LA MUÑECA MALDITA, Kela Karrasco

Print Friendly, PDF & Email
7 Votos obtenidos¡Vótame!

 LA MUÑECA MALDITA

Dicen que los objetos adquieren la energía, positiva o negativa, de las personas que los poseen, pero también pueden ser poseídos por espíritus malignos…

Una tarde, casi al anochecer, mi hermana Lila regresó a casa con una muñeca vieja y sucia. — ¿De dónde la sacaste?. — le pregunté, pero ella no me lo quiso decir. Aquella muñeca era fea, horripilante, sólo mirarla me producía inquietud, tenía los ojos grandes, sin pestañas y una sonrisa diabólica dibujada en su ennegrecido y demacrado rostro . Ni mis padres ni yo supimos nunca su procedencia, entre todos intentamos convencer a Lila para que la tirase a la basura, pero ella no quiso, se aferró tanto a la muñeca que hasta parecía que aquella cosa se hubiera apoderado por completo de su alma.

Una noche tronaba y llovía con mucha fuerza, parecía como si el cielo quisiera derribar el tejado de nuestra casa. Yo no era capaz de conciliar el sueño, daba vueltas en la cama, no podía dejar de pensar en la cara de la muñeca. Cuando por fin estaba a punto de dormirme, unos golpes me sobresaltaron, me levanté de la cama y me dirigí a la habitación de mi hermana.  La puerta de su cuarto estaba cerrada y  la abrí despacio, tenía miedo.

Me parecía irónico tener miedo, Lila sólo tenía cinco años y yo dieciséis, ¿qué me podía hacer mi dulce hermanita pequeña? Pero su muñeca nueva me aterrorizaba, parecía estar maldita, y una especie de energía negativa se apoderaba de mi ser a medida que abría un poco más la puerta de su habitación.

Lo que vi allí me dejó perpleja, Lila levitaba sobre su cama, tenía las sábanas por encima, pero se apreciaba claramente que su cuerpo estaba flotando en el aire porque la tela apenas rozaba el colchón. La muñeca estaba subida de pié sobre su barriga, observándome y riéndose con maldad.

El corazón me empezó a latir muy deprisa, asustada y temblorosa busqué a tientas el interruptor de la luz y la encendí de inmediato, fue un acto reflejo porque no podía creer lo que mis ojos estaban viendo.  Se encendió la luz y al mismo tiempo Lila cayó como un peso muerto sobre el colchón a la vez que la muñeca caía rodando por el suelo.

Fui a comprobar que Lila estuviera bien, la arropé y le di un beso en la frente. Recogí la muñeca, la observé queda durante un par de minutos y sentí un vacío inmenso en el estómago.- Te haré desaparecer- pensé para mis adentros, la metí dentro de una bolsa de plástico y la enterré en el jardín.

A la mañana siguiente Lila apareció en la cocina con la muñeca entre sus brazos. Tragué saliva. — Pero… ¿Cómo la encontraste? — le pregunté — ¿La desenterraste del jardín?

—No —me contestó rotunda— anoche dormí con ella, ¿recuerdas?. — Lila frunció el ceño.

Aquella misma mañana, durante el desayuno, les conté lo sucedido a mis padres, pero no me creyeron. — Estamos todos de acuerdo que la muñeca es horripilante — apuntó mi padre —pero de ahí a que esté maldita…, tan sólo es un trozo de plástico. — Mi padre tenía razón, sólo era un trozo de plástico, ¿qué podía temer?

Lila comenzó a llevar la muñeca al colegio, a sus compañeros de clase no les gustaba, también les aterrorizaba y dejaron de jugar con mi hermana en los recreos, ella se volvió una niña introvertida, casi nunca hablaba y siempre estaba sola.

Mis padres seguían sin darle importancia a la muñeca que Lila había encontrado, sólo ella sabía donde, pero a mí su presencia me seguía inquietando y estaba convencida de que su interior no albergaba un espíritu bondadoso. Busqué mil maneras de convencer a mi hermana para que se deshiciera de ella, pero cuanto más le insistía, más se enfurecía y parecía que me odiaba porque sabía que no me gustaba su muñeca.

Tras una serie de fenómenos extraños e inexplicables que se habían vivido en el aula, la profesora de Lila pidió encarecidamente que, por favor, la niña no llevase más la muñeca al colegio. A partir de aquel entonces fue cuando mi madre comenzó a sospechar y a asustarse como yo de la muñeca.  Una mañana, estaba recogiendo la habitación de mi hermana, colocó a la muñeca en una estantería junto a otras para hacer la cama y cuando terminó abrió la ventana para que se airease el ambiente cargado de la estancia, salió del cuarto y cerró la puerta, pero había olvidado recoger la ropa sucia que Lila acostumbraba a tirar todas partes.  Cuando volvió a entrar, se encontró a todas las muñecas esparcidas por el suelo, decapitadas, excepto a la horripilante muñeca que seguía en la estantería riéndose a diabólicas carcajadas y clavando su mirada en ella.

Aquel día mi madre se asustó mucho, nerviosa, me comentó lo sucedido y entre las dos intentamos urdir un plan para deshacernos de la muñeca como un par de asesinas que planean el crimen perfecto. Pensamos muchas cosas, como rociarla con agua bendita o tirarla al mar atada a una enorme piedra, pero primero necesitábamos hacer ver a Lila que a su muñeca le pasaba algo extraño, que estaba enferma y había que curarla.

Cuando mi hermana llegó del colegio corrió a su habitación en busca de su muñeca, pero no la encontró, mi madre la habían encerrado con llave dentro de un antiguo baúl de madera que se utilizaba para guardar pequeños trastos y cosas inservibles que a mi padre le daba pena tirar.

—¿Dónde está mi muñeca? — preguntó mi hermana con cara de pocos amigos. —¡Devolvedme mi muñeca, ella me necesita!. — gritó. — No sabíamos qué decirle a Lila, estaba demasiado malhumorada. De pronto, unos quejidos espeluznantes que provenían del hueco de la escalera nos sobresaltaron a las tres. — ¡Es ella!- exclamó mi hermana. — ¿qué le habéis hecho a mi pobre muñequita?

Lila corrió hacia el hueco de la escalera, donde estaba el baúl de los trastos y en él la horripilante muñeca prisionera. Nosotras también nos aproximamos con cierto temor y pudimos escuchar con absoluta claridad unos inquietantes rasguños que se sucedían en el interior del baúl de madera, parecía que en vez de a una muñeca mi madre había encerrado a un animal salvaje.

El cierre del baúl comenzó a girar como si una llave invisible se hubiera introducido en su cerradura. De nuevo el miedo se apoderó de mí, me temblaban todos y cada uno de mis huesos, mi madre también se estremeció, y las dos gritamos de espanto, al unísono, cuando vimos como se abría la tapa de golpe y salía la muñeca portando el viejo y oxidado machete de caza de mi padre.

—¡Ellas deben morir! ¡Mátalas, Lila! ¡Mátalas!

Antes de que la muñeca pudiera alcanzarle el cuchillo a mi hermana, mi madre  y yo corrimos a escondernos en el cuarto de baño de la planta baja, pero la puerta no tenía pestillo. — ¿Qué vamos a hacer?. — le pregunté con desesperación. Ofuscada, escuchaba los acelerados latidos de mi corazón retumbar como el ritmo tétrico de la banda sonora de una película de terror.

—¡Tengo una idea y un mechero en el bolsillo! — exclamó mi madre, y acto seguido abrió el armario de las medicinas para coger un bote de alcohol para las heridas, un frasco de colonia vacío y algodón. — La quemaremos, es de plástico, se deshará.

Observé atónita como mi madre preparó un coctel molotov casero en poco más de diez segundos.— ¡Apártate de la puerta! — me ordenó, luego la abrió esperando encontrarse a la muñeca asesina, pero lo que se encontró fue un silencio sepulcral y ni rastro de Lila y su muñeca. Nos miramos la una a la otra y, como si nos leyésemos la mente, decidimos salir a hurtadillas en busca de las dos.

Deseé con todas mis fuerzas que mi padre llegase del trabajo. Desde que la muñeca maldita había llegado a la casa, tuve un mal presentimiento que inundó mi corazón de desasosiego y pesadumbre, un vacío en el estómago y un desgarro en el alma.

Las perversas carcajadas de la muñeca nos condujeron a la habitación de mi hermana. La puerta estaba cerrada y me recordó a aquella noche en que me encontré a Lila levitando sobre su cama. Mi madre abrió la puerta muy lentamente, las persianas estaban bajadas y la luz de la mesita de noche encendida.  Con los ojos en blanco, sentada a los pies de la cama, mi hermana sostenía con una mano a la muñeca y con la otra el machete.

Lila se levantó de un respingo blandiendo el arma, sin querer dejó caer la muñeca al suelo y se dirigió hacia la puerta como una autómata. La muñeca, que profería terribles quejidos y maldiciones, se puso en pie con dificultad. Mi madre aprovechó para prender el algodón con el mechero y afinando la puntería lanzó el frasco lleno de alcohol, que rompió sobre el maltrecho cuerpo de la muñeca, el cual comenzó a arder violentamente. El plástico se retorcía y crepitaba mientras se iba deshaciendo hasta transformarse en una masa compacta.  Lila se desplomó sobre el suelo y perdió el conocimiento, mi madre y yo corrimos junto a ella, pero inmediatamente lo recobró, se incorporó aturdida — ¿Qué ha pasado? — nos preguntó como si se acabase de despertar de un mal sueño, como si no hubiera pasado nada.

Mi hermana Lila nunca jamás volvió a preguntar por aquella espantosa muñeca, ni por ninguna otra, no volvió a jugar con ellas y se deshizo de todas las que tenía en su habitación.

Mi padre nunca llegó a comprender del todo el porqué de nuestro miedo irracional hacia las muñecas,  el psicólogo que nos trató después de aquella terrible experiencia, que decidimos mantener en secreto, lo llamó pediofobia.

Autora: Kela Karrasco

Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora