Date Palms – The Dusted Sessions

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Un grupo con nombre de un tipo de palmera, cuyo nombre científico es Phoenix dactylifera. Unas palmeras de jugoso fruto, dicen. Una descripción que bien podría adjudicarse a este dúo californiano que se apoya en colaboraciones esporádicas de amiguetes diversos para dar color a este, su tercer disco. Que viene después de un segundo. Y que antes de este, hubo un primero. Gregg Kowalsky se encarga de los teclados y diversos cachivaches electrónicos. Marielle Jakobson aporta sonidos de violín, flautas, y más cacharros futuristas.  Y más allá del dueto titular, sus amigos pulen y barnizan el resultado final a base de sonidos poco convencionales, polvo y ocasos entre cañones rojizos . Ben Bracken a los mandos del bajo eléctrico.  Michael Elrod  nos deja la boca abierta con su uso de la tanpura (instrumento indio de cuerda que permite obtener sonidos zumbantes constantes),  y Noah Philips con la primera guitarra eléctrica que se escucha en toda la discografía de Date Palms.

El resultado es un disco que toca deglutir con esmero, sin prisa. Alejados de convencionalismos. Aceptando cada uno de sus recovecos sonoros, a sabiendas de que sus derroteros nunca desembocarán en explosiones sonoras propias del progresivo. En cambio, los cuchillos se afilan en la tensa espera. Una guerra fría en la que cada acorde promete ser seguido por el apocalipsis, pero ahí sigue, contenido. Apretando los dientes, sin llegar a soltar nunca la patada. Estructuras que se hermanan con el nu-jazz, momentos donde las notas se convierten en cantos lúgubres de cementerio indio.

La idea del disco es sencillamente brillante. Pensado para distribuirse principalmente en vinilo, la cara A nos transporta a plácidas estepas ocres. Un cielo azul de nubes altas teñido por el ocaso. Lo que sería la cara B cambia ese tono amable por melodías más densas. Crece la noche en el desierto y los demonios aparecen, silbando entre el viento y la oscuridad impenetrable. Pintura de trazo finísimo para un cuadro que sorprende en su concepción y en su ejecución. Aunque nunca llegue a estar en la sala más visitada. Aunque quede eclipsado por otros cuadros con más solera.

Crítica: Chris Val

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