Halloween

Con el ritmo de vida actual, nos hemos acostumbrado a vivir pendiente del calendario. Queremos que pasen los días rápidos para que lleguen los fines de semana para descansar. Las […]
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Con el ritmo de vida actual, nos hemos acostumbrado a vivir pendiente del calendario. Queremos que pasen los días rápidos para que lleguen los fines de semana para descansar. Las semanas para que lleguen los finales de mes para cobrar, y los meses para coger las vacaciones. Por eso cuando llega algún puente o festividad en el calendario lo celebramos como si fuera el último. Pero como nunca son suficientes, los importamos.

¿Que los Reyes Magos nos saben a poco? Importamos el Papá Noël. ¿Que el catorce de febrero es muy soso? Importamos el San Valentín. Los niños y los enamorados contentos y los grandes almacenes también. Negocio comercial al canto. Otras efemérides como el día de Todos los Santos comparten su concepto de duelo y  recogimiento con otro de origen celta llamado Samhain y que de mano de los irlandeses trasladaron a los Estados Unidos desembocando lo que actualmente llaman Halloween.

Sea la cultura que sea, el uno de noviembre es conocido por el día de brujas, de los difuntos o día de los muertos. Aunque alguno le suene el nombre a película de George A. Romero no tiene nada que ver, porque en este caso los que se van de celebraciones y de fiesta son los muertos.

Precisamente en una fiesta es lo que hemos convertido Halloween, otro negocio pero en este caso para los locales de ocio y discotecas. ¡Y venga importar costumbres, venga! Menos mal que nosotros también somos líderes en exportar cosas de esas, como por ejemplo la siesta. El problema es que no sé si existe el día internacional de la siesta y que esta  como negocio en sí, pues poco dinero da. Excepto para los carteristas, porque si alguna organización se le ocurre celebrar un encuentro en la puerta del Sol  echando una cabezadita multitudinaria estos amigos de los ajeno se forran. Ni siquiera conozco ningún empresario que haya tenido la ocurrencia de idear una almohada o cojín  especial para siestas.

Que Halloween se celebre en las discotecas no deja de ser una buena idea, ya que habitualmente están llenas de fantasmas y se reparten muchas calabazas. Lo habitual es que  las salas inviten a los clientes  a disfrazarse de cualquier cosa que se pueda considerar terrorífica: vampiros, zombis, brujas, monstruos, inspectores de la sgae, testigos de Jehová, políticos nacionalistas… premiando a los disfraces más originales.

A mi me gustan estas celebraciones, además de ser un habitual de las salas de baile. Alguno pensará que hace un señor de 45 años, calvo y con un preocupante bulto en donde debería tener un vientre liso bailando entre jóvenes con edad suficiente para que sean sus hijos. Pues eso mismo me pregunto yo cuando entro en un sitio de esos, pero sólo durante la primera media hora, ya que mis gustos musicales coinciden con la de esos jóvenes. A eso hay que añadir  las caras de preocupación que ponen mi mujer, mi hijo y mi gato cuando bailo en el salón como razones suficientes para que mueva las caderas en un lugar mucho más apropiado.

Aunque suponer que muevo las caderas es mucho suponer. En estos sitios no hay el espacio necesario para poder bailar en condiciones dignas. A lo sumo doy saltitos en la misma baldosa que me ha tocado en fortuna o muevo el cuello rítmicamente.

El problema de espacio no me preocupa ya que con tanta manifestación que hay últimamente ya me he acostumbrado. Lo que me molesta realmente es esa gente que te empuja de manera tan desconsiderada. Hasta la fecha me han empujado, pisoteado, pateado, mojado con licores irreconocibles, arañado…sólo falta que me den collejas, me muerdan y me vomiten encima. Y dos de estas tres cosas ya estuve a punto de sufrirlo.

Otra cosa es conseguir llegar de un punto digamos A, a un punto B situado a unos cinco metros. No es que sea difícil la cosa no, es imposible. Casi sería más fácil llegar el primero a las rebajas del Corte Inglés, que atravesar esos dos puntos. Se me viene a la cabeza esas películas de la jungla en la que el explorador se abre paso entre la maleza a machetazos y ardo en deseos de poseer uno, pero me temo que los de seguridad se lo tomarían un poco a mal ¿no?

Luego esta el tema del suelo. No sólo es que este pegajoso (mejor no mirar para abajo), sino que también se va acumulando una capa tras otra de vasos de bebidas, botellas de cervezas y pajitas en capas que se van superponiendo unas encima de otras formando estratos, y acercándonos de manera peligrosa al techo a medida que avanza la noche.

Y hablando de avanzada la noche…a ciertas horas de la madrugada y si se tiene ganas de ir al lavabo es mejor aguantarse, aún a riesgo de reventar la vejiga ¡Una de sensaciones, una de olores! La última vez que fui a mear entre tanta porquería, notaba que alguna forma de vida nacida y desarrollada esa misma noche y en ese mismo lavabo me estaba observando.

Este año lo pienso celebrar en casa, y no porque desee estar más tranquilo, es que yo me encariño mucho de las cosas y quisiera evitar tener que adoptar como mascota a alguna criatura encontrada en el lavabo de una sala de fiestas.

No sea que se me coma el gato.

 

Autor: Miguel Soria López

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