Editorial: Ediciones irreverentes
Parece natural que la moda se ponga de moda y más sorprendente que, hasta ahora, apenas dos películas –El diablo viste de Prada y Coco: de la rebeldía a la leyenda de Chanel– fueran la aportación de la moda al mundo de las artes, salvo en fotografía, claro.
Ese hueco va a quedar muy bien cubierto por tres flancos. Por un lado, la recién estrenada, Yves Saint Laurent, en cine; por otro, la esperada tercera novela de José Luis Hinojosa, profundo conocedor de este mundo por su labor en los años 90 en Cortefiel. Su novela aparecerá a principios de octubre bajo el título Las lágrimas del agua -Antonio Machado Libros- y, por supuesto, nuestra recomendación de hoy, El hombre construido, de José Villacís –Ediciones Irreverentes- en teatro.
Me temo que las tres nos alertan de los peligros de la moda. Todas empiezan, cada una a su manera, presentando un mundo de negocio y felicidad. En el caso de la obra de Villacís, desde una perspectiva algo satírica que nos acerca al cuadro dedicado al Pelele, de Goya o al teatro de títeres de Valle-Inclán. Así, el bello protagonista –David Bruni, no pierdan de vista la coincidencia, supongo que bien poco casual, con Carla Bruni- se convierte en un hombre-maniquí al que ponen y quitan ropa, le hacen firmar contratos, le fotografían de todas las maneras posibles, en definitiva, un pelele en manos de sus asesoras.
La moda se convierte en una droga que domina nuestra voluntad, representada de manera magistral en un perfume cargado de feromonas que doblegaría las voluntades más inquebrantables. Aviso a navegantes porque ya no hace falta echar algo en la bebida de nadie para despertar sus instintos más animales. Es decir, que José Villacís nos recuerda de manera sutil que somos animales, tan materia como el agua que se pone a la lumbre y se evapora.
Desde luego, el relato es de una gran intensidad, algo que está demandando la escena actual. Con obras como esta queda demostrado que no hace falta ser Juan Mayorga para escribir una buena obra de teatro que nos haga conectar con la escena sin perder un segundo de atención. Entiendo que El hombre construido, en justicia, debería llevarse a las tablas, y en caso de que así fuera, me encantaría ver la representación. Por cierto, aquí encontramos otro de los ingredientes casi constantes en la obra de José Villacís, se trata de su influencia norteamericana que nos lleva a los clásicos estadounidenses, por ejemplo, Quién teme a Virginia Wolf, una obra que les ayudará a hacerse una idea de la intensidad dramática que estamos refiriendo.
Algún purista hablaría de las erratas, que las hay. Por mi parte, a una gran obra se le perdona todo. Grandes nombres de las letras tenían sus fallos, sobre todo en la época de los manuscritos, y no por eso dejamos de considerarlos grandísimos escritores. En lo que a mí respecta, una errata es una anécdota, algo que nos recuerda que la propia perfección, en sí misma, es igual de aborrecible.
Pero el mensaje está muy claro, la moda es una droga sutil que nos atrapa y nos lleva a penosas consecuencias. Es ahí donde enlazan este trío de referencias que hoy estamos recomendando y que aportan mucho al vacío que había respecto a la moda en la literatura. Cuando hay una confluencia de mensajes tan exacta debemos tomar bastante en serio el aviso que se nos está enviando. Cada una en su soporte y a su manera, desde ópticas muy diferentes, llegan a la misma conclusión. Por lo tanto, reto a nuestros lectores a que se empapen de las tres obras y saquen sus propias conclusiones.
En el aspecto formal van a encontrar un producto típico de la factoría Villacís. Para quienes no conozcan al autor, es maestro en los géneros breves y directos: la poesía, el teatro y el relato breve. Ha escrito también novela, pero el Villacís más intenso se encuentra en estos géneros. Se me ocurría la metáfora de comparar la literatura de Villacís con un golpe certero de Karate, una literatura que nos deja fundidos con un toque seco, certero y preciso. Como buen profesor, sabe que la atención es inversamente proporcional al tiempo, es decir, cuanto más tiempo, menos atención. Creo que quienes conozcan al autor estarán de acuerdo con esta definición, pero será mejor que juzguen ustedes mismos.
Adolfo Caparrós Gómez de Mercado
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