de oxígeno sobre tus fauces. Un viaje peligroso que consigue transformar en un mero trámite gracias a una voz inconfundible y celestial a partes iguales.

Y con Vedder al frente, todo es posible. Hasta parir un décimo disco de estudio. Doce canciones alejadas de ser su gran obra maestra. De hecho están a años luz de conseguir algo tan redondo como Ten, algo tan prodigioso como VS o algo tan memorable como Vitalogy. Y qué más da. Nadie quiere eso. Pearl Jam ha dinamitado adolescencias, ha hecho que muchas tardes lluviosas tuvieran sentido. Y todo lo que venga después será un ejercicio de deleite ante la voz de Vedder, ante el buen hacer de Gossard o McCready a las guitarras o ante la sutileza al bajo de Jeff Ament. Aunque no alcance aquellos niveles de excelencia de antaño.

Salvo en el single (Mind your manners), que supone una potente descarga que recuerda por momentos al vigor de canciones de antaño, como Spin the black Circle, el resto de las canciones se mueven en cadencias más tranquilas (Sirens, Infallible) . Sleeping by myself recuerda poderosamente a la preciosa versión que se marca Vedder en solitario con Cat Power (Tonight you belong to me). Yellow Moon supura épica.  Pendullum nos recuerda que también ellos podían ser capaces de no sonar a Pearl Jam, de sonar a otra cosa aún por inventar. Aunque no son niños. Y su música madura, deja la efervescencia para los que vienen por detrás. Las letras continúan siendo marca de la casa. Y la sensación que nos queda tras escuchar el conjunto es la de querer que esto no acabe nunca. Y que haya Vedder para rato. Bienaventurado seas, en ti seguimos creyendo.

Crítica: Chris Val

Sobre Lourdes Caiminagua