Beady Belle – Cricklewood Broadway

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Beady Belle (no confundir con Beady Eye, esos Oasis descafeinados sin Noel) es un grupo noruego que posiblemente no conozca tu vecina del tercero, pero que acaba de editar su sexto disco de estudio. Lleva por nombre Cricklewood Broadway.

La propuesta gira en torno a un trío noruego donde destaca con creces la figura de Beate S. Lech, cantante mayúscula con un poderío vocal que la sitúa a años luz de cualquiera que pretenda hacerla sombra dentro del género. Se acompaña al bajo y a los sonidos programados por el que otrora fuera su marido, Marius Reksjo. Erik Holm completa la formación a la batería.

Si en sus primeros álbumes abrazaban un sonido más propio del nu-jazz, tonteando con agradable resultado con el acid-jazz, posteriormente (En Belvedere y en At Welding Bridge) mostraron cierto apego sonoro por el sonido folk americano o las raíces africanas. Visto el eclecticismo reinante, no debería sorprendernos que su nuevo trabajo derive en nuevos caminos, nunca excesivamente experimentales pero sin huella presente en anteriores discos.

Y es que este nuevo retoño gusta de mamar del Soul. Y del Funk. Al estilo blanco, entretejido con parsimoniosas melodías que se acercan peligrosamente a un producto más easylistening, pero sin desvirtuar un ápice a la música negra. Es sosiego, alejado del músculo sudoroso, pero conservando intacta su esencia. Pocos octanos, misma intensidad. Bases limpias y en apariencia inocentes que esconden el genoma del sentimiento más arraigado (Ojo a la pegadiza melodía de Saved, canción que sirve de apertura).

En My name on the World apuestan por sonidos más oscuros e intimistas, demostrando que sus registros parecen  Y por si fuera poco, invocan a Jah en Poppy Burt-Jones, corte que con sus toques Reggae consigue transportarnos a Kingston (o a Duncans) sin la sensación de estar llevando a cabo un turismo desconsiderado con el entorno.

Cricklewood Broadway es un ejercicio de madurez. Solvente, dejando de lado intenciones megalómanas. Un disco sin pretensiones. Como la belleza pura.

Crítica: Chris Val

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