EL ÁNGEL DE LA GUARDA, Lydia Alfaro

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La fiesta familiar estaba en pleno apogeo. La nochebuena, como todos los años, la celebraban en casa de los padres de Chema. Venían sus tíos por parte de madre, sus primas y su abuela. La cena había terminado y los mayores cantaban en un viejo karaoke castigado por infinidad de reuniones familiares, canciones pasadas de moda.

Chema, sus hermanos Sergio y Jessica, y sus dos primas Lorena y Laura hablaban en susurros al pie de la escalera del desván.

―¡Chema! ¡Deja de tomarnos el pelo, hombre!

―Que no, Sergio… Es verdad… En el desván hay un tipo.

―¿Pero tú lo has visto?― inquirió su hermana Jessi.

―No… Está escondido al fondo del desván… y no me deja encender la luz.

Laura, la más pequeña de todos, comenzó a hacer pucheros.

―¡No me gustan tus bromas! ¡Me da miedo!

Su hermana Lorena la cogió del brazo.

―Ve con los papás, que nosotros iremos luego ¿vale?

―¡Pero yo quiero jugar!― refunfuñó.

―Vamos a subir al desván, Laurita― afirmó su hermana intentando asustarla para que se fuese.

Y surtió efecto, pues la niña lloriqueó de nuevo y se fue corriendo al abrigo de los mayores en el lugar más seguro: el comedor familiar.

―Bien, ya nos hemos deshecho de Laura. ¿Y ahora qué? ¿Subimos?― Lorena estaba decidida.

―¿De verdad le vas a seguir el juego al mendrugo de mi hermano?― se quejó Sergio, el más mayor del grupo, de catorce años.

―¡No soy imbécil, primo! Pero prefiero ir a buscar fantasmas al desván antes que tener que escuchar a papá haciendo gallitos en el karaoke.

Todos rieron. Desde allí se escuchaban los horribles alaridos de su padre intentando entornar “Gavilán o paloma”.

Los cuatro comenzaron a subir en silencio y a oscuras la escalera hacia el desván.

―¿Es necesario subir también a oscuras?

―Sí, Jessi, el hombre del desván me dijo que siempre que le visite lo haga a oscuras… Le molesta cualquier tipo de luz.

―¿Y qué hace un tipo en nuestro desván? Si tenemos un okupa, deberíamos avisar a mamá y papá…― le siguió el juego Sergio, ya resignado.

―Dice que es mi ángel de la guarda.

Todos prorrumpieron en carcajadas ante la respuesta de Chema. El niño, de sólo ocho años, era todavía muy inocente… Seguía creyendo en los Reyes Magos, en duendes, hadas, demonios… Y ángeles de la guarda. Sergio decidió integrarse más en el juego, dando sus propios detalles del ángel de la guarda de su hermano.

―¡Ya sé porque no te deja encender la luz!

―¿Por?― preguntaron todos al unísono.

Sergio sonrió de lado. ¡Habían picado todos!

―Veréis, los ángeles de la guarda no pueden ser vistos por nadie… ni siquiera por su protegido. Y la razón es muy sencilla: su aspecto real, nos causaría tal impacto por su fealdad, que nos petrificaríamos al instante.

―¿Fealdad? ¿No se supone que los ángeles son bellos y perfectos?― dijo Lorena con evidente inquietud.

―Prima― contestó Sergio―, no todos los ángeles lo son… Además, ¿no os extraña que, siendo un ser de la luz, no la soporte?

―Debe de ser su excusa para no ver lo feo que es…― elucubró Chema pensativo.

Sergio sonrió un poco más, enigmático y persistiendo en rizar el rizo:

―En realidad, no es una excusa… Es su manera de protegernos fielmente ante las consecuencias de verle.

―No te pillo― afirmó Lorena.

―Vamos a ver, los Ángeles de la Guarda, no son ángeles normales. Son ángeles que, en algún momento han traicionado las leyes del cielo y, entonces, son castigados.

Los demás habían caído en el silencio propio de los que están abducidos con tu historia. Así que continuó:

“Su castigo consiste en perder su belleza, convirtiéndose en un especie de zombi y teniendo que proteger a un niño ante cualquier peligro. Para evitar que el Ángel Caído tenga tentaciones de escapar o  de descargar su frustración con su protegido invitándole a abrir las luces para verle y morir en el acto, convertido en una estatua de piedra; Dios les condenó también a la Oscuridad. Si la luz les ilumina, morirá junto a su protegido.”

Sergio quedó en silencio. Sus hermanos y su prima estaban boquiabiertos. ¡Sí! Ahora era quien dirigía el cotarro. Por fin, Chema se animó a seguir preguntando:

―¿La luz le quema como a los vampiros?

―Evidentemente. Un Ángel Caído, como ya os he dicho, es un ser Oscuro… Necesita pasar por este castigo, a modo de prueba, para volver a recuperar su estatus.

Un ligero ruido dentro del desván desvió su atención.

―¿Habéis oído eso?

―¡Tengo los pelos de punta!

―¿Entramos ya?

―Tú primero, Chema. Eres su protegido…― Sergio le dio un pequeño empujón para que abriese la puerta.

Chema, a su vez, asumió su responsabilidad y, tragando saliva, abrió el desván. Poco a poco. Reconocía que, cuando el Ángel le habló por primera vez, había sentido algo de miedo. Pero cuando le explicó quien era, se sintió excitado ante la idea de tener aquel privilegio… ¡Conocer a tu Ángel de las Guarda en persona! Sin embargo, ahora que su hermano les había contado quien y cómo eran en realidad esos ángeles… Se imaginaba a un monstruo lleno de cicatrices, gusanos saliéndole de las fosas nasales, uñas largas y retorcidas y sangre chorreándole de las entrañas. Ya no tenía claro si le resultaba tan divertido conocerle…

Entraron dejando la puerta medio abierta, por si acaso había que echar a correr. Se agolparon contra la pared de al lado y escrutaron la oscuridad. La tenue luz de la luna iluminaba débilmente el lugar y, gracias a las sombras que creaba, podían ir distinguiendo los diversos trastos esparcidos por el desván, a medida que su vista se acostumbraba. Aparatos de gimnasia acumulando polvo, muebles sustituidos por otros más nuevos, juguetes, una estantería de libros… Y en la esquina izquierda, la más apartada, un bulto oscuro. Jessi le susurró a Sergio al oído:

―¿Qué es ese bulto?

―Creo que es él― le reveló.

―Ángel de la Guarda, soy yo, Chema. ¿Estás ahí?

Todos aguardaron en silencio para escuchar la respuesta. Pasados unos segundos, nadie contestó.

―He traído a mis hermanos y a mi prima. Te quieren conocer.

―Oye, yo no le doy dos besos a un Ángel-zombi…― susurró Lorena burlándose.

Y, de pronto, una voz que no era de ninguno de los cuatro:

―Feliz Nochebuena, chicos.

Todos ahogaron un grito de terror. Incluso Sergio se encogió ante el susto. Chema fue el único que pareció mantener el control.

―No está bien que celebres la Navidad aquí sólo en nuestro polvoriento desván… ¿Quieres que te traigamos algo de turrón?― se ofreció de buena fe.

―No, gracias, Chema. Los ángeles no necesitamos comer― su voz era suave y grave a la vez, e incluso… bonita. “¡Qué lástima que sea monstruoso!”. Pensó Jessi.

El Ángel continuó hablando:

―Chema, ya les has recordado que, bajo ningún concepto pueden abrir las luces ¿verdad?

―Sí, ya lo saben. Y mi hermano Sergio nos ha contado muchas cosas sobre ti y los tuyos… ¡Debe de ser horrible estar en tu lugar!

Un ligero gruñido surgió de la garganta del Ángel, justo cuando pronunció el nombre de Sergio.

―Esta noche está designada para que yo te salve del peligro que te acecha… Va a ocurrir algo inminentemente― las palabras del Ángel cayeron como una pesada carga en los niños. Su voz fue tan suave y melodiosa, que un escalofrío les recorrió por entero.

 

 

El ruido sordo de la puerta al cerrarse de golpe provocó una oleada de histeria entre los niños. Sus gritos, sin embargo, no traspasaron el umbral del desván. La familia seguía muy ocupada con el karaoke.

Sergio estaba asustado hasta la médula, pero más por el hecho de que había un loco en su desván y no por las tonterías sobre ángeles de la guarda que les había estado contando a los demás para divertirse un rato. A tientas, mientras Lorena, Jessi y Chema seguían gritando, intentó encontrar algún objeto contundente con que poder propinarle un golpe al intruso.

―¡La puerta!― chilló Lorena― ¡Abrid la maldita puerta!

―¡No veo nada!― gimió Jessi intentando dar con el picaporte.

―¿Ángel?― pese al miedo, Chema intentó aferrarse a la idea de que nada malo les pasaría― ¡Por favor, deja de asustarnos!

―¡Escuchad!― le interrumpió el Ángel― No quiero que os asustéis… Dejad de gritar y de intentar abrir la puerta.

―¿Porqué nos has encerrado?― quiso saber Lorena con la voz temblorosa.

―Os he encerrado porque la única manera de salvar a mi protegido es evitando lo que va a ocurrir.

―Lo que va a ocurrir es que te voy a llamar a la policía― gritó Sergio frustrado por no haber conseguido encontrar nada con que atacarle. ¡Cómo no le tirase algún  libro!

―Chema…― el Ángel ignoró a Sergio― debes escucharme atentamente y hacer oídos sordos de lo que te diga tu hermano.

―¡Y una mierda!― volvió a gritar Sergio― ¡Ni te acerques a mi hermano, cabrón! ¡Ahora mismo vamos a decírselo a los papás!

Intentó llegar hasta la puerta, pero chocó contra algo duro y frío cayendo de bruces. La voz del Ángel le heló la sangre, a sólo unos centímetros de su cara:

―No pienso permitir que pongas en peligro a mi protegido. Esa puerta no se abre― su voz se oscureció hasta parecer un susurro letal que le provocó escalofríos por todo el cuerpo―. No sé como puedes saber tantas cosas acerca de los de mi especie… Y en verdad estoy asombrado, pero siento decirte que te has olvidado de algunos puntos.

―¿Cu… cuáles?― su voz salió aguda y temblorosa… ¿Quién era ese tipo? ¿Qué les iba a hacer? ¡Si se lo había inventado todo para reírse de su hermano!― algo caliente se extendió por sus pantalones… ¡No, no podía ser! Menos mal que estaban a oscuras, la humillación sería terrible. El Ángel habló de nuevo, pero más bajo y más cerca de su oído:

―Los Ángeles Caídos sí tenemos opción…― sonrió en la oscuridad antes de seguir susurrándole― Puedo evitar el peligro para Chema y para mí y, después… Tomar mi elección.

―¿A qué te refieres?― consiguió articular Sergio. No sabía qué creer. ¿Realmente había acertado exactamente en su historia de los Ángeles? Lo único que sabía a ciencia cierta, era que estaban en un buen lío y necesitaba escapar del desván como fuese.

―Me refiero a que tú, esta noche ibas a cometer el error de tu vida. La luz. Supe que la encenderías en cuanto te vi, por eso me tomé la libertad de cerrar la puerta puesto que el interruptor está fuera. Así podré pagar mi deuda y evitar que tu hermano y yo mismo muramos.

―¿Y qué más?

―Cuando tu hermano salga del desván sano y salvo, mi misión habrá terminado. Sin embargo, mi intención no es volver a la luz.

―Pero no recuperarás tu cuerpo… Seguirás siendo un zombi…

―No, si hay un sacrificio humano― contestó el Ángel.

Oh, no, no, no… Esto no sonaba nada bien. ¿Un sacrificio humano? ¿Y quién sería el “afortunado”? No le gustaba nada la respuesta a esa pregunta. Comenzó a gritar y a patalear desesperado:

―¡Chema, Lore, Jessi! ¡Abrid la puerta, por lo que más queráis! ¡Abrid la luz!

El Ángel gruñó y sujetó su cuello con fuerza. Tenía las manos frías y mojadas. ¿Sería la sangre de sus heridas abiertas? No podía verle, pero se imaginaba su cuerpo caduco, abriéndose por momentos y dejando escapar fluidos viscosos por cada poro de su piel gris. Le dieron ganas de vomitar, pero ya tenía bastante con haberse meado en los pantalones.

―¡Abrid la luz, joder!― consiguió decir a pesar de que el Ángel le sujetaba el cuello con más fuerza.

Chema estaba cada vez más nervioso. Su hermano y el Ángel habían estado hablando a susurros y, de pronto, Sergio se veía más asustado que en su vida. ¿Qué le habría dicho?

―Por favor, Ángel, deja a mi hermano en paz y nos iremos sin encender la luz. ¿De acuerdo?

―Vosotros podéis salir, Chema. El peligro está bajo control― sentenció el Ángel recobrando su melodiosa y amable voz. Una de sus frías y muertas manos, seguía sujetando a Sergio por el cuello, mientras que la otra, le tapaba la boca… Y los niños no le veían― tengo que hablar con tu hermano un momento. ¡Idos!― ordenó implacable― Él se reunirá con vosotros abajo enseguida.

Chema no parecía convencido del todo.

―¿Qué tienes que hablar con mi hermano? ¡Está asustado, déjale!

―Oye Chema…― la voz de Sergio sonó de pronto despreocupada― No pasa nada ¿vale? Bajad, que ahora voy yo. Y recordad no decir ni nada de esto a nadie.

Durante unos segundos sólo se escucharon las respiraciones excitadas de los niños. Después, Jessi tiró del pomo de la puerta y la abrió rápidamente.

―¡Venga, vamos!― gimió.

Lorena salió corriendo tras ella agarrando a Chema del brazo para arrastrarle con ella escaleras abajo. La puerta del desván se cerró tras ellos.

El Ángel, destapó la boca de Sergio y le soltó el cuello. Tenía que ser rápido y llevar a cabo el sacrificio antes de que Dios le llamase a la luz. El joven cuerpo del chaval le vendría muy bien para volver a comenzar. Nada de normas, nada de restricciones… Por fin obtendría su libertad.

Lorena, Jessi y Chema bajaron en tromba las escaleras pero al llegar al descansillo se chocaron contra la madre de los dos últimos y Sergio.

―¿Pero qué hacéis?― los escrutó con desconfianza― ¿Qué estabais haciendo en el desván?

―¡Nada mamá!― contestó Jessi con evidente nerviosismo.

―¿Y Sergio?

Los tres niños se miraron. ¿Qué le decían? Tenían que evitar por todos los medios que su madre entrase en el desván antes de que se hubiese ido el Ángel. ¡Si abría la luz estaban perdidos!

Un brusco movimiento en el interior del desván atrajo la atención de ellos y de su oportuna madre. Un estruendo golpeó el suelo haciendo temblar los peldaños bajo sus pies. Su madre soltó un grito ahogado y corrió escaleras arriba para auxiliar a su hijo.

Llegó hasta el interruptor de la luz, lo accionó y abrió la puerta.

―¡Sergio! ¿Qué ha pasado? ¡Cómo te hayas cargado algo te…!

Su cerebro no llegó a analizar lo que sus ojos veían. La imagen de aquella cosa chorreante de sangre y vísceras sujetando a Sergio contra la pared quedó registrada en sus pupilas antes de comenzar a volverse gris. Los colores se perdieron para siempre junto con su entendimiento.

―¡Mamá!

―¡Tía!

―¡Malditos críos! ¡No!

―¡Chema!

La puerta del desván quedó abierta. La luz encendida. Las voces apagadas.

Diez minutos después, el padre de Lorena subía en busca de su hermana y los niños. ¿Qué cojones hacían allí arriba mientras la familia estaba reunida? Se extrañó al no ver a nadie. Miró a su alrededor para ver el estropicio: trastos esparcidos sin ton ni son por el suelo, la estantería de libros volcada… ¿Qué coño había pasado ahí?

Fue todo más extraño aun, cuando se percató de que había unas estatuas de piedra rotas en el suelo. Se acercó para examinar aquellos trozos de piedra sólidos y enormes. Y se le secó la garganta cuando reconoció los rostros… ¿Era una broma?

Pero de lo que no se percató fue de la masa sanguinolenta que reptaba a sus espaldas con un único destino: burlar una muerte que ya estaba teniendo lugar. Sólo tenía unos segundos antes de que su cuerpo se desintegrara del todo… Y el Ángel de la Guarda pensaba conseguir un cuerpo a cualquier precio.

Acechando a su próximo objetivo, alargó lo que una vez habían sido unas manos, ahora dos muñones purulentos para alcanzarle…

… Y la puerta se cerró por última vez.

 

Autora: Lydia Alfaro

Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora