La hora bruja

Dong… dong… dong… dong… El sumo silencio, que reinaba en aquella casa endemoniada, conseguía que al ser roto por el sonido… Dong… dong… dong… dong… …De aquel reloj, le pusiese […]
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Dong… dong… dong… dong…

El sumo silencio, que reinaba en aquella casa endemoniada, conseguía que al ser roto por el sonido…

Dong… dong… dong… dong…

…De aquel reloj, le pusiese los pelos de punta y le acelerase el corazón.

Miró la hora: las once y media.

Queda poco para la hora bruja―. Pensó febrilmente mientras su cuerpo comenzaba a producir un denso e incómodo sudor.

El reloj dejó de sonar y el silencio sepulcral volvió a reinar en la casa.

Pero esta vez, lejos de tranquilizarse, sintió como el miedo comenzaba a crecer como una plaga invadiendo todo su ser, revolviendo sus entrañas como un ciclón.

 

―A la llegada de la próxima hora bruja, la muerte te vendrá a buscar ―sentenció la extraña mujer del mercado.

Diana deambulaba aquella mañana tranquilamente por el mercado dela Calle Sagunto, distraída entre distintas prendas de ropa y pares de zapatos cuando se topó con aquella vieja extraña.

De pronto, la escena más siniestra y rara de su vida se paseó ante sus ojos con forma de premonición: sintió el choque de los cuerpos y una corriente eléctrica que la golpeó produciendo en ella un espasmo. Cuando enfocó su mirada vio aquel rostro sumamente arrugado y aquellos ojos negros… tan negros que por un momento le pareció que no contenían pupilas ni iris… eran un pozo negro tan oscuro como las palabras que pronunció.

La vieja la observó con una expresión absorta e inquietante a la vez. Y, entonces, con un brillo en aquella mirada negra, lo dijo:

―A la llegada de la próxima hora bruja, la muerte te vendrá a buscar.

Y, sin más, se fue. Dejando a Diana sin aliento. Quieta y con los pelos de punta en medio del transitar constante de gente a su alrededor. Los gritos de los gitanos anunciando ofertas y el cacofónico ambiente volvieron a escucharse en sus oídos, tras los segundos más extraños de su vida.

Todo el día había estado rumiando aquella maldita frase sentenciadora.

¿Iba a morir aquella noche?

No… Aquello tan sólo era una locura de una vieja estúpida que había querido asustarla… Sí… era sólo eso.

Pero, entonces ¿por qué había tenido durante todo el día esa quemazón en el estómago? Esa inquietud creciente conforme veía pasar las horas. Las actividades diurnas se habían ido reduciendo a medida que el sol se iba escondiendo en el horizonte; y el miedo había ido, sin embargo, en aumento.

La hora bruja…

Se levantó del suelo de su habitación. Llevaba dos horas agazapada al lado de la ventana esperando su llegada. Pensó que sus miedos eran absurdos.

¿Cómo he podido asustarme tanto por culpa de una vieja chocha?

Salió de la habitación y avanzó entre las sombras hacia el piso de abajo. Apenas había cenado, así que decidió coger algo del frigorífico antes de acostarse y olvidar aquel día tan aterrador.

Un sonido apagado le hizo parar la marcha hacia la cocina. Provenía del salón situado a su izquierda… Recordó que su gato Simba andaría también deambulando entre la oscuridad al igual que ella. Lo llamó. En verdad prefería tenerlo cerca, aun se sentía algo inquieta.

Llegó a la cocina y encendió la luz. El gato no apareció. Pero otro sonido llegó hasta ella… esta vez oyó claramente un susurro al otro lado de la puerta.

Hora bruja… La muerte te vendrá a buscar.

Soltó un taco y se reprendió a sí misma por reproducir en su mente la misma cantinela una y otra vez.

Un nuevo susurro flotó por el aire. Otros más se le unieron creando de pronto un coro de voces lejanas, apagadas… extrañas.

¿Se estaba volviendo loca? No podía ser todo fruto de la sugestión… era demasiado nítido. ¡Los oía!

La hora bruja… ¡Vas a morir!

Su grito resonó por cada rincón de la casa y sus pasos apresurados golpearon el suelo con apremio. Llegó hasta la puerta de salida. ¡Tenía que escapar de allí! Los susurros sonaban cada vez más fuerte en su cabeza impidiéndole pensar con claridad.

Abrió la puerta pero antes de poder cruzar el umbral, algo se cernió a su cuello con fuerza. La sensación viscosa y fría se extendió por cada poro de su piel unos segundos antes de pender flácida mientras su mirada vidriosa apuntaba a algún lugar justo en el lado contrario al natural.

La puerta quedó abierta en la oscura noche sin luna, mientras desde dentro se pudo oír como los latidos del reloj de pared, comenzaban a sonar. Eran las doce.

Dong…dong… dong… dong.

 

                                                           ***

 

Este es un relato del año 2009 rescatado de mi antiguo blog en el portal Libro de Arena.

Quisiera desearos, pandorianos, un feliz Halloween y, sobre todo, una pacífica noche de brujas. Y recordad: no miréis nunca debajo de vuestra cama o podríais encontraros mirando a los ojos del monstruo.

 

Autora: Lydia Alfaro

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