Ivan Ferreiro: Val Miñor – Madrid. HISTORIA Y CRONOLOGÍA DEL MUNDO

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Iván Ferreiro. El de Piratas. Sí, el de años 80. Pero también el de los seis discos en solitario. O el hermano de Amaro (talento en ciernes al servicio de las sombras). O el que tuvo huevos a versionar a Julio Iglesias antes de la explosión de los memes . El de Xabarín Club. Aquel calvo bajito que se movía espasmódicamente en el vídeo que lograron colar en la banda sonora de Batman. Rai Doriva. As Ferreiro. Él es todo eso, y mucho más, y mucho menos. Es por eso que el maniqueísmo impera. Somos tantos los que le veneramos como los que desean su lapidación pública. Para un servidor, el mayor cronista de cosas que pasan en mi interior. Cosas que nadie parece entender. Salvo él. Imagínense el mérito.

Entre Valmiñor y Madrid se mueve el universo personal de los hermanos Ferreiro. El bullicio de la gran ciudad tamizado mediante el amable ocaso que ilumina las bateas de mejillones en la ría. La playa vacía de la que hablaba en Turnedo sigue siendo la misma playa, pero gracias al productor Ricky Faulkner (Standstill, Love of Lesbian, Egon Soda) los retazos de luz ganan a las sombras en este nuevo trabajo. La banda (su formación de gala habitual con el propio Ricky ejerciendo gana un mayor peso específico. Las sonrisas se imponen a las lágrimas con un resultado muy ajustado.

Su pequeño mundo amplificado por un microscopio de millones de aumentos. Aquí pesa el nimio detalle, en su aparente sencillez, alejado de la grandilocuencia. Ensimismado ante las pequeños detalles. Catorce temas donde acaricia lo cotidiano y lo disecciona con tal solvencia que consigue impregnarte, envolverte en una extraña sensación de cercanía, casi familiaridad.  Referencias cinéfilas y de adicto a las series de ficción en el nombre de muchas canciones. La cadencia circense de Twin Peaks. Iván en estado puro en ChainatownJulieta Venegas ejerciendo de guest star en Alien VS Predator. El dormilón a modo de single infalible. El bosón de Higgs como arrebatadora explosión de apertura del disco. Experimentos con la voz y otra detonación en la impresionante Solaris, que pone el punto final. Y los 603 kilómetros que separan Madrid de Nigrán como campo de batalla, escenario de tormentos, sinsabores, sonrisas y ecuaciones sin solución aparente. La vida, vaya.

Crítica: Chris Val

Sobre Lourdes Caiminagua