La prosa cotidiana

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Más sabe el Chinarro por viejo que por Chinarro. O al revés, qué más da. Lo cierto es que Antonio Luque se ha convertido por méritos propios en una especie de rara avis del panorama patrio. No es un fenómeno de masas, tampoco un cantautor que se crezca en las distancias cortas. Es un trovador de fondo. Trovador porque casi toda su artillería pesada reside en sus letras. Tan comunes y tan del día a día que estremecen. Tan familiares que si la gente le conociera al nivel que merece no escogerían a Fernando Alonso o a Vicente del Bosque en las estúpidas encuestas que preguntan con qué personaje público preferirías tomarte unas cañas. De fondo porque su excelsa carrera incluye ya  la friolera de 14 discos desde que se publicará allá por el 94 su primer disco (homónimo).

Luque peina canas. Y su estética de los últimos años le dota de un halo de misterio y cercanía (qué conceptos tan antagónicos) que se vio incrementada sobre el escenario con ráfagas de humo que en ocasiones entraban ganas de disipar. Y allá abajo, entre el público, gentes de diversos pelajes que no rozaron ni de lleno el completo aforo de las instalaciones del Cultura Inquieta. Poco importaba, ya que como el propio Antonio se encargó de recordar, “no estamos todos, pero estamos los buenos”. Y es ahí, en la interacción constante con el público, donde el sevillano levita, asciende por encima del bien y del mal y ofrece rasgos de una cercanía y un salero impropios de la cultura independiente musical. Hasta el punto de sentirse inutilizado en algún momento muy puntual a seguir cantando una canción porque directamente le entra la risa. Aunque luego pida disculpas. También entre risas, por supuesto.

Y es que el personaje es, ante todo, jodidamente simpático. Hiriente en ocasiones, políticamente incorrecto en muchas otras, demostrando que está de vuelta de todo y a la vez siente la inocencia de un niño ante las cosas que de verdad importan. Los pequeños detalles, aparentemente sin importancia, que conforman la base de la existencia humana. Reparte para la Iglesia, para la alcaldía de Getafe, incluso satiriza sobre las bondades de la localidad madrileña o la independencia catalana.

La ausencia de un lleno absoluto suponía a priori un hándicap, pero pronto se vio relegado a un elemento secundario. Con un sonido bastante fiel a lo que podemos degustar en sus trabajos de estudio, el grupo ofreció un recital de 19 canciones con un único cometido. Reivindicar la simpleza, el costumbrismo. Todos podemos llegar a sentirnos identificados con lo que sale de los labios de Luque. Poesía de andar por casa, metáforas por todos comprensibles que nos acercan a los misterios de lo cotidiano.

Su banda, compuesta por bajo, batería, órgano y dos guitarras (contando la de Luque) ofrece una imagen mucho más contundente en directo. Guitarras en ocasiones apaleadas por ritmos frenéticos, que recuerdan en ocasiones al legado de Los Planetas. Aunque mi madre hoy me preguntó si el Chinarro ése era el que cantaba como Loquillo. Y a un servidor le recuerde en muchos aspectos a la figura de Paco Ibáñez. Mezcla imposible de referentes, con los que sin duda no estará de acuerdo. Pero sintomático de que nos encontramos ante un tipo inclasificable.

Abre fuego con El destino turístico. Continúa con Más grande que Barcelona. Sigue con Brasilia. Y luego Babieca. Y se planta con Hot Mothers. Después, Rechace imitaciones. Ahora viene La Buena. Acto seguido, Todo acerca del cariño.  Nos deleita con Las Fuerzas de la Naturaleza. Y con Amigo especial. Y luego otra que no me acuerdo porque fui a pedir una cerveza. Quizá Tu amigo EspecialEl lejano Oeste. Catequesis. Los Ángeles. Cero en Gimnasia. Quiromántico. Una llamada a la acción. El Rayo Verde y para finalizar, Del Montón. Y todas hablan de cosas muy distintas, de madres maduras que llevan las riendas en las cosas del placer, de jornadas dominicales frustradas en el campo, de lo estúpida que resulta la religión católica, del desamor, de Woman´s Secret, de su gusto por los gusanos de pesca, de sexo,  pero, al final, todas hablan de lo mismo. Del universo de un zorro viejo que se las sabe todas y que encima es tan empático que lo comparte contigo. Y para más INRI, con una habilidad en la prosa fuera de lo común. Algo por lo que toca estarle eternamente agradecido.

Crónica: Chris Val

Fotos: Lou Caimi

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