MONSTRUOS, Oscar Bahos Alba

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MONSTRUOS 

 

El tiempo estaba resultando extrañamente cálido para aquellas fechas del mes de Octubre. El termómetro se negaba a bajar de los 29 grados centígrados. Lo único que ayudaba a sobrellevar aquel calor era la maravillosa brisa marina que soplaba en aquellos momentos. Mientras caminaban recordaron aquella noche. La noche en la que todo cambió para Mainel.

Tres noches atrás…

Mainel era un muchacho hiperactivo. Enamorado de la naturaleza y sus rarezas. Le encantaba salir de noche a explorar los alrededores de su pequeño pueblo costero. Se sentía cómodo entre las rocas y los árboles, él solo y las estrellas. Tal vez por esa razón se inclinaba tanto hacia lo paranormal, los fenómenos ovnis y todo aquello que se saliera de lo normal. Él no se sentía normal. No es que fuese un rarito, nada más lejos de la realidad. Era un chico con carisma, sencillamente le gustaba a la gente. O por lo menos eso decían todos sus vecinos. Pero como ya os he dicho, él no se sentía normal.

Era más una sensación que una certeza. Pero lo cierto es que desde hacía unos años se sentía extraño, como ajeno a sí mismo o al entorno que le rodeaba. Por esa razón se adentraba, cada noche, en los bosques que rodeaban su localidad. Como si algo lo llevase allí en busca de una respuesta. Hasta aquella noche de hace tres días.

A pesar de contar con tan solo 14 años conocía aquellos bosques como la palma de su mano. Por ese motivo sus padres le permitían salir de noche. Se había adentrado por el sendero que le llevaba hasta lo más alto del Cerro Blanco. Nunca había llegado hasta allí. Numerosas leyendas anidaban entre las ramas y rocas de aquella cima. Algunas sobre extraños monstruos de piel blanca que atacaban a todos aquellos que osaban llegar a sus dominios en noches de luna llena. Noches como aquella.

Siguió el sendero hasta unas rocas con forma de lanza que señalaban el inicio de la ascensión. Aquí torció a su izquierda adentrándose más en la maleza y alejándose del sendero. Así seria más fácil de poder ver algo interesante. Y vaya si lo vio.

Estaba siguiendo el rastro de un grupo de de animales cuando lo avistó. Al principio fue solo como un reflejo por el rabillo del ojo. Luego fue como una certeza. Para convertirse en una aterradora realidad. Aquel ser se acercaba deambulando por entre los árboles. Era un ser horrible. Ni en sus más aterradoras pesadillas podría haber imaginado algo tan terrorífico. Con aquel rostro tan…tan…indescriptible.

Temblando como una hoja se ocultó tras un árbol grueso. Con la esperanza de que aquel ser pasara sin verlo. Pero al alternar el peso de un pie al otro, una rama crujió. El monstruo, porque no podía recibir otro nombre, se detuvo en seco. Observó los alrededores buscando el origen de aquel ruido. Hablando en una lengua extraña.

Se acercaba. Lo notaba cada vez más próximo. Pronto estaría sobre él. Era ahora o nunca. Si esperaba a que estuviese más cerca y lo veía no podría escapar. Así que dio un salto y se dispuso a echar a correr cuando se encontró de bruces frente a frente con aquel ser. Al principio se miraron y ninguno hizo ni dijo nada. El aspecto era aterrador, indescriptible. Tendría más o menos su misma estatura por lo que pensó que sería también un crío de alguna extraña especie. Entonces aquella aberración emitió un grito espeluznante que le heló la sangre en las venas y le dio alas a sus pies y salió corriendo a todo lo que le daban las piernas. No paró para mirar atrás ni siquiera cuando aquella criatura volvió a emitir aquel sonido tan espantoso. Solo se tapó los oídos para no tener que oírlo mientras corría por el bosque.

Al llegar a la roca con forma de lanza se detuvo un momento para recobrar el aliento y mirar hacia el monte. Así comprendió que aquel grito no era sino un reclamo. Pues tres más de aquellas criaturas se habían reunido en torno a la primera, tres de mayor tamaño. Miraron en derredor, iluminando la oscuridad con el fuego de sus fantasmales manos y marcharon de vuelta a la cumbre. No sabía por qué lo hacía pero volvió sobre sus pasos y siguió a aquellos monstruos.

A su ritmo llegó a su aldea en pocos minutos. Faltaban aun algunas horas para el amanecer cuando posó los ojos sobre el poblado de aquellos seres anómalos. La verdad es que el miedo, el terror y la repulsión se apoderaron de él, pues aquellos malditos habían copiado todas sus construcciones. Los imitaban en todo. Vio como se reunían en el centro del pueblo y comenzaron a hablar en su lengua. Una depravada copia de la suya. Y entonces todos gritaron al unísono. Esto le pilló desprevenido y no pudo reprimir un grito. El pavor escaló por su médula espinal al ver como los cientos de aquellos seres miraron en su dirección y lo vieron allí. Gritaron de nuevo y partieron en pos de él.

Echó a correr como alma que lleva el diablo y regresó hasta su aldea. Despertó a sus padres y los reunió en el salón del hogar para contarles lo que había visto.

—¿Cómo? ¿Acaso no te he advertido mil veces que no has de subir hasta la cumbre?

—Pero padre…

—No hay excusas. Por alguna razón está prohibido.

—Padre, lo siento.

—No es hora de disculpas. Debemos irnos.

—Pero, nuestra casa, nuestra vida…

—Eso ya no importa. Debemos reunir a todos los vecinos. Hay que evacuar la aldea.

—¿Tan pronto?

—Seguro que ya están de camino. Debemos huir. Ya sabes lo que ocurrió la última vez. Decidimos esperar y aquellos monstruos nos cogieron desprevenidos.

—Lo sé.

—Pues en marcha.

En dos horas se habían reunido en la plaza del pueblo. Discutían sobre la ruta a seguir. A pesar de que nadie culpaba al chico, Mainel, se sentía fatal. Notaba las miradas. Algunas de miedo. Otras de reproche. Algunas con envidia. Y otras con admiración.

Al poco se pusieron en marcha. A tan solo quinientos metros de distancia se encontraban cuando los escucharon de llegar. Aquellos seres de piel blanca escupieron fuego entre los más rezagados los cuales cayeron gimiendo de dolor envueltos en humo. Avanzaban sin miedo y sin piedad. Los padres de Mainel lo tomaron de un brazo y lo arrastraron monte arriba adentrándose en la espesura. El olor a humo y a carne quemada comenzó a meterse en sus narices provocándoles nauseas. La carne de sus hermanos y vecinos. Pero no podían detenerse. Aquellos monstruos no tenían reparos en acabar con adultos o bebes.

Corrieron a través de matorrales y arboledas hasta que les ardieron las piernas. Habían llegado a una elevación de una formación rocosa situada a un unos kilómetros de la aldea. Desde allí pudieron ver como aquellas bestias habían arrasado su hogar y masacrado a sus congéneres. Y aun se les veía escupiendo fuego a los cielos en señal de victoria.

—¿Por qué, Padre?

—¿Por qué? No lo sé. Lo único que sabemos es que desde tiempos inmemoriales, los seres de piel blanca nos persiguen. Como una maldición.

—Pero, ¿qué es lo que son? Quiso saber Mainel.

—Monstruos, hijo mío. Monstruos.

—¿Qué clase de monstruos?

—De la peor clase que puedas imaginar, ni en tus peores pesadillas hay algo tan malvado, cruel y monstruoso como lo son ellos.

—¿Con que nombre se les conoce?

—Ellos son Los Hombres.

 

Autor: Oscar Bahos Alba

Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora