CUMPLEAÑOS FELIZ, Moi Gascón

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CUMPLEAÑOS FELIZ

 

 

22 de febrero. El día esperado por fin está aquí, por fin ha llegado el cumpleaños de Bill.

Ha estado todo el año esperando este día, su décimo tercer cumpleaños.

La mañana había sido tranquila al tratarse de un sábado. Sin la presencia de su padre, al no llegar del viaje tras visitar a la abuela, así que lo había pasado junto a su madre y su hermanita de 4 años.

Nada más levantarse, su madre le sorprendió con un buen tazón de leche con cacao y cuatro enormes tostadas con mermelada de manzana, su favorita, siempre había sentido predilección por esa fruta, por el fruto prohibido.

Después de desayunar se sentó a ver la tele, dibujos animados de hace unos cuantos años. Había un canal especifico en el que reposicionan día y noche dibujos de los años 70, 80 y 90 tales como Campeones, Bola de dragón, Mazinger z, Los picapiedra, Los autos locos, Los caballeros del zodiaco…

Odiaba los dibujos que echaban hoy en día por los canales, le parecían aburridos, insulsos, dicho en una palabra. ESTÚPIDOS.

Le encantaban los de acción, en los cuales los protagonistas tienen que salvar a una joven en apuros o a un buen amigo atrapado por el malvado de turno.

Los dibujos de antes molaban, no como la basura de hoy en día, pensó Bill a sabiendas de que esos dibujos no correspondían a su época.

Cuando los dibujos terminaron y la hora de comer se acercaba, encendió su Play Station y se dedicó a echar unas carreras online contra un chico japonés, que, maldito sea, siempre le ganaba. Solamente en una ocasión le ganó y sintió una alegría como pocas veces en su vida había sentido, por fin conseguía vencer a alguien, una de las primeras victorias importantes de su vida, le hacia sentirse mayor.

A partir de la una del medio día fue cuando comenzaron las llamadas telefónicas.

Primero llamó su abuela desde el otro lado del país, la pobre estaba enferma en un hospital y no podía pasar el día junto a su nieto favorito, pero pronto irían a visitarla al hospital. La anciana le dijo que pasara buen día y que su regalo iba en camino, que lo mandaba con su padre de vuelta.

Más tarde, cuando colgó y volvía para sentarse en el sofá y echar una ultima carrera, descubrió que su hermanita, Laura, le había mangado el mando del juego y estaba estampándose una y otra vez contra una pared con el coche del juego.

 

—¡Deja eso ahí, me has fastidiado la carrera!— le gritó Hill, a lo que la joven Laura le respondió sacándole la lengua y haciéndole la burla.

—Te vas a enterar— dijo Bill acercándose con el puño en alto. Al ver este gesto, Laura, que lo tenía más que aprendido, soltó el mando de golpe y este cayó al suelo haciendo que rebotase varias veces mientras gritaba el nombre de su madre esperando que esta saliera en su rescate y no tener que vérselas con el puño de su hermano. Típicas peleas entre hermanos, ¿quién no las ha tenido? Los hijos únicos ja, ja, ja.

Bill se quedó a mitad de camino, recogió el mando del suelo e intentó terminar la carrera, pero el penúltimo corredor hacia tres minutos que había llegado ya a meta, carrera perdida. Punto y final.

Apagó la consola y fue a la cocina en la que estaban su madre y Laura la que le volvió a sacar la lengua.

Comieron tranquilamente, un buen plato de macarrones a la carbonara, el favorito de Bill y un gran trozo de chuletón. De postre un pastel de chocolate preparado con el amor incondicional de su madre. En la tele, los seres amarillos, que formaban esa peculiar familia llamada Simpsons salían y se metían en líos una y otra vez.

Después de la comida llegaron Tío Bob, Tía Grace y los primos Andy y Lucas.

Mientras los adultos se juntaban y hablaban de sus cosas, los cuatro niños salieron a la calle.

Jugaron durante un rato a la pelota, luego al escondite, a béisbol, y echaron carreras en bici.

El reloj marcaba las siete de la tarde y a la fiesta se había apuntado la abuela Maude, el tío soltero Marcus y la tía viuda Sarah.

Cuando los cuatro niños entraron al salón, la decoración había cambiado, pasando de ser sosa y simple a estar llena de globos de multitud de colores, rojo, azul, amarillo, verde. Los globos siempre son importantes en una fiesta y aun más si flotan, porque los globos siempre tienen que flotar. Una enorme pancarta fabricada con cuatro cartulinas marrones con el mensaje, “Feliz cumpleaños Bill” en multitud de colores chillones colgaba de la pared.

Una cortinilla de cartón con cada letra de “felicidades, feliz cumpleaños” iba de un lado a otro del salón.

Sobre la mesa, bandejas llenas de multitud de comida, aperitivos y bebidas refrescantes.

Solo faltaba que llegase papá.

Cuando estaban a punto de sentarse, el coche de papá se escuchó en el jardín y después como se abría la puerta del garaje. Se quedaron en silencio y el padre entró a los pocos segundos por la puerta principal.

Bill salió disparado a abrazar a su padre mientras gritaba ¡¡¡¡¡Papi!!!!!

El padre lo recibió con los brazos abiertos y cogiendolo en el aire, luego le dio dos vueltas en el aire, cosa que hacia desde que la memoria alcanzaba a recordar.

El padre pasó y saludó a todos los familiares que ya se habían sentado a la mesa y habían comenzado a picotear de aquí y allí.

Comieron y llegó el turno de los regalos y el postre, el postre como era tradición en la familia, siempre venía después de entregar los regalos.

Bill abrió el primer regalo, de parte de su tío Marcus. Un videojuego, uno de pegar tiros como solía decir su padre. Bill llevaba tiempo dando la brasa y por fin lo había conseguido, una sonrisa enorme surcaba su cara de oreja a oreja.

Luego Sarah le entregó el suyo. Una camiseta y un pantalón a juego. Esta vez se limitó a dar las gracias y dejarlo apoyado en la silla.

La abuela Maude le entregó un sobre, como era tradición en ella, un billete dentro de un sobre marrón.

—Directamente a la hucha va— le dijo su madre y toda la familia estalló en una carcajada.

—Gracias abuela— respondió y le besó en la mejilla.

El regalo de parte de Bob, Grace, Andy y Lucas fue un mando nuevo para la video consola.

—Así podrás echar carreras conmigo— respondió la jovencita de su hermana Laura.

La familia volvió a reír al unísono.

—Y ahora viene el mejor— dijo su padre, que sacó una caja que había esperado impaciente todo este rato detrás de la puerta.

—Toma cariño, de parte de papa y mama— dijo su padre y Bill comenzó a romper el papel de envolver como un loco.

Una caja aplanada de unos 50  por 30 centímetros salió debajo de tanto papel.

En ella un dibujo de un mar con un barco, y un faro en la loma iluminando gran parte de la imagen.

—¡Un puzzle! ¡Gracias, gracias! —gritó y abrazó a su padre y a su madre a la vez.

Siempre le habían encantado los puzzles, desde que era pequeñito siempre había hecho puzles y era una afición que le encantaba. Posiblemente desde los cinco años había hecho unos 40 o 50 puzles él solo. Por diversión. Al principio los padres los enmarcaban pero cuando comenzaron a quedarse sin espacio simplemente los desmontaba y los volvía a guardar en la caja para otra vez.

—Espera, aun hay más— dijo su madre y se sacó un sobre de detrás suyo tendiéndoselo.

Era marrón, como los que solía usar la abuela.

Bill lo abrió y una gran sonrisa comenzó a inundar su rostro, los ojos se fueron abriendo poco a poco hasta tal punto que parecían que se iban a salir y la garganta gritó como un poseído.

—Guau, mola, que bien, yuhuuuuuuu. Nos vamos a Disneylandia— gritó y enseñó a toda la familia las cuatro entradas que había en el sobre. En ellas ponía. “Valido por un día en Disneylandia”.

Toda la familia estalló en un aplauso generalizado.

—Espera, falta el último regalo, el de parte de la abuela, que al estar malita no ha podido venir pero ya sabes que le hubiera encantado estar aquí. Ahora vuelvo, Bob ayúdame anda, que es grande— dijo el padre. Y se fue junto a su hermano por la puerta principal hacia el coche.

Bill se sentó en la silla, pensando en el regalo, que podría ser, la abuela siempre hacia los mejores regalos.

La puerta se escuchó y el padre le dijo a su mujer que tapara los ojos a Bill.

Esta se los tapó con la mano.

Bob y Tom procedieron a dejar el paquete sobre la mesa.

—¡Cómo mola! —gritó entusiasmada la joven Laura.

Bill anhelaba abrir los ojos, deseaba saber cual era su regalo, quería tenerlo ya. No podía aguantar más.

—¡A la de una, a la de dos y a la de tres! —gritaron los familiares y cuando Bill abrió los ojos se quedó de piedra.

Encima de la mesa había una joven de unos veinte años, desnuda, atada de pies y manos, llena de sangre y con multitud de heridas que recorrían la totalidad de su joven y bello cuerpo.

Uno de los pechos había sido cortado y de él manaba un buen chorro de sangre.

La boca había sido cosida y los ojos estaban cerrados, pegados párpado con párpado con pegamento.

Bill estaba con la boca abierta, no podía creer lo que veía. Aquella joven, desnuda, indefensa,  llena de sangre y maniatada encima de su mesa, no podía ser.

Poco a poco la boca de Bill se fue cerrando para dejar paso a una sonrisa y un grito triunfal salió de por su garganta.

—Guau, este es el mejor regalo, mucho mejor que el del año pasado.

—¿Qué fue el año pasado, que no puede venir? —Preguntó un curioso Marcus.

—El año pasado fue un vagabundo, olía fatal y era muy viejo, además estaba sucio, este es mucho mejor, es muy guapa —dijo mientras unas manchas rojas nacían en sus mejillas debido a que se estaba sonrojando.

—Espera, que esto no es todo— dijo el padre. Y sacó de una pequeña bolsa negra unos palitos de madera con una fina mecha en la punta, que clavó uno a uno en fila india sobre el estómago de la joven por los cuales comenzó a manar un fino hilillo de sangre que fue resbalando por el torso del cuerpo hasta llegar a la mesa. Clavó trece palitos y luego los encendió con el mechero.

Mientras tanto, Laura, la joven hermanita, había puesto a la inesperada invitada un gorrito de cumpleaños sobre el pelo sudado y lleno de sangre reseca.

—Ahora pide un deseo dijo Tom.

Bill cerró los ojos durante unos segundos, los abrió con gran fuerza y sopló con toda la energía de su cuerpo las velas sobre el pastel de carne humana.

La familia volvió a estallar en gritos, aplausos y comenzaron a cantar a un avergonzado Bill el Cumpleaños feliz.

Ese momento, a todo el mundo le da vergüenza y no sabe donde esconderse, solo esperar que pase pronto.

—Te deseamos todos, cumpleaños feliz. ¡Bieeeeeeeeeeeeeen!

Gritaron todos.

—¡Ahora a comer el postre! —dijo la joven Laura, mientras su madre sacaba un largo cuchillo afilado, de unos 30 centímetros de largo del cajón de la cómoda.

—¿Qué has pedido Bill? —Preguntó su hermanita tirándole de la manga de su camiseta.

—No se dice, si no, no se cumplirá— respondió dándole un beso a su hermana que se lo limpió con cara de asco pero sonriendo.

—Feliz cumpleaños —dijo Tom a su hijo y le abrazó, acto seguido le besó en la mejilla—. Y que cumplas muchos más.

 

Autor: Moi Gascón

Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora