Dragón. Capítulo 2

Susana respiró hondo. Visualizó la impresora que tenía delante. Una mancha borrosa de color blanco le devolvió la mirada. ¿Qué me está ocurriendo? Llevaba un mes sintiéndose mal. Su cuerpo […]
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Susana respiró hondo. Visualizó la impresora que tenía delante. Una mancha borrosa de color blanco le devolvió la mirada.

¿Qué me está ocurriendo?

Llevaba un mes sintiéndose mal. Su cuerpo parecía avisarle de que algo no marchaba bien; estaba cada vez más cansada, apenas dormía por las noches y los mareos eran cada vez más frecuentes. La visión se volvió negra de pronto y supo que se iba a desplomar contra el suelo.

Despertó sin saber cuanto tiempo había estado inconsciente con un gran dolor de cabeza. Se incorporó y un folio resbaló por su espalda. Era la fotografía que había hecho la noche anterior. Recordó el momento en que sintió la gran necesidad de salir a la calle. Sus ojos ardían de pronto y, algo extraño, una sensación de hormigueo e inquietud recorría su cuerpo. Reprimió las ganas de salir… eran las tres de la madrugada. Sin embargo, sí abrió el balcón de su habitación movida por algún tipo de instinto. Había algo… algo que necesitaba ver. Localizar. Observó la quietud de la ciudad. Sólo el sonido de coches lejanos, de manera esporádica, y el suave mecer de las copas de los árboles por la brisa levantina. Los ojos volvieron a arder. Gimió de dolor frotándose. Y entonces, como si hubiese desarrollado algún tipo de radar interior, levantó la vista y vio algo. Una silueta oscura sobrevolaba los edificios de la calle de enfrente. No conseguía distinguir qué podía ser, así que corrió a por su cámara digital de alta resolución y le hizo una foto. Cuando apartó el objetivo de sus ojos, la extraña figura voladora ya no estaba y, su cuerpo, aquejado por los estragos de la adrenalina, cayó de nuevo en depresión.

Sujetó el folio como si le fuese la vida en ello. Estuvo horas y horas observando la imagen que había congelado la noche anterior… Pero no lograba encontrar una explicación a lo que estaba viendo. Aquello, si dejaba de lado el hecho de que era una locura, parecía un dragón. Un enorme y precioso dragón negro y alas color celeste.

 

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Johan no podía creerlo. La había encontrado. Se había trasladado de nuevo a la zona costera del país, aquella bañada por el mar mediterráneo. Siempre le había gustado ir a aquel lugar; bañarse en sus aguas durante la noche, en alguna cala oscura y alejada, para poder gozar en su verdadera forma. La luna parecía ejercer un influjo mágico en aquellas aguas, algo que le provocaba más vitalidad cuando se fundía en ellas. No sabía a dónde ir y sólo había pensado en aquella zona sin darse cuenta.

Pero ahora ya tenía claro el porqué. Allí estaba su compañera. Su alma gemela. Y ella le necesitaba con tanto apremio como él. Había llegado el momento de seducirla.

 

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Los médicos no encontraban la razón de aquellos síntomas tan alarmantes de deterioro físico. Llevaba  semanas de consulta en consulta sin obtener resultados. Y cada vez se sentía peor… Tenía los nervios destrozados por culpa del insomnio. Su cuerpo le pesaba toneladas, su pelo se estaba cayendo, su color de piel era pálido y lucía unas ojeras importantes. Por si fuese poco, todo lo que comía le sentaba mal y se estaba quedando en los huesos.

Me estoy muriendo…

Alguien llamó a la puerta de pronto. Miró el reloj de su muñeca. Las doce del mediodía. No esperaba visitas. Llevaba semanas eludiendo ver a nadie… no quería que viesen su deterioro físico y anímico. Probablemente moriría en cualquier momento, sola en su piso. ¿Qué le estaba ocurriendo?

Volvieron a llamar a la puerta.

Susana se acercó a la mirilla y lo que vio le secó la garganta. Era un tipo, pero no uno cualquiera… ¡Era guapísimo! El pelo negro azabache le caía largo hasta los hombros, ondulado, seguramente muy suave y su mirada era de un celeste cegador… Los ojos le ardieron de repente, como la noche anterior, y el hormigueo en su cuerpo brotó provocando que se encogiese. Se apoyó en la puerta y atinó a preguntar:

―¿Quién es?

Pero no obtuvo respuesta o, quizás no la escuchó, puesto que lo vio todo negro y sintió el frío golpe del suelo contra su nuca al chocar.

(Continuará…)

 

Autora: Lydia Alfaro

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