CORCEL, Julián Sánchez Caramazana

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CORCEL

 

Taciturno, tenso, serio, distante. A ratos triste. Compungido en la factible certidumbre. Atroz en la sospecha.

El rostro demacrado, a pesar de las claras circunstancias. No hay un atisbo de color en el semblante.

 

Silencio. Cercanos augurios que no se disuelven. Límite tentado al paroxismo. Crepitar de llamas. Chimenea que no le calienta, frialdad repulsiva.

La servidumbre ya se ha retirado, algunos nobles están en sus aposentos, su familia empuña los velones en la capilla por unos segundos y desaparece enfundada en sus ricas ropas.

 

El joven Gaston Ledoux se oculta entre las pieles que le cubren. Ya nota el agarrotamiento de la soledad y del discurso del dolor. Los soldados montan guardia en las torres, pero nadie sale. No osarían ni tan siquiera comentarlo. Perderían la cabeza en la hazaña.

Y ella no está, lo sabe, es la certeza, es la realidad.

***

Oscuridad densa, macabra, auspiciadora de temblores. Frío. Las ramas de los árboles del frondoso bosque, no muy lejos del río, lejos de la más acogedora campiña, impiden que la luz de la Luna sea una amistosa ayuda y refugio.

 

Danae, contrae el cuerpo ya lejos de la sospecha, liberada de una oculta realidad. La joven se agarra a sus ropajes masculinos, un material cedido pro su amado Gaston, empapados de sangre. Una sangre que no cesa de gotear marcando unas huellas en el suelo que son respiradas a distancia.

 

La amazona cayó horas antes de su montura. Su brioso caballo se quebró las patas delanteras al frenar su trote. Danae todavía no sabe muy bien porqué.

Caída, dolor, ruidos lejanos de rara y abrupta estridencia. Relinchos de sufrimiento. Ella, pasados unos duros y crudos segundos revisó sus heridas. Rasguños en brazos, piernas y manos, un golpe feo en la rodilla derecha. Ahora cojea mientras camina y sus lágrimas empañan la sangre de su ropa. El sueño se tiñe con su mezcla.

 

Con cariño, sin titubeos, cuidado y ternura, se abrazó a la cabeza del animal presta a la decisión adquirida de inmediata.

Le besó, acarició sus crines y tuvo que huir de la mirada de los ojos reflejo de un espanto más aterrador que la muerte.

Extrajo su daga con empuñadura de oro, diamantes incrustados y hoja de plata. Agarró el cuello del caballo y lo cortó con un diestro movimiento.

Sacudidas, convulsiones, relinchos de pánico entre sus brazos, relinchos lejanos de deseo, brutales, horrorosos, nunca antes escuchados.

 

Su montura cesó de moverse. Danae se levantó. El golpe en la rodilla ardía. La cojera era inevitable. Letal, la sangre, ya manaba por su rostro y ropas. El tiempo no se deshizo, acogió la virtud de una fuerza enraizada en tinieblas.

***

Camina. Solitaria. Un gélido viento la golpea y susurra alguna abominación. Se detiene unos instantes para recuperar fuerzas y el equilibrio. Escucha la cantinela lejana. Ruidos

que se extinguen como canciones huecas.

Se enjuga las lágrimas con la tela de su ropa. La sangre baña sus ojos. Sigue chorreando. La mirada de su montura no se aparta de su mente. El terror del animal señala, acusa, no distorsiona, es tan real como algunos aullidos y los relinchos histéricos que de vez en cuando se reproducen.

 

Suspira, piensa, debería volver al castillo. Una ligera mueca amanece en sus labios. Gaston y ella se conocieron en la fiesta del marqués Dubois.

Danae coqueteó con el apuesto galán, se sintió atraída de inmediato por las historias que contaba el joven caballero, por las leyendas aprendidas de otros guerreros, le gustaron la lírica emotiva de sus versos, se enamoraron y poco después se prometieron.

 ***

Elegida, piensa, él, cómodo en el castillo. Un flechazo, decían orgullosos nobles y aldeanos. Deseada, a su pesar. Ahora lejos, afuera, él dentro del hervir de su silencio.

Gaston Ledoux se incorpora. Contempla el baile de las llamas. Dantescas sombras en la pared. Le da la espalda a la chimenea y atraviesa la estancia camino de los amplios ventanales. Algo fluye y bulle. El tiempo no será piadoso. La piedad amamanta a la muerte con un sonido desesperado. Por encima de él los soldados se refugian en las torres. Las antorchas apenas iluminan la fiera oscuridad que no llega ni a ser presagio.

***

Nebulosa de sangre y muerte. Niebla sobre la niebla y en la misma niebla. Crujidos, relinchos y ruido. Noir surge de ella. Combativo, hermoso, criminal.

Huele, olfatea. De nuevo está aquí. Busca jinete o amazona. Es su tiempo que no es tiempo. Avanza raudo. Sus patas delanteras destrozan la parte posterior de la montura de Danae, la trituran por completo. Muerde la cabeza del animal fallecido, le arranca las orejas y se traga los ojos. Más mordiscos revientan el cadáver.

El crujir del cuerpo separado en pedazos paraliza a Danae en su caminata, se escucha en el bosque, la campiña, el río, la aldea y el castillo

La Luna ahora sí que filtra su luz entre los árboles. Noir acerca su hocico a la sangre. Bebe ante los ojos atónitos de la muchacha que en su deambular en círculos ha regresado al punto de partida y de caída.

Bebe del suelo, de los charcos, del cuello rajado y de la sangre que surge de cada trozo del caballo fallecido repartido por la hierba del bosque. Un caballo alimentándose de

otro caballo. Un noble corcel de combate, fuerte y ligero. Héroe victorioso que sabe que ella le quiere matar por lo que entiende que tal vez no sea su dueña.

 

Firme, libre, sin cojear, decidida, retadora. Danae se acerca a Noir. No tiene miedo. El

cuerpo del corcel es ahora rojo. A ratos transparente en un cúmulo de sangre que lo define en su esbeltez.

El animal relincha furioso ante la presencia de la joven. Danae le enseña su daga. Le enfrenta preparada para un combate perdido.

***

 

Desde los ventanales, momentos antes, Gascon, ha vislumbrado la niebla en plena campiña. Ha visto surgir al rojo corcel endemoniado mientras volvía a su color originario buscando su alimento hasta adentrarse en el bosque.

Ella es la elegida por él. Un joven noble guerrero y vampiro, del cual él mismo desciende, tiempo atrás mordió a Noir para convertirlo en su inseparable montura. Pero su antepasado fue capturado por los aldeanos, reducido, siendo atravesado el corazón y el cuerpo por decenas de estacas.

 

La familia,  por temor, abandonó a Noir. Un córcel maldito que vaga en la niebla hasta que sale, tras un pacto endemoniado, con el cual la familia se protege, a la búsqueda de su jinete. De ese modo, ni Gascon, ni nadie de su linaje se ha convertido en vampiro

como castigo por el abandono.

***

Cierra el libro escrito con sangre humana. Una leve sonrisa despierta en sus labios. Un mohín cínico a la par que cruel. En las cuadras Noir relincha efusivo solicitando su camaradería. Ella vuelve a sonreír.

Danae regresó al castillo sana y salva. Grande fue el regocijo ordenado de inmediato por su amado en cuanto traspasó el umbral del arco de la puerta. Cuando Gascon la penetraba le mordió en los ojos y en la cabeza al tiempo que le destrozaba la cara. La joven le arrancó las orejas, seccionó el pene con su daga lanzándolo contra los ventanales de la estancia.

 

Gritó su amado salpicando sangre sobre Danae y las sábanas. Danae prosiguió su tarea. Clavándole los colmillos en el vientre, en las manos, los brazos, o las rodillas y en un último abrazo le partió la columna vertebral.

 

Ella bebió y bebió. De las sábanas, de las piernas y brazos de Gascon, del pecho y los dedos, o de la cabeza y el cuello.

***

Sangre en el suelo, en las paredes de piedra y en el techo, de soldados, servidumbre,

invitados y familiares. Noir, corcel de un brillante color rojo, pisaba las cabezas y los cuerpos, los reventaba y rompía a trozos, o por la mitad, separándolos en pedazos ya inservibles. El continuo crujido estremeció el castillo, la aldea y el territorio en kilómetros a alrededor.

El corcel bebía y bebía sangre. Insaciable en un doble turno de venganza roto el pacto

con uno nuevo. Sólo unas palabras fueron necesarias poco antes:

 

—Has matado a mi caballo, a mi mejor amigo, te has alimentado de él. Ésta daga es de plata. Puedo acabar contigo, pero me han traicionado. Soy tu víctima. Creía que no sería verdad y que Gascon no lo haría, pero ordenó abandonarme y darme orientaciones falsas para que me perdiera. Si quieres liberarte de tu encierro yo soy la llave.

***

 

Danae se hizo un tajo con su daga en el vientre, se recostó en el suelo y Noir bebió mientras sangraba por su lomo para que ella bebiera.

***

Danae llega a las cuadras. Contempla a su corcel, héroe de justas y combates. Ahora su enrojecido cuerpo no es transparente. Hay que cazar y comer.

Brillan sus ojos y sus colmillos. Ella lo monta. Sangre sobre sangre. Montura y jinete.

 

Autor: Julián Sánchez Caramazana

Sobre Lydia Alfaro

Escritora, soñadora y eterna aprendiz. Puedes seguirme aquí: https://www.facebook.com/lydiaalfaroescritora