REDENCIÓN
Kat fregaba los platos mecánicamente en la pequeña cocina del apartamento que compartía con su marido. Tenía la vista perdida, y su mente repasaba lo ocurrido minutos antes en el comedor. Había llevado la comida a la mesa y Howie, al probarlo, le lanzó el plato a la cara porque la sopa estaba fría. Le dio en el ojo y le mojó toda la cara, pero no hizo ningún gesto de dolor. Kat ya estaba acostumbrada a ese comportamiento, así que en silencio, tratando de parecer invisible, recogió el plato del suelo y limpió la mesa mientras la sopa le acariciaba el rostro y veía marchar a su marido por la puerta entre gruñidos. Seguramente se dirigía al mugriento bar de la esquina. Howie siempre encontraba cualquier excusa para ir a ese lugar.
Cuando la cocina y el comedor estuvieron limpios, Kat fue a darse una larga ducha. Eso la relajaba y dejó que el agua la envolviera en una sensación de calidez y bienestar. Repasó su vida, lo feliz que fue de niña junto a sus padres, cuando conoció a Howard, siempre intentando hacerla reír, era tan galante…pero con los años esa galantería se transformó en violencia, en insultos y malos tratos. Hacía años que ya no sonreía, y en esos momentos se alegraba de no haber tenido hijos con él, tenía miedo por ellos. Aunque ella siempre tenía miedo.
Salió de la ducha y se quedó mirando unos segundos en el espejo. Tenía los ojos tristes y un pequeño moratón se le dibujaba debajo de la ceja derecha, seguramente donde le había dado el borde del plato. Ése tono violáceo hacía que sus ojos se vieran aún más verdes. Recogió su cabello dorado en una pequeña trenza y se vistió rápidamente. Dentro de unas horas vendría Howie, borracho, y exigiría la cena en la mesa, así que empezó a prepararla intentando que fuera perfecta.
Howard llegó borracho como de costumbre, fue a la cocina a coger una cerveza y se sentó en el sofá.
— Espero que la cena esté mejor que la comida, que ya te vale, no sabes ni hacer bien una puta sopa… — la miró mientras Kat ponía el plato de ensalada en el centro de la mesa.
— He hecho chuletas, tu plato favorito… cielo — contestó sin mirarle.
— Bien bien, eso suena cojonudo — apuró su cerveza y se sentó para comer.
Kat se sentó en el lado opuesto de la mesa, jugueteando con su comida. Howie la terminó rápidamente y se fue de nuevo al sofá.
— ¿Sabes cuál sería la mejor forma de disculparte por la mierda de comida que me has puesto antes? — miró a Kat para ver si le prestaba atención, ella le miraba — que bajes a comprar una botella de whisky a la tienda — puso la tele.
Kat se quedó mirando a su marido. Había cambiado mucho, antes era apuesto, atlético y con una cabellera suave rubia oscura. Ahora había engordado mucho, y el pelo se le había vuelto áspero y blanquecino.
Se levantó lentamente de la mesa, recogió y fue a comprar lo que su marido le había pedido. Su palabra era ley en esa casa.
Kat tuvo que ir a una tienda tres calles más lejos de lo habitual, ya que en las más cercanas no había el whisky que tanto le gustaba a Howie.
Cuando estaba a dos calles de su casa, pasaron un par de personas sangrando por su lado. No les dio importancia y siguió su camino. Debía darse prisa si no quería enfadar a su marido y que le volviera a romper algún hueso. Eso era lo peor, ya que tardaba varios meses en recuperarse y su familia hacía preguntas que ella no podía responder.
A lo lejos escuchó gritos y sirenas de todo tipo. Parecía que había un gran accidente justo delante de ella. Vio una gran columna de humo y a medida que se acercaba pudo comprobar que ese no era el mayor de los problemas.
Había muertos por todas partes. Los policías disparaban a un grupo de personas que se abalanzaban sobre ellos. El humo que había visto se debía a que un camión de bomberos se había chocado contra un turismo, haciendo que la gasolina emanase del camión y se prendiera. Kat dio un par de pasos hacia atrás, aterrorizada por lo que estaba viendo. Dos personas estaban sobre otra, arrancándole las entrañas. Otros corrían sin rumbo, tratando de alejarse lo máximo posible de ese caos. Pero lo que realmente inquietaba a Kat eran unas extrañas personas que caminaban lentamente y estaban cubiertas de lo que parecía ser sangre seca. Eran torpes e intentaban acercarse a la gente que corría. Consiguieron atrapar a uno y de un mordisco le desgarraron la carne. El aire estaba corrompido por olores a humo y a algo dulzón que ella no lograba adivinar. Del cielo caía ceniza.
Kat sabía que debía de salir lo antes posible de allí y llegar a casa. Decidida, apretó el whisky contra su pecho y empezó a correr esquivando a cualquiera que se le acercara. Su mente recordó las veces que había logrado esquivar los golpes de Howie, después de tantos años, había aprendido a ser muy rápida.
Pero no lo vio venir. Una niña, de no más de 6 años chocó contra ella haciendo que perdiera por unos instantes el equilibrio. Cuando consiguió recuperarlo, aferró fuertemente la botella y con la otra mano cogió a la niña por un brazo.
— ¿Estás bien…?
La niña la miró, pero eran ojos muertos, vacíos. Kat apartó rápidamente su mano de ella. Tenía una fea herida en el cuello y estaba manchada de sangre. La pequeña se lanzó contra Kat y ésta la empujó, pero la niña fue más rápida y pudo cogerla del brazo. A Kat se le cayó el whisky del susto e intentó soltarse de ella, pero le dio un mordisco en el brazo que le arrancó parte del músculo y los tendones. La sangre fluía con fuerza por su herida y la niña saboreaba lentamente el bocado. Kat aprovechó el momento para escapar.
Corrió lo más rápido que pudo, y en pocos minutos llegó a su casa. Allí estaría a salvo.
Al entrar se apoyó contra la pared. Estaba muy cansada, y la herida del brazo le dolía más de lo que le había dolido nada antes. Era un dolor agudo, punzante y constante.
— Joder sí que has tardado para ir a comprar una puta botella de whisky…
Howard se levantó del sofá tambaleándose y se acercó a ella lentamente. Por un momento le recordó a las extrañas personas que había en la calle.
— ¿Pero qué…? ¿Y mi whisky? — dijo furioso.
— Se… se me ha caído… — contestó Kat aturdida y confusa. Howie no se había dado cuenta de que sangraba, de que estaba toda manchada con su propia sangre. Estaba totalmente borracho.
— ¿Qué se te ha caído? Eres una puta inútil…
Howard estaba ya a dos pasos de ella. Kat no se movió, no tenía fuerzas. Le dolía todo el cuerpo y tenía frío.
— Maldita puta…
Le dio un fuerte puñetazo en la cara que la hizo caer al suelo. Lo había visto venir, pero no pudo evitarlo.
— Sólo… te… he… pedido… una… jodida… botella… de… whisky… — con cada una de esas palabras, Howard le propinaba una patada en las costillas.
Kat se cubrió la cabeza con las manos para evitar los golpes en ella, siempre lo hacía, pero al poco relajó los brazos. Su cuerpo destrozado se quedó quieto en el suelo, sin emitir ni siquiera un sonido. Desfalleció.
Al cabo de lo que parecían pocos minutos abrió los ojos. Howard estaba en el suelo a su lado, sollozando.
— No, Kat, pequeña despierta… ¿Kat? —al verla, Howard cayó sobre sus manos al suelo y se arrastró hacía atrás, alejándose de ella.
Kat empezó a incorporarse. Ya no sentía dolor, ni miedo, pero sí que vio miedo en los ojos de su marido. Su Howie, el hombre que tanto había amado y que tanto daño le había causado. Ladeó la cabeza para verle mejor, Howard se incorporó y chocó contra el sofá.
— ¿Kat? Ha… ha sido un accidente… yo… — estaba paralizado, aterrado.
Ella se acercó lentamente a él. No podía hablar, tampoco lo veía necesario. Ya no sentía amor por el que fue su marido durante tantos años. Ni miedos después de tantas palizas. No sentía nada salvo una cosa, hambre. Un hambre atroz que le invadía todo el cuerpo.
Se lanzó contra Howard, haciéndole caer. Se puso sobre él y le dio un fuerte mordisco en el cuello. Él gritó, pero el sonido duró pocos minutos. Kat le dio rápidamente otro mordisco en la cara, desgarrándole por completo. Dejó que la cálida sangre resbalara por su garganta, eso le hacía sentir mejor. Y después de tantos años, Kat sonrió.
Autora: Rain Cross
Buen relato. La parte del maltrato está muy bien narrada, y aunque el tema Z está metido muy a calzador cumple con creces su cometido a la hora de llegar a ese estupendo final.