Ojete Calor. Y no, no lo he escrito borracho

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Llámenle como quieran. En su día se le pusieron mil nombres: Chochi-pop, electro-petardo, tonti pop. El mismo perro con diferente collar. Superputa, Les Biscuit Salés, Chico y Chica, L-Kan. Hidrogenesse, Insulina y las Pony Girls. Todos eclosionaron en su día dando lugar a un estilo peculiar, falto en las formas pero también en los prejuicios. Letras divertidas, a la yugular, sin ningún tipo de reparo. Cuanto más cutre, mejor. Algunas canciones hacían sangrar los oídos, pero la gran mayoría conseguían que esbozáramos una sonrisa mientras meneábamos la cadera. Ahora de repente dos personajes sacados de las abyectas alcantarillas del humor patrio que se dan a conocer para el gran público en el mejor programa de cachondeo que ha parido jamás este país (La Hora Chanante-Muchachada Nuí) deciden juntarse hace unos años con una titánica tarea en mente: Recoger el testigo de aquel sonido que yacía perdido en los callejones de la memoria. Y para ello, nada mejor que parir un nuevo término: El SUBNORPOP. Y visto lo visto en la sala Joy Eslava de Madrid, pronto seremos legión los que disfrutemos de su embrujo.

Aún recuerdo como si fuera ayer la primera vez que los vi por televisión. Cantaron su himno Cero Sesenta en Noche Sin Tregua, programa por aquel entonces presentado por Dani Mateo. Y aquello fue un puñetero flechazo instantáneo. Temeroso de que pudieran caer en el olvido, hice campaña entre mis allegados para darles una promoción que cumplió su humilde propósito. Al poco tiempo varios disfrutábamos de sus (por aquel entonces) dos temas insignia.

Parece que otros integrantes de este pequeño lugar llamado mundo tuvieron el mismo cometido que yo, ya que la parte inferior de la sala se vistió de gala con un lleno hasta la bandera para corear las evoluciones de Carlos (Ojete) Areces y Aníbal (Calor) Gómez, perennemente ataviados con sus ya míticas mejores galas. Carlos deslumbrante con un precioso vestido de comunión de niña y botas de punta de acero y Aníbal adecentado con una americana de lentejuelas que haría las delicias de cualquier domador de circo chichinabesco y unos lustrosos pantalones cortos naranjas muy poco a juego. Show bussiness en estado puro, que complementan con una cuidadísima puesta en escena con una pantalla gigante a sus espaldas en la que se proyecta imágenes de sus videoclips, intercaladas con esperpénticas caídas de top models en la pasarela, perretes con horrendos jerséis o personajes como Ana Botella, Alfonso Arús en su versión calva tanoréxica y un largo etcétera de impresentables.

La catarsis no se hace esperar, gracias en parte a la exquisita ejecución de sus coreografías, Y al priorizar la honestidad y la sinceridad por encima de todo, condición que han heredado del Bonico del Tó, aquel mítico personaje de Areces en Muchachada. Si te dicen que alguna es en playback porque tienen que ejecutar un misterioso truco de magia sobre el escenario, te lo crees. Si aseguran que han hecho un megamix con sus canciones más mierda porque en el fondo les quieren dar salida porque las quieren, como se quiere a un hijo tonto, te lo crees. Si aseveran que lo de la homosexualidad está bien, pero eso de que se puedan besar por la calle ya no tanto, pues afirmas categóricamente. Qué cojones, el espectáculo te hipnotiza, a modo de babosa mental de Futurama se insertan en tu cerebro y liban de tus pensamientos. “SUBNORPOOOOP”, se oye retumbando en tu vacío cerebro. Y te dejas hacer.  Se han cargado todo atisbo de raciocinio a base de locos sintetizadores y de letras ácidas que provocan carcajadas incluso al más escéptico.

Porque si aún no se han percatado (mea culpa), esto que trato de narrarles fue un concierto. Hay que reconocer que dista bastante de uno convencional, que sus groupies son ligeramente diferentes a las que forran sus carpetas con los One Direction o disfrutan libidinosas de húmedas fantasías con la androginia arrebatadora de Justin Bieber. El espectáculo puede que sea más intimista que el de los anteriormente mentados, pero no duden por un segundo que alcanza momentos plagados de epifanía. Donde los asistentes se alinean en el cosmos y la oscuridad desaparece de la faz de la tierra. Épica trémula. Aunque ellos lo revistan voluntariamente de convencionalismos, y hagan parecer la gestación de la vida terrestre un mero cuesco en un bar cualquiera de barrio.

Una exquisita carta de presentación Ojete Calor, una ácida revisión al modo de vida americano (Tradiciones Americanas), una oda a la falta intencionada de inteligencia humana (0,60), un repaso por las vivencias episódicas que marcan el devenir psicológico de una persona (Chasca) o donde tienen cabida los dramas cotidianos del primer mundo (Me queda bien lo que me pongo), Un guiño a las Insulina y las Pony Girls (grupo en el que militaba Aníbal) acerca del sobrepeso y el lastre que supone en esta sociedad (Ultrapreñada) o incluso una espeluznante crítica a los mandatarios que nos gobiernan (Política). Bueno, todo este párrafo es mentira. Que no es para tanto. Que al final te ríes, y mucho. Y bailas, y mucho. Y coreas también. Y también mucho, fíjate tú que cosas. Pero de ahí a que salgas con una pancarta en mano y ganas de prenderle fuego al Banco de España…pues oye, a lo mejor sí, pero ya las traías de casa. Aún así, entre dimes y diretes y rayos y centellas, cuando te quieres dar cuenta se han cepillado entero el disco, lo han puesto sobre un mantel de cuadros a modo de picnic en el escenario y se lo han deglutido hasta las migajas para regocijo de la audiencia, que no pide “otra, otra” porque sabe que más no hay. Ni falta que hace.

Y ahí, y solamente ahí, es cuando han conseguido su propósito. Que no os confundan, cuando Areces bebe de una lata de cerveza sacando la lengua como si de un perro se tratara no está haciendo el imbécil. No. Quiere decirnos algo. Algo para lo que no estamos lo suficientemente preparados aún.

Crítica: Chris Val

Sobre Lourdes Caiminagua