«Occidente es Occidente», no donde naces sino donde paces

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Cartel-Alta (570x800)Título: Occidente es occidente (West is West)

Dirección: Andy De Emmony

Guión: Ayub Khan-Din

Reparto: Aqib Khan, Om Puri, Jimi Mistry, Linda Bassett, Robert Pugh, Vanessa Hehir, John Bramwell, Karamjit Anmol

Duración: 103 minutos

Año: 2010

País: Reino Unido

Música: Rob Lane, Shankar Ehsaan Loy

Fotografía: Peter Robertson

Género: Comedia dramática

Productora: BBC Films

Distribuidora: Kiss Comunicació

Cuentan que a raíz de la desintegración de la Unión Soviética (1991), una azafata de Aeroflot  le preguntó a un judío que viajaba a Jerusalén por qué iba tan alegre, a lo que el judío respondió que estaba a punto de hacerse real lo que llevaba mucho tiempo soñando. Al cabo de unos meses la azafata le volvió a encontrar, pero esta vez de vuelta a Moscú. El diálogo se repitió con el mismo entusiasmo después de los saludos de rigor y el intercambio de frases de sorpresa y  cortesía. La azafata le preguntó finalmente dónde le gustaría vivir ahora que ya tenía experiencia, si en Rusia o Israel, a lo que el judío respondió: En el avión.

1 (800x533)Sin tanta ligereza, pero con similar desenvoltura, “Occidente es occidente (“West is West”) se plantea en esta secuela de la primera entrega —“Oriente es oriente (East is East)”, 1999)– una cuestión semejante a la de la anécdota anterior, con la diferencia de que es una familia muy peculiar, como veremos, la que intenta encontrar respuestas, a veces antes de las preguntas  –al final llegan– lo que siempre garantiza escenas jocosas, que cabalgan a medio camino entre la comedia, la farsa, el drama, incluso el esperpento.

Debidamente condimentada con los ingredientes propios del contraste de situaciones culturales, generacionales, étnicas, lingüísticas, históricas y geográficas, la película arroja sobre el espectador suficientes atractivos para que los  encuentros y desencuentros familiares surjan con naturalidad a lo largo de esta  historia llena de vitalidad, salpicada de detalles y malentendidos que de forma sutil van dejando constancia de las diferencias a veces superficiales y a veces insalvables que al final parece que se proponen situar a cada cual en su sitio.

El director Andy De Emmony, como si se limitara a dejarse llevar de la mano por los personajes, sin hacer ningún esfuerzo más allá del que se puede esperar de su oficio, ni ningún alarde técnico, simplemente ilustrando con imágenes adecuadas el guión, les sigue el juego a casi todos, los acompaña, los trata con cariño, con comprensión –en contraste con el cuasi todopoderoso patriarca familiar– convencido de que ellos mismos se las arreglarán para  complicarse la vida hasta dónde puedan permitírselo, pero también para encontrar algún compromiso provisional que les vaya sacando de los apuros o de los enredos a los que da lugar el choque de culturas de las que forman parte, de forma que nosotros, como espectadores, nos contentemos con ser testigos de sus decisiones, de sus pactos y desavenencias, a veces cómicas y a veces dramáticas, condicionados, sobre todo, por las citadas circunstancias, determinadas casi siempre por la autoridad en entredicho de un padre atrapado entre dos mundos casi irreconciliables.

2 (800x533)En la primera parte estábamos en 1971, ahora han pasado cinco años, pero desde el comienzo vemos que persiste el mismo conflicto, que apenas se ha avanzado en las relaciones padre-hijo, ya que en el fondo, como veremos después, laten, por supuesto, las diferencias propias entre un país industrialmente desarrollado y descreído –Reino Unido– y otro aún anclado en las dependencias rituales y emocionales que genera la tradición y sus consecuencias en las vidas de los personajes –Pakistán–.

Si en la jerarquía de esas diferencias culturales colocamos la autoridad paterna y sus derivados, tenemos la fórmula perfecta para que un padre de convicciones arraigadas en las costumbres  de su país de origen, choque constantemente con las nuevas raíces de su entorno familiar. La historia le persigue, pues, desde los dos bandos, aunque en esta segunda entrega el desencadenante sea el hijo menor, Sajid, un adolescente del que está perdiendo el control cuando empieza  a afianzar su personalidad aún sometida a los vaivenes de unos y de otros: padres, hermanos, vecinos o compañeros de colegio.

El patriarca de la familia trataba en la primera entrega de imponer sus principios a su prole en terreno hostil; ahora, sin embargo, juega en casa –hablando en términos futbolísticos–  con los mismos principios aunque con nuevos personajes para seguir ajustando cuentas pendientes con algunos de ellos y, sobre todo, con su descendencia y con el pasado que dejó en su tierra cuando emigró a Inglaterra, un pasado no menos problemático que el del adolescente Sajid, al fin y al cabo solo una metáfora de la nueva situación, mucho más compleja, que supone siempre el cambio de una cultura a otra, como es el caso del patriarca, George Khan, magníficamente interpretado por  Om Puri.

3 (800x533)Precisamente su hijo menor, Sajid Khan, –interpretado por Aquib Khan, pues después de cinco años el Sajid que en la primera parte aparecía inseparable de su parka como si fuera su segunda piel, ya no encaja físicamente con el adolescente de la segunda–, se convierte en el principal recurso argumental para hilar esta  parte. Sajid es el último trofeo que le queda por retener al padre a fin de evitar  que no se le vaya todo de las manos y sumar así un  fracaso más  a su cada vez más cuestionada autoridad familiar.

El guionista Ayub Khan-Din pone, así, tierra por medio –de Salford, cerca de Manchester, cuna de la revolución industrial, a Punjab, región aún agrícola y rural–. Los cinco años que deja pasar son los suficientes para encontrarnos con un Sajid desarraigado, desorientado, algo desquiciado, atolondrado, pero buena persona, noble, con los típicos despistes de la edad, aunque con una situación no muy atractiva en el colegio del barrio al que con tanto esmero le lleva el padre. Pero un adolescente aún por hacer, moldeable, que quizá necesite un cambio de aires. Este es el pretexto del que se sirve el argumento para llevarnos a Punjab, a las raíces del patriarca, aunque su hijo no sepa ni dónde se encuentra.

El director de esta segunda parte, Andy de Emmony, no es el mismo del de la primera, Damien O´Donnel. Aunque podría uno entretenerse en analizar las diferencias de estilo o los recursos narrativos de cada cual, creo que no adelantaríamos nada, ni aportaría gran cosa para dar a la película la importancia que tiene, porque más allá de su director lo que da consistencia y unidad a la historia es Ayub Khan-Din, guionista y se podría decir que auténtico autor de las dos partes.

4 (800x533)No está demás recordar aquí que la primera parte consiguió la prestigiosa Espiga de oro a la mejor película de la Seminci de Valladolid, a la que hay que unir el premio a la mejor actriz, Linda Basset, que repite en esta segunda parte como Ella, esposa católica de George, y que va a jugar un papel relevante en el último tercio de la película, cuando la encontremos cara a cara, con la primera esposa de George en un diálogo inolvidable entre dos personas que llegan a entenderse, casi a compadecerse, más allá de las palabras de unas lenguas que no entienden. Este es uno de los encuentros más esperados e interesantes de la película. La situación la resuelve el director con una sencillez ejemplar, con austeridad, sin complicar en ningún momento la puesta en escena, entre otras cosas, porque como ya hemos dicho, el guión de Ayub Khan-Din hace que estos momentos parezcan fáciles a pesar de que no lo son.

Las dos actrices consiguen transmitir la tensión de sus emociones a veces gradualmente, a veces controlando su malestar o insinuando sus reproches, pero al mismo tiempo sin escatimar palabras para expresar su estado de ánimo, su ira, hasta conseguir  ese diálogo  calmado del que hablábamos anteriormente, pues la apelación que se hace a los sentimientos más universales trasciende culturas y países.

La película es oportuna para cualquier debate relacionado con la emigración, el multiculturalismo, la llamada alianza de civilizaciones, los conflictos familiares que plantean  culturas diferentes, la corrección política. La película parece que termina dando la razón al refrán castellano: cada mochuelo a su olivo. Pero por el camino quedan muchos interrogantes abiertos, algunas lecciones vitales para los protagonistas, y alguna reflexión útil para un espectador que no quiera  atrincherarse en posiciones dogmáticas, sino tratar de entender al ser humano a pesar de sus contradicciones. Quizá la anécdota del comienzo nos haga gracia, pero el viaje de vuelta también tiene su encanto.

Crítica: Pelayo Molinero Gete

Sobre Maria José Díaz-Maroto García

Cinéfila empedernida buscando la serie perfecta. Combino mi pasión por el cine con las series y los libros. Redactora Jefe de Cine de esta gran comunidad que es Pandora Magazine y propietaria de un pequeño blog donde extiendo mi pasión por el cine, la literatura, las series y etcétera: 'Delirios, Literatura, Cómics y Películas'.