Mujeres en la literatura: Alejandra Pizarnik

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Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires en 1936. Estudió filosofía y después viajó a París para estudiar Literatura Francesa en La Sorbona. Escribió poemas en varias revistas y colaboró con algunos diarios. Hoy es considerada una de las poetas surrealistas y líricas más importantes de latinoamérica, aunque no hay que olvidar que también era narradora y ensayista.

Alejandra escribía sobre una jaula que se vuelve pájaro: deseo de libertad y obsesión por la muerte seductora, dos contradicciones que hicieron de su poesía una deliciosa pero cruel manera de comprender el mundo: la vida escrita a través de palabras deshechas en una experiencia vertiginosa que la llevó hasta el punto y final de su historia.

Cuentan que Julio Cortázar le escribió una carta como respuesta a la que ella le mandó en julio pero que él recibió en septiembre. Cuentan, y no sabemos si así ocurrió, que Cortázar le decía que el poder poético era de ella: «solo te acepto viva, solo te quiero Alejandra«, una hermosa despedida que podrían ser los versos de uno de los escritores más reivindicados de la literatura. Los lectores de Pizarnik siguen aceptándola solo viva, y queriéndola Alejandra.

No es fácil destacar la obra literaria de una mujer en un mundo de hombres. Las escritoras son obreras de palabras que durante décadas y décadas luchan para encontrar un sitio visible en la literatura. Dicen que las mujeres empezaron a ser libres cuando aprendieron a leer, que ahí empezó el feminismo. No sabemos si esta afirmación es compartida hoy por algunas abuelas, aún analfabetas, que han asumido el peso de la batalla por la igualdad durante sus vidas, y tal vez tampoco estarán de acuerdo los cuenteros, que gracias a la narración oral, han llevado sus relatos a través de los siglos, pero es cierto que la lectura lleva a la escritura, y ahí es donde Alejandra invoca un reino que sólo le pertenece a ella: el de jaulas que vuelan transformadas en pájaros que revolotean en versos perfumados con la cadencia de la Musa. Así la llamaba Cortázar.

Su poética está grabada en los siguientes libros: “La tierra más ajena”. 1955, “La última inocencia”. 1956, “Las aventuras perdidas”. 1958, “Árbol de diana”. 1962, “Los trabajos y las noches”. 1965, “Extracción de la piedra de locura”. 1968, “El infierno musical”. 1971 y “Textos de sombra y últimos poemas”, obra póstuma publicada en 1982.

Alejandra murió en 1972 a los 36 años y nació en el 36. Ella es como espiral que retorna para  continuar su vuelo incesante a través de la poesía, ésa que anhela por igual la niñez y la muerte, que habla de certezas insoportables y de locuras hechas con pétalos y sangre. La inquietud por conocer el origen de algunas de sus obsesiones la encontramos en esta cita de César Aira en su libro Alejandra Pizarnik (Beatriz Viterbo Editora, 2001): «Tuvo una invencible aversión a la política, que justificaba con el hecho de que su familia en Europa hubiera sido sucesivamente aniquilada por el fascismo y el estalinismo. (…) Para ella, la literatura tenía un único compromiso con la calidad«.  De origen ruso-judío,  ya hay en su apellido una primera anécdota: es posible que su verdadero apellido sea Pozharnik, y que se cambiara en el registro como también cuenta  Aira.

En un solo poema, la argentina resume la incertidumbre de la existencia, la desolación del paraíso perdido y la búsqueda del yo a través de los pasos del recuerdo, en un título: el despertar, que nos deja dormidos en un sueño de versos, y sufrimos, pero gozamos, como si también tuviéramos sus alas.

 

El despertar

                                                      A León Ostrov

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo

De «Las aventuras perdidas» 1958

 

Redacción:  Sonia Aldama Muñoz

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