John Grant – Pale Green Ghosts

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Vale que este trabajo ya tenga unos mesecitos (11 de marzo de 2013), de acuerdo con que en esta dominguera sección tienen prioridad los discos recién salidos del horno. Pero aprovechamos que Rough Trade lo ha escogido como disco de este viejo año que ya languidece para sacarlo a la palestra.

El que nos ocupa es su segundo disco en solitario. En 2010 ya sorprendió a propios y extraños con Queen of Denmark. Pero no es un novato en esto. La década pasada se la pasó liderando la banda The Czars (altamente recomendable también). Pero es en este Pale Green Ghosts donde ha conseguido rozar la excelencia, domar sus demonios internos y ofrecer al mundo un fidedigno retrato de la luminosa oscuridad que recorre sus entrañas, dentro de una existencia llena de claroscuros desde que fuera diagnosticado con VIH. Pero haciendo del humor y la ironía su bandera,  con letras en las que se retrata rezumando honestidad.

Nos topamos con un trabajo grabado en Reikjavik. Y producido por Birgir Thórarinsson, de GusGus. Lo que baña de aire gélido el resultado final. Si buceas en su interior, puedes sentirlo. En la superposición de atmósferas. Sintetizadores de tristeza sobre capa de melancolía ambientados en fríos parajes helados, matizados por rayos de sol que acarician la capa más superficial de la nieve, creando un extraño efecto cegador. Que aturde pero reconforta.

La primera canción, homónima al disco, se apoya en una irresistible base electrónica. Black Belt, segundo corte, saca pecho por ser extremadamente pegadiza pese a su falta de convencionalidad. “Soy el mayor cabrón que vas a conocer jamás”, canta en GMF, secundado con los coros de una tal Sinead O’Connor. Vietnam recuerda vocalmente a Bowie. It doesn´t matter nos recuerda por momentos a Beck en su faceta más acústica. Why don´t you Love me Anymore?  es un pedacito de amargura sampleado. You don´t have to es un caudal de belleza.  Sensitive New Age Guy es extrañamente bailable. Ernest Borgnine marida el saxo con la electrónica en un peculiar duelo sonoro. I Hate this Town una luminosa declaración de intenciones. Y Glacier un final épico de violines trasnochados.

Esas son las canciones una a una. El disco…el disco es otra cosa. Algunos dicen que lo mejor del año. Quién sabe. Alejados de categóricas afirmaciones, si habéis cometido la osadía de obviarlo, o simplemente desconocíais su existencia, toca ponerse a ello. Antes de que acabe el año, preferiblemente.

Crítica: Chris Val

Sobre Lourdes Caiminagua