Hoy proponemos un domingo incómodo. A través de un viaje sonoro de naturaleza robótica, sumidos en canciones largas e instrumentales, de textura compleja y sin duda alejadas varios años luz de cualquier atisbo de música comercial. Suena descorazonador, pero el que sea capaz de poner los cinco sentidos en este álbum, descubrirá una obra mayúscula, con el único cometido de hacerte sentir más pequeño a golpe de sintetizador.
Electrónica experimental, drones en bucle, sonidos machacones y retazos de post rock y ambientes asfixiantes se dan la mano en el nuevo trabajo del dúo de Bristol, cuna del trip hop. Se trata de su tercer trabajo de estudio, y llega para cerrar una trilogía que comenzaron con Street Horrrsing y que tuvo continuidad en el más que aplaudido por la crítica Tarot Sport. Andrew Hung y Benjamin John Power se disfrazan de cyborgs en esta ocasión y usan sus recién adquiridos brazos biónicos con el único fin de revolver tus entrañas. Autoproducidos y distribuidos por el sello ATP Recordings.
Slow Focus nos transporta a un mundo deshumanizado, tierras de colores opacos donde el humo envuelve todo, donde los amasijos de hierro se entrelazan creando selvas de acero oxidado. La última planta de una industria abandonada donde el oxígeno es irrespirable. Es un álbum de fiesta introvertida. Aquí no hay espacio para las voces humanas. Pero sí para unas bases más lentas que en sus anteriores trabajos. Atmósfera densa a lo largo de siete cortes, siete puñetazos en la cara. Algo menos de una hora en la que inhalar dióxido de carbono. Épico y decadente. Pero siempre melódico. Enérgico y desconcertante. Un viaje con velocidad de crucero a la constelación de Orión.
Con estos ingredientes, no cabe esperar un resultado bailable. Aún así, no podrás parar quieto durante su escucha. Hablamos de un disco de naturaleza inquietante, como una visión infinitesimal del universo. Ajeno a modas. Un lugar perfecto en el que perderse. Siempre ataviados con cascos para disfrutar de todos sus matices.
Crítica: Chris Val
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