Dragón. Capítulo 3

Johan oyó el golpe y supo que algo malo le ocurría a su compañera. Debía de estar tan débil como él. Puso su mano sobre el pomo hasta derretirlo. Después, […]
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Johan oyó el golpe y supo que algo malo le ocurría a su compañera. Debía de estar tan débil como él. Puso su mano sobre el pomo hasta derretirlo. Después, dio un suave empujón a la puerta y se abrió fácilmente, revelando la delgada figura femenina que yacía inconsciente en el suelo.

Sintió la agradable sensación recorriendo su cuerpo por entero. La esencia de su compañera se adentraba en él lenta y débilmente. Olía a brisa marina. Se arrodilló para cogerla entre sus fuertes brazos y la llevó al sofá para acostarla.

Se sentó en el suelo y la observó durante largo rato. Era preciosa, pero estaba seriamente enferma. Más débil que él incluso. Dio gracias al destino por haberles reunido a tiempo. Su pelo castaño claro caía por su espalda sin brillo y enredado. Estaba muy pálida… sus resecos labios lucían un ligero tono amoratado y estaba muy delgada. Se acercó a su oído y le susurró tiernamente:

―Ya estoy aquí, amor mío, te pondrás bien.

Ella abrió los ojos de repente y gritó dando un salto del sofá. Johan se levantó para calmarla pero ella habló:

―¡Quieto! ¿Quién eres y cómo has entrado en mi casa?

―Escucha…

―Susana ―no supo por qué se lo dijo, pero una parte de ella se sintió empujada.

Él sonrió de lado.

―Susana… un nombre tan precioso como su dueña.

Ella sacudió la cabeza intentando no sucumbir a esa sonrisa perfecta, esos labios carnosos que no podía dejar de mirar… Era un desconocido que se había colado en su casa mientras estaba inconsciente. Debería estar aterrada e intentando escapar, en cambio, lo único que tenía ganas de hacer era… Respiró hondo y notó de nuevo el ardor en los ojos. Él se estremeció al mirarla.

―Tus ojos arden ante mi presencia. Anoche te ocurrió ¿verdad? ―vio el folio con la foto del dragón en el suelo y la cogió― Me fotografiaste…

Johan soltó el folio y fue hacia ella para sujetarla por la cintura y atraerla hacia la calidez de su cuerpo. Ella intentó resistirse al principio pero ambos sabían que no tenía fuerzas para luchar… Y, además, en realidad le gustaba la cercanía. Era como si un bálsamo ejerciese su papel sanador cuanto más cerca estaban. Inconscientemente, Susana supo que él podía contestar sus preguntas.

―¿Qué me está ocurriendo? ¿Quién eres tú?

Sus rostros estaban a escasos centímetros. Susana sintió el suave olor a tierra, a naturaleza en él. Inspiró con intensidad sin importarle lo que él pensase de su actitud. El deseo apareció irremediablemente.

―Tu cuerpo se está muriendo Susana. Muere porque necesitas sellar tu unión con tu alma gemela… Por tu debilidad extrema puedo imaginar que eres medio humana.

¿Medio humana? Un momento…

Se tensó. El deseo menguó sensiblemente. Ahora el temor hacía acto de presencia. Decidió no hablar… pese a comenzar a pensar que el tipo estaba como un cencerro, algo en su interior necesitaba escuchar lo que tenía que decirle.

―Tus ojos son dos pequeñas bolas de fuego, arden porque me necesitas: yo soy tu alma gemela, Susana. Tu compañero. También mis fuerzas están menguando. He estado mucho tiempo buscándote sin éxito y ahora mismo mi felicidad es infinita.

Johan acarició su rostro con suavidad. Un ligero aunque intenso toque. La piel de Susana ardió y volvió a tensarse. De nuevo, deseo. Sus piernas flojearon.

―No puede ser… Esto no puede ser verdad. Soy una chica normal.

―¿En serio? Entonces, ¿cómo explicas lo que te está ocurriendo? ―se apretó más aún a su cuerpo, casi podían fundirse― ¿De verdad no sientes una gran mejoría desde que me tienes cerca?

Eso era cierto. Estaba mareada, pero más por la conmoción que por debilidad. Se sentía a gusto entre sus brazos. La energía se acumulaba en sus entrañas, en sus extremidades y necesitaba urgentemente sentir su cuerpo dentro de ella.

―Me deseas tanto como yo a ti, Susana.

―Sí… ―su boca respondió sin previo aviso.

Sus labios se fundieron en un beso pasional, hambriento. Sus lenguas danzaron al son de un ritmo silencioso. La chispa se prendió y ambos se deslizaron hasta caer en el suelo. Ella se estremeció al sentir el cuerpo de Johan encima del suyo, su peso, su calidez… ¿Cómo podía sentir algo tan intenso por un desconocido? Desde luego, no era propio de ella. Intentó relajarse y decidió dejarse llevar. ¡Hacía tanto tiempo que no se sentía tan bien! Johan besó cada parte de su cuerpo con dedicación. Suavidad y pasión a partes iguales. Los dos cuerpos se revolcaron por el suelo rodando uno encima del otro.

Y, de pronto, él quedó parado encima de ella, mirándola fijamente. El silencio bailó entre ellos de un modo extraño: Susana sintió un placer hipnótico mientras contemplaba la mirada celeste de Johan penetrando en la suya. ¿Aquello que veía en sus ojos era fascinación? Y aunque le gustó ser objeto de un sentimiento así, pronto se reveló como un instante incómodo.

¿Qué haces revolcándote por el suelo con un desconocido? ¿No recuerdas que te estás muriendo? No me siento a punto de morir ahora mismo… Siento que me quedaría mirando sus ojos, su cara… Eternamente. No. No. ¿Estás loca? ¡Vete! Vete y llama a la policía. Tienes que actuar de manera racional.

Susana aprovechó aquel momento para escabullirse de sus brazos y salir de debajo de su cuerpo. Se puso en pie rápidamente y echó a correr hacia la puerta de salida.

—¡Susana! ¡No me puedes temer! ¡Me necesitas!

Ella oía a sus espaldas las incoherencias de aquel extraño y sólo pudo intentar correr más rápido. Bajó las escaleras de tres en tres, no supo como no cayó rodando, sólo había un objetivo en su mente: escapar de aquel loco.

No quieres huir de él… en el fondo no quieres.

—¡Sí quiero! ¡Sí quiero! —gritó sin pensar en quien pudiese escucharla.

Cuando llegó a la salida del edificio, tras bajar los tres pisos en tiempo récord, siguió corriendo mezclándose entre los viandantes. Él ya no le alcanzaba. Había escapado. Torció la esquina y se escondió en el primer portal que vio abierto.

Se apoyó en una de las paredes y no pudo evitar dejarse caer en el suelo resoplando. El pulso le latía fuertemente en la cabeza y el aire se resistía a llegar a sus pulmones.

Esto va a peor… No debería haber echo el esfuerzo… no…

—No puedes escapar de mí… Ya no.

Aquella voz grave y aterciopelada le caló hasta en los huesos emitiendo un suave calor que, lejos de resultar desagradable, le ofreció una sensible sensación de mejoría.

Y sin poder llegar a entender las razones de sus contradictorias sensaciones, se echó a llorar impotente.

 

Continuará…

 

Autora: Lydia Alfaro

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