Erase que se era una tórrida noche de verano en Getafe, dentro del Festival Cultura Inquieta. A eso de las 22.30 horas. Gente de lo más diversa (aunque predominantes aquellos que ya peinan canas) espera cómodamente instalada en sillas plegables de madera sumidos en un ambiente festivo cercano casi a la sensación de veraniega verbena. Tras la presentación pertinente, un anciano negro,enjuto y de pequeños brazos desproporcionados en comparación con su amplio torso se encarama en el escenario arrastrando a pequeños pasos un saxofón alto afinado en Mi bemol. Con sus 25 llaves y su boquilla. Dicen que gasta 87 años. Frótense los ojos. No puede ser verdad.
Nació allá por 1926 en una localidad de Carolina del Norte, y editó su primer disco en 1952 con el mítico sello Blue Note. Desde entonces, influenciado por el maestro Charlie Parker, ha desarrollado una carrera discográfica excelsa. Insultante para cualquiera que lleve poco tiempo en esto de la música. Tocando junto a genios de la talla de Thelonious Monk o Milt Jackson, y sentando las bases del sonido bop.
Pero pronto se decantó por el Soul-Jazz y un sonido mucho más cercano al Blues que sus coetáneos. Y ojo, que ha dejado su impronta en los sitios más insospechados. Muchas de sus melodías han sido posteriormente utilizadas a modo de beats para influyentes grupos de rap estadounidenses, como Cypress Hill, De la Soul, Dr Dre, Run DMC o US3.
Sobre un escenario aderezado con velas, un heterogéneo póker de ases. Randy Johnston a la guitarra, Akiro Tsuruga a los mandos del órgano Hammond (una maravillosa reproducción del clásico C3) y Fuku Tainaka acariciando la batería. Son ellos los que llevan el peso de la actuación, ya que Donaldson sabe dosificar su buen hacer. Sus solos levantan las ovaciones del respetable (que todo sea dicho, en ocasiones se comportaron de forma poco respetuosa con respecto al volumen de sus conversaciones, algo que empieza a ser reprobable por estos lares), pero los ofrece con cuentagotas. Pausado, sereno, con una visión artística propio de alguien cercano a los noventa años. Donaldson enjuaga sus labios, pone sobre la mesa toneladas de clase, finaliza su emotiva explosión y se esconde en un rincón. Dotado con un asiento a no más de cinco metros del micrófono. Un trayecto que recorre una y otra vez de manera implacable y lenta en 23 pasos (contados). Sosiego bajo un trasfondo de acústica envidiable para tratarse de un recinto al aire libre.
Es por eso que en ocasiones parece que el Lou Donaldson Quartet tiene como artista invitado al propio Lou Donaldson. Aparece, maravilla y se aleja, para después volver. La actuación entra entonces en una dinámica prácticamente monologuística, donde los otros tres integrantes del cuarteto dejan claro por qué se han ganado a pulso el privilegio de tocar junto a Lou. Johnston provoca con su maestría suprema a las seis cuerdas. Ovación. Es el turno de Tsuruga, una encantadora asiática que consigue aunar el sonido Hammond con las bases del bajo conseguido gracias al uso de los pedales, con una destreza pocas veces vista. Y luego llega Tainaka y rasga las almas de los presentes con ráfagas de escobilla de una precisión inigualable. Uno por uno. Formando un todo.
La propuesta en cuanto a estilos resulta abrumadora. El Jazz siempre presente, con exquisitas improvisaciones que resultan hipnóticas. Pero no deja de lado su faceta más Blues, otorgando los momentos más emotivos de la velada al agarrar el micro para dejar de lado el saxo y hacer que fluya su voz. Tan ajada como entrañable. Cantando “She drinks whisky, that´s why I love this woman” y ganándose el cariño eterno de los allí presentes. Bromeando sobre que a la gente le pueda gustar un modo tan poco ortodoxo de cantar. Moviendo sus manos muy lentamente para alentar al público. Ofreciendo píldoras de R&B como Alligator Boogaloo, bocados de Bossa Nova que dotaron de algarabía a la grada y una versión del eterno clásico de Louis Armstrong What a Wonderful World que sirvió para ganarse a los más escépticos.
Tras casi dos horas de puro espectáculo, un bis y hacerse una foto con el gentío a sus espaldas, se despidió. Lento. Pausado. Y su actitud es hasta tal punto contagiosa que consigue que no importe perder el primer autobús de vuelta. Hoy nos enseñó muchas cosas, Mr Donaldson. Que no caigan en el olvido.
Crónica: Chris Val
Fotos: Cultura Inquieta 2013
Deja una respuesta