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Ficha técnica | Título original: The Last Five Years. Director: Richard LaGravenese. Guión: Richard LaGravenese (Musical: Jason Robert Brown). Reparto: Anna Kendrick, Jeremy Jordan. Género: Drama romántico, Musical. Duración: 94 minutos. Año: 2014. País: USA. Fotografía: Steven Meizler. Música: Jason Robert Brown. Productora: Icon, Lucky Monkey Pictures, Sh-K-Boom Records, Grand Peaks Entertainment. Distribuidora: 39 Escalones Films.
Cada cierto tiempo Hollywood (y aledaños) se proponen recuperar géneros casi muertos como son el Western y el musical, algunas veces con más fortuna que otras. Aunque en los últimos 20 años han surgido westerns excelentes, sin embargo no hay ningún musical realmente bueno en esta oleada de revival de género, quizá porque salvo un par de excepciones, todas estas grandes producciones están basadas en musicales de Broadway. “Los últimos cinco años” es una muestra más de adaptación de musical, pero en esta ocasión del off-Broadway, algo así como el cine independiente hollywodiense, pero en NY. Y justo eso es lo que veremos en “Los últimos cinco años” una propuesta independiente. Una película independiente basada en una obra de teatro independiente. Suena bien, ¿no?
Cathy (Anna Kendrick), una joven aspirante a actriz, acaba de ser abandonada por Jamie (Jeremy Jordan), un novelista en alza. Ambos llevan 5 años juntos y un par de años casados pero, aunque ambos se quieren, el éxito de él y las penurias que pasa ella para conseguir un papel decente empiezan a minar la relación.
Leo por ahí que la obra teatral en la que se basa el film de Richard LaGravanese tiene un premio Tony, pero no consigo encontrar ninguna referencia a dicho premio, aunque sí que tiene algunos premios para el teatro independiente, aunque el simple hecho de haber sido interpretada en varios países ya debería ser crédito más que suficiente para interesarse por la obra. Claro, esa oportunidad no podría desaprovecharla el “Hollywood independiente” y lógicamente la maquinaria se puso en marcha para sacar adelante la adaptación de este musical.
Pero vamos por partes y hagamos un poco de historia. Jason Robert Brown escribe la partitura y el guión de un musical basado en su primer matrimonio. La obra se estrena en Chicago con la suficiente aceptación para que se estrene en el Off-Broadway. Quitando el egocéntrico acto de contar tu propia vida, excusando tus propios actos mientras dejas a tu ex como una fracasada que vive en un mundo irreal, componiendo una serie de temas para aderezarlo y dejar por ahí en medio a tu ex diciendo que eres un genio, nos encontramos con una obra pensada para dos personas en un escenario, que me imagino en negro y con un piano de fondo, mientras desgranan una historia de amor que parece eterna pero que va desgastándose. Algo que todos hemos vivido alguna vez.
Voy a sustraerme del hecho de que el guión me parezca absolutamente narcisista y voy a plantearme la relación de la obra con otros musicales en los que se nos narra esa historia romántica que acaba con las diferencias irreconciliables del mundillo artístico. Me vienen a la cabeza dos films de los 70 “Tal como éramos” (con la Streisand convirtiéndolo en musical involuntario) y “New York, New York”, la primera de Sidney Pollack, la segunda de Scorsese. He picado muy alto, ¿no?, son dos grandes clásicos que enmarcan su historia de amor con momentos concretos de la historia. Pero esto ya puede resultar muy pedante y si no se hace bien puede quedar una mierda muy grande, como ya demostró ese despropósito titulado “Los miserables” en versión cine, solo salvable por Hugh Jackman y Anne Hathaway. Vale, pues me tiro por musicales independientes, por ejemplo “Hedwig and the angry inch”. Aquí John Cameron Mitchell compensa la irregularidad de la realización y musical con lo diferente y arriesgado de la propuesta. Sigo picando demasiado alto, ya que Jason Robert Brown no pretende ser diferente, sólo quiere contar que su matrimonio se vino abajo porque él era talentoso y su mujer mediocre. ¿Comparable con “Ha nacido una estrella” en cualquiera de sus versiones? Sigo picando demasiado alto.
Bueno, el guión no es más que una historia más o menos hilvanada de una relación que va deshaciéndose y punto. Vale, el caso es que a un montón de espectadores les ha gustado lo suficiente como para estrenarse en todo el mundo. Muchos nos hemos sentido identificados con esa relación. Bueno, algo positivo al fin, ya que la música… como que no destaca mucho.
Bueno, que me pierdo en el guión de la obra de teatro y me olvido de que estamos hablando de cine. El otrora competente guionista Richard LaGravenese (“El rey pescador” y “Los puentes de Madison”) le da un pulido a la obra de teatro y trata de darle personalidad fílmica. Si tenemos en cuenta que es el director de las discretas “Posdata: te quiero” y “Hermosas criaturas”, pues tampoco es cuestión de esperar una obra de arte. Partiendo de esa base nos encontramos con un musical que huye del artificio de los bailarines (casi siempre) intentando que las canciones sean los propios diálogos, dejando al actor más o menos desnudo en la interpretación, sumando el hecho de que las canciones están interpretadas en el momento y no por playback, con lo cual oímos los ecos cuando están encerrados o perdemos audición cuando el actor está de espaldas. Es una forma de dar un poco de verismo al artificio musical. Compramos porque al fin encontramos un intento de hacer algo diferente, pero no está del todo logrado. Si, ya sé que en la anteriormente mencionada “Los miserables” también lo hacían en directo, pero eso era más un capricho del director que una necesidad de plasmar algún apunte interesante.
Dicho esto, también destaco que LaGravanese opta por el salto de imágenes en la edición para huir de la teatralidad. Es otro punto destacable, pero tampoco está del todo logrado porque en algún momento, sobre todo al final, crea cierta confusión. Por otro lado hay que destacar que el director opta por los espacios pequeños y en muchas ocasiones opresivos (más que íntimos) que no terminan de encajar con las ampulosas composiciones. Sé que está hecho a posta para señalar la intimidad, pero no casa como digo, con la música. De hecho sólo hay un momento en el que dirección y guión (música incluida) van en el mismo sentido, que es el simpático número musical “Schmuel”, que de hecho es un añadido posterior del creador de la obra, ya que fue denunciado por su ex porque la obra de teatro se parecía demasiado a su vida conyugal. Pero esa es otra historia. Este número musical realmente deja ver esa química entre personajes y es aquí en donde el realizador se siente bien y entra en el juego. Y ya que estamos, hablemos de los actores. Si miráis por ahí veréis en los títulos de crédito a un montón de gente más allá de la pareja protagonista. Olvidaos. Creo que sólo dicen una frase o dos. Todo lo demás recae en las espaldas y cuerdas vocales de Jeremy Jordan y Anna Kendrick.
Mientras el primero cumple vocalmente sin más (interpretativamente está forzado, no resultando del todo creíble, pero por lo menos es majo) es sin embargo la Kendrick la que se erige como la auténtica estrella de la función. La actriz despliega todo su carisma y buen hacer dotando su personaje de una profundidad magnífica. Cuando está dubitativa se muestra adorable, cuando está enfadada nos ponemos de su lado y cuando se presenta a audiciones su voz tiembla de nervios, pero sin parecer forzada. Esta chica ha demostrado que es ya una presencia indispensable en el cine actual, por mucho que su físico no la coloque como protagonista de ninguna superproducción. Da igual. Seguro que el Oscar le cae más temprano que tarde y bien merecido que estaría.
Hora de poner nota. Guión poco interesante y música pomposa, pero mediocre. Vamos mal. Salvamos algún punto específico y el hecho de la identificación con la trama, por muy torpemente narrada que esté. Dirección esforzada aunque insuficiente. Llevamos mala media, pero este aún suspenso se convierte en un 6 por lo esforzado de sus intérpretes y sobre todo, por la inmensa labor de Anna Kendrick.
En definitiva, una película para pasar el rato y enamorarse de Anna Kendrick. Que no es poco.
Crítica: Juan Pablo Pérez-Padial
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