La buena literatura estimula nuestro cerebro

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La revista Science publicaba el 3 de octubre que «las lecturas literarias son las únicas que estimulan la teoría de la mente», es decir, nuestra capacidad para ponernos en el lugar del otro. La explicación que dan los científicos de la Nueva Escuela de Investigación Social en Nueva York, es que la alta literatura nos capacita para percibir el mundo desde varios puntos de vista simultáneos: nos obliga a tener más datos sobre la vida de los propios personajes; mientras que la ficción literaria guarda relación directa con las áreas de nuestro cerebro relacionadas con la emoción social, la no ficción o las novelas malas no lo hacen.

En un estudio de Mariano Chóliz y Consolación Gómez sobre las emociones sociales (enamoramiento, celos, envidia y empatía) explican que “una de las características de las emociones sociales es que se trata de experiencias que tienen sentido en su relación con los demás. Surgen en un contexto social determinado, que es el que les confiere significación y necesitan del análisis de los otros para poder entenderse apropiadamente. Nos enamoramos de alguien, tenemos celos de otra persona, padecemos envidia por lo que otros poseen y sentimos que empatizamos con el sufrimiento o el placer de los demás”.

Pero si regresamos al estudio que realiza la Nueva Escuela de Investigación Social, vemos cómo la premisa se centra en el lector, y no en el escritor, por lo que se deduce que, si según ellos, “la ficción literaria requiere una implicación intelectual y un pensamiento creativo de sus lectores”, también podemos darle la vuelta y analizar la teoría desde el punto de vista del escritor, y plantear una cuestión de la que sí han debatido con vehemencia muchos intelectuales: ¿resulta más sencillo elaborar un plan de muertes y asesinatos en una novela de espías, que buscar personajes, conflictos o tener una voz que trasmita esas emociones sociales en el lector?

Si se logra que el lector haga un ejercicio intelectual y se vacíe de experiencias superficiales para llenarse de estímulos y lograr ponerse en el lugar del otro, el debate sobre la importancia de la lectura cambiaría de argumento y de finalidad. Lo que habría que promover no es que se fomenten grandes planes de lectura en colegios, institutos o desde organismos públicos y privados, lo importante sería que se hiciera ese ejercicio de empatía. Ponernos en el lugar del lector para hacerle comprender, que lo importante no es sólo disfrutar de la lectura, sino que, al menos de vez en cuando, leer a Aghota Kristof o a Faulkner supondrá, además de un esfuerzo intelectual, el desarrollo de nuestra capacidad para obtener puntos de vista simultáneos, tan importantes para desprendernos de prejuicios y percepciones obtusas sobre lo que nos rodea.

La manera más fácil de ver el acierto de este estudio es leer un pequeño párrafo de cualquiera de los grandes libros de la historia de la literatura, da igual la página, al azar, y abrir por ejemplo “Mientras agonizo” de William Faulkner en la página 11: “Por cierto que es dura la vida para las mujeres. Para algunas. Me acuerdo que mi madre llegó a los setenta y pico. Siempre atareada, lloviera o hiciese sol. Sin un día en cama desde que le naciera el último crío. Hasta que, un buen día, hizo como si mirase a su alrededor, y entonces va y coge aquel camisón suyo, adornado con puntillas, que había tenido guardado cuarenta y cinco años y que nunca había sacado del arca, y fue y se lo puso y se echó en la cama y se tapó con el cobertor y cerró los ojos.”

 

Redacción: Sonia Aldama

 

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