NAVIDAD, ¿FELIZ NAVIDAD?

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Y otra vez llega la Navidad. Las calles se adornan con miles de luces y los centros comerciales llenan sus stands con turrones, mazapanes, polvorones y todo surtido de calorías. Suenan villancicos con letras sin sentido y en la televisión no hacen más que recordarte que en Navidad hay que ser generosos y derrochar felicidad. ¿Y el resto del año?

 A primeros de diciembre ya te están preguntando: “Y tú, ¿qué vas a hacer esta Navidad?”. “Pero, ¿a ti qué te importa?”. Es lo que te gustaría decirles, pero las dichosas normas sociales te obligan a contestar con un banal “pues aun no lo sé”. Aunque la pregunta no te la hacen realmente por interés por ti, si no como excusa para contarte lo que ellos (o más bien ellas) harán. “Este año me toca con mi suegra. Qué lata. Otra vez a comer cordero seco. Porque mira que le digo…”. Ya se creen con derecho a relatarte las navidades presentes y las diez pasadas. Y claro, no falta la pregunta de “¿y tú cómo preparas el cordero?”. En ese momento jamás, jamás, digas que no comes cordero, porque la pregunta siguiente que te harán es “¿y qué vas a preparar esta Navidad?”. Pues nada, porque el turrón viene preparado. ¡Qué no se cocinar! ¿Es que por ser mujer tengo que saber? ¿Y por ser Navidad he de pasar medio día encerrada en la cocina? ¿No se supone que la Navidad es para disfrutar?  Pues no disfruto sudando ante los fogones con un vestido de gala y un mandil de los chinos. Y total, para que los demás engullan como cerdos y no te den ni las gracias. ¿Para qué se van a fijar en detalles como que has recortado los sándwiches con forma de corazón o has colocado los canapés dibujando una estrella?

Todo el mundo da por hecho que se trata de unas fiestas para reunir a la familia. Pero, ¿por qué?, ¿para airear todos los trapos sucios, y recordar que la otra Navidad fulanito dijo… y menganito hizo…? Si nos dejásemos llevar por nuestros instintos animales la Navidad se convertiría en un combate de lanzamientos de mazapán duro, prueba de puntería de almendras garrapiñadas a ojo ajeno, bofetones con salami y ahogamiento en ponche. Así, además de ser más sinceros, sería también divertido.   Pero no, en su lugar nos comemos el cordero seco y aguantamos los gritos, que pretenden ser villancicos, de los niños mientras esquivamos sus manos grasientas para que no manchen el vestido o la chaqueta nueva, y siempre, luciendo sonrisa. Porque en Navidad, ni se os ocurra llevar algo que ya os hayan visto. Si tienes suegra o cuñada, seguro que recuerda lo que llevabas puesto cada una de las navidades y lo mal que te quedaba. Así que es obligado comprarte un modelito nuevo cada año, que sólo te pondrás una vez. No tanto por no repetir, si no porque dentro de doce meses ya no te vendrá. Bueno, ni al mes. Porque esos deliciosos pastelitos de gloria irán directos a tus caderas. Y esa barriguita, será como dices, de retención de líquidos, pero no precisamente de agua.

Lo difícil es cuando te toca pasar la Navidad solo o sola. Aunque no por la soledad, que es preferible a tener que ver como el abuelo se saca la dentadura o cómo tu cuñado se pone un tanga rojo porque trae suerte, si no por las explicaciones que tienes que dar. Todos se sorprenden si no pasas la Navidad en familia. Es como si de pronto, nos tuviéramos que llevar bien los unos con los otros. Como si un hada nos espolvoreara con polvos mágicos, y el día 7 de enero, ya no quedaran polvos, ni mágicos ni no mágicos. Porque los otros polvos también parecen que aumentan en Navidad. Al menos las ganas, mayormente para quien no tiene que estresarse preparando la cena, adornando la casa, comprando el vestido nuevo, los zapatos a juego y los tangas rojos.

Cada vez hay más ofertas para los solteros o los que prefieren pasar la Navidad sin familia. Cruceros, fiestas… El problema es cuando no tienes ni para pagar los bigotes de una gamba. Aunque tampoco necesitas mucho. Si estás solo, no te apetece andar ensuciando platos y cacerolas. Algo precocinado, o fácil y rápido, unos dulces navideños y unas uvas, que ya las puedes comprar en bote, con la cantidad justa que vas a necesitar. Y para el que no le gusten las uvas, lacasitos o gominolas. Total, tomes lo que tomes, nunca irás a ritmo del reloj. O te equivocas con los cuartos y empiezas antes de tiempo, o te aceleras y andas con la mitad de las uvas en la boca a medio masticar cuando van por la tercera campanada, o tú todavía estás con la décima uva mientras todos están felicitándose el año nuevo. Si estás acompañado, lo mejor es cerrar los ojos y centrarse en las campanadas. Lo de de cerrar los ojos es para no ver al de al lado como se atraganta y te entre la risa, y acabas atragantándote tú también. Y si no lo consigues a la primera, tranquilo. Lo puedes intentar de nuevo con el horario de Canarias.

Los que se pueden permitir salir por ahí en una noche tan especial (por especialmente cara) y librarse de la segunda o tercera cena familiar navideña, si no optan por tomar las uvas en bañador en una playa caribeña, tienen la opción de encerrarse entre cuatro paredes, como tú en tu casa, pero rodeado de gente que te planta la axila en la cara como seas bajito, y con barra libre. Que lo de barra “libre” se llama así porque está “libre” porque nadie la alcanza. Es como los salmones cuando nadan contracorriente, que o mueren en el intento o llegan y hasta el año que viene.

Superadas las campanadas, sólo resta Reyes. Aunque ahora, como no tenemos bastante con tener que explicar cómo tres reyes con sus tres camellos vienen desde el desierto, también hay que explicar como un gordinflón  vestido de rojo se cuela por las chimeneas. Que digo yo: Vale que no quiera entrar por la puerta para no molestar llamando a las tantas de la madrugada, ¿pero por qué no utiliza las ventanas? Que son más fáciles y ventanas hay en todas las casas, pero chimeneas…  Y lo de que venga en trineo tirado por renos, pase, pero volando… Lo siento, pero es más creíble lo de los camellos cruzando La Castellana de Madrid.

 Afortunadamente, Navidad sólo hay una al año.

Redacción: Paqui Guzmán

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