Finalista del I Certamen Literario «Pandora Magazine»: Fernando Bar Quitáns, «Preferiti»

Print Friendly, PDF & Email
6 Votos obtenidos¡Vótame!

 

Los hombres de rojo, aquellos que eran guardia y custodia de la tradición de la institución a la que representaba caminaban entonando un himno ancestral.

Entre ellos, uno, cuyo porte era principesco, pastor de una de la diócesis más importantes del mundo, tenía su pensamiento puesto en otro lugar. Había dejado su casa bien niño por una vocación que poco a poco fue descubriendo. Hijo único, sus padres había visto marchar al fruto de sus entrañas con cierto dolor. Poco a poco se acostumbraron a la soledad. Y él fue escalando puestos en la jerarquía. Siempre por méritos propios.

Había sido el alma mater de todo este proceso, la púrpura le llegó en el momento justo, al igual que su designación como pastor de la gran ciudad, una de las mejores del mundo. Su don de gentes y su don de lenguas le hacían el candidato idóneo que salía constantemente en las quinielas de los “preferiti”.

Pero él pensaba en su secreto, su gran secreto, aquel que se llevaría a la tumba, una historia de amor fruto de la cual, había nacido una hija. Todo se complicó… él estaba enamorado, ella también. A punto de colgar su hábitos, al final logró convencerle el hombre de blanco que, hacía unas semanas había anunciado su renuncia al solio pontificio.

-“Te necesito. No te vayas, aunque hayas hecho lo que sea, te necesito a mi lado

Y él se había dejado convencer. Como premio a su servicio, la púrpura le llegó. Su mentor, con el tiempo cambió su vestimenta, de rojo a blanco y le dijo: “Te quiero a mi lado”. Nuevamente abandonó su puesto y fue llamado a la Urbe. A un puesto de confianza. Hacía unos meses le había comunicado su decisión: “Quiero renunciar. No me encuentro bien. Soy viejo”.

Sabía que, por su cercanía al solio, era uno de los grandes candidatos. Así llegó el momento de la llegada a la capilla. Después del juramento de silencio y del “extra omnes” se cerraron las puertas con un candado. El Conclave estaba constituido.

Tardaron tres días en deliberar, todos los purpurados pasaron por el altar varias veces al día pronunciando la misma letanía “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”. Pero no fue hasta el tercer día en el que la estufa sacó humo blanco.

Cuando el protodiácono salió y solemnemente anuncio: “Annuntio vobis gaudium magnumHabemus Papam: Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum…” él respiró.

No había salido elegido. Dios le había amparado.

En el encuentro con Su Santidad le dijo al oído que tenía que arreglar cierto asunto privado. El Papa le dio la bendición y le dijo, “Vete, pero Nos te esperamos acá, te necesitamos”.

“Sí, Santidad” había sido su respuesta. Y disculpándose ante el Papa, salió por el portone di bronzo con una sotana negra mientras la multitud aclamaba al nuevo Romano Pontífice.

Laus Deo.

 

Autor: Fernando Bar Quitáns

Sobre pandoramgzn