Miss Amnesia

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«El masoquista es más fuerte que el sádico porque

es quien realmente aguanta la dosis de dolor”

 

 

Tengo sed y estando sentada en la acera de la conmiseración una voz varonil me llamó…

Seguí sus pasos pues confiada y amante de los seres vivos, no creí ir muy lejos.

Mientras caminábamos, me decía que una vida sin recuerdos no es vida, algo así, como un pescado de aparador: muerto, apestoso pero con los ojos abiertos. No supe a qué se refería exactamente. Siguió hablando como si ya nos conociéramos. Creo que sólo quería un tema de conversación.

Llegamos a un cuarto muy austero y dejé que me diera agua en un vaso sucio pero al mismo tiempo mis labios lo sabían conocido. Después, permití que me diera calor con sus grandes brazos. «Hombre que con tus brazos amorosos vienes a despertarme del profundo sueño» -pensé- Luego, dejé que me hablara al oído y me contara de las maravillosas cavernas  – que según él-  habitaban en mi robusto cuerpo.

Su pecho llamaba mi atención como caja resonadora tan grande, abundante y cubierta de vellos que me asombraba con lo rítmico de los latidos de su corazón: BUM, bun bun, BUM, bun bun. Se me imaginaba que dentro de él había un niño con un tamborcillo que tocaba la puerta para que lo dejara salir. Me dieron unas ganas inmensas de destrozarle el pecho para rescatar a ese prisionero.

Nada le creí. Escuchaba la musicalidad de palabras tan bien acomodadas como la poesía…  Su voz es música – pensé-  Sí, es…

No recordaba nada en la acera de la conmiseración, ni el farol apestoso por los orines del perro, que minutos antes me había lamido el rostro. Sin embargo, reconocí ese término: “Música”.  Segundos después, repetí para mí misma alargando las tres sílabas en susurro: “mú-si-ca”-exhalé-.

En nada me importaba el aspecto del hombre aquel. Si se veía bueno o malo, flaco o gordo, humilde o arrogante eran términos que no me importaban, que no reconozco hasta la fecha, es más que no me interesan.  Por el momento, el bien y el mal eran palabrotas que me desencadenaban un piquetito en la cabeza y un pinchazo en el hígado. Acepto que no reconozco conceptos de tiempo, ni de juicio, ni de valor, sin embargo, no me explico cómo, ni cuándo, ni por qué, pero me duelen, sólo eso: duelen.

Amablemente abrió la puerta a otro cuarto verde, solo y sucio…

Bebí agua, sí, mucha agua, más agua que comenzaba a resbalar rasposa por mi garganta, destruía la voluntad de mis piernas y que por la nariz se convertía en hedores que se evaporaban en mis oídos.

Desperté….

Estaba desnuda, fría y amarrada en una pared. Me hallé con cuero en las muñecas, cuero en las piernas, cuero en el pecho, cuero en… mis partes, sí, en todas mis partes, sí en ésas partes… y, acompañada con otras mujeres desnudas que a mi lado gemían, lloraban como bellos animales. Se veían tan tiernas, tan lastimadas, tan inofensivas y tan pequeñas…

  «Son tan inofensivas que dan ganas de maltratarlas un poquito, sólo un poquito»– pensé-. De pronto, alguien con una máscara negra de piel había escuchado mi más silencioso pensamiento cuando sentí un golpe en la espalda, en las piernas, en los brazos…

Latigazos, dolor, gemidos. Latigazos y más dolor y más gemidos. Me había vuelto el bello animal inofensivo. Veía a las otras mujeres obedeciendo tocar cosas monstruosas, a meterse los pies del individuo negro en la boca, a decir palabras que no querían, a cantar con gritos una tormenta. Quise cerrar los ojos, lo intentaba pero siempre me salieron rebeldes y se abrían firmes a la expectativa.

¡No supe cuántas cosas tuve que hacer para salir de ése lugar! Lo que sí sé es de una inexplicable repulsión a las vestimentas negras y al olor del cuero animal. Ni siquiera sé cómo salí de aquel lugar. Salí corriendo por la calle hasta llegar de nuevo a la larga acera de la conmiseración hasta que caí…

Desperté.

Tengo hambre y estoy sentada en la acera de la conmiseración. Estando aquí una voz varonil me llama…

Curiosamente, la voz me resulta siempre familiar…

En la puesta del sol resuenan tambores como los latidos del corazón. Seguí sus pasos pues confiada y amante de los seres vivos, no creo ir muy lejos…

 

 

Redacción: Tania Castillo

Fotografía de Andrade Griffith
 

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