El Silencio como reliquia diaria sagrada

Print Friendly, PDF & Email
0 Votos obtenidos¡Vótame!

 

-¡Bip, bip,bip,bip! – dice el despertador.

– ¡Güiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! – La cafetera.

-¡Baaaam, baaaam! – el camión a lo lejos.

-¡Quítate que llevo prisa! – el padre de familia con el auto lleno de niños.

-¡Extra, Extra! –  el chico del periódico…

 

Al ritmo de una ciudad grande éstos son los sonidos que llegan antes de un cálido:

 

– Buenos días.

Apenas amanece y antes de escuchar a los pajaritos ya estamos maldiciendo el sonido del despertador que no para.  Después si es que vives en una zona habitacional se escuchan los pasos y las puertas de los vecinos que salen corriendo a sus labores o la voz de la vecina que a gritos despierta a los niños con regaños.

Sí. Así nos estamos acostumbrando a vivir: a fuerza de gritos.

 

La contaminación sonora cada vez es más fuerte. Ahora con los nuevos dispositivos y los audífonos ultra modernos caminamos protegiendo nuestro entorno, sin pensar que al evitar los sonidos de la cotidianidad también causamos accidentes. Por ejemplo; cuando cruzamos una calle con los audífonos puestos muchas veces no escuchamos el motor de los coches que pasan tan cerca de nosotros que por milagro no hemos sufrido un accidente.

La amabilidad también se queda en nuestras casas y a veces, la prisa evita que saludemos a las personas con las que convivimos. En resumidas cuentas, cada vez vivimos en un estado de agresividad auditiva latente. Cada vez escuchamos menos y hablamos más. Los sonidos son cada vez más intensos y nuestro volumen de voz más alto. Pareciera que en algunas ocasiones pensamos que mientras más gritemos, mejor somos atendidos, o peor: que al gritar tenemos la razón.

Es esa necesidad de ser escuchado y atendido la que está interfiriendo con las buenas costumbres y también con la dedicación a unos pocos minutos de silencio y meditación, tan necesarios en este tiempo de ritmo catártico.

 

¡Qué desagradable es que te impongan la música! No importa el género, sino la imposición. En el caso de la Ciudad de México, – donde vivo-  cada vez que uno viaja por los transportes colectivos, los vendedores suben con unas mochilas con bocinas ajustadas para vender todo tipo de discos. El problema real es lo fuerte del volumen, que termina alterando a cualquiera.

Por otro lado, en nuestra labor también se presenta esta sordera intelectual ya que la necesidad de hablar y no escuchar al otro también ya es un mal hábito. A penas nos están dando un punto de vista y alegamos sin saber el final de la conversación, como si estuviéramos siempre a la defensiva. Lamentablemente ya no escuchamos.

El diálogo se resume a un “monólogo acompañado” cuando visitamos a un amigo, y si verdaderamente nos estima entonces callará aunque su mente esté en otro lado, pero el simple hecho de sentirnos acompañados ya nos sugiere que fuimos atendidos.

Para hablar de sonido, debemos pensar en ruido y para complementar el sonido también en el silencio y sus valiosas pausas.

En el teatro como en la música, el silencio es tan indispensable como el sonido. Por ejemplo; la intensidad de las pausas se vuelven dramáticas con un buen corte. Le damos permiso a la imaginación para que complete la intensión que el actor quiere que veamos y no escuchemos. Lo mismo pasa con la música, los silencios se escriben porque son necesarios, nos brindan intensidad, duda, momentos de reflexión o de éxtasis.

Entonces, ¿Por qué no intentamos buscar el silencio en nuestra cotidianidad?

 

A veces, me pregunto: ¿Es indispensable tocar el claxon del auto para avisar que llevamos prisa? Hasta donde sé, este recurso es meramente para una situación de extremo peligro, no para el capricho personal de mi prisa. A final de cuentas al tocarlo desmedidamente estoy sencillamente molestando al otro.

Es cierto, los sonidos alteran y hasta se emplean como recurso de guerra para que las personas aturdidas tarden en reaccionar. Sin embargo, vivimos en una ciudad que ya tiene sus inconsistencias cotidianas como para todavía alterarla más.

Recordemos que el silencio nos acerca más a nuestros pensamientos.

 

¿Te has escuchado últimamente?, ¿Qué te dices?…

¡Sorpréndanse un poco! Estoy segura que con un poco de amabilidad y unos buenos ratos de silencio en el día, sumarás mejores momentos.

 

Aquí los dejo con un Cuento Zen que habla sobre lo complicado de aprender sobre el silencio.

 

De lo difícil de aprender a callarse

 

Los estudiantes de la escuela Tendai solían practicar la meditación mucho antes de que el Zen llegara a Japón. Cuatro estudiantes, amigos íntimos, se comprometieron a observar siete días en absoluto silencio.

Durante el primer día, todos permanecieron callados. La meditación parecía ir por buen camino y su reto igual. Cuando acabó el día, las lámparas de aceite parecían palidecer con el día igual y uno de ellos no pudo evitar decirle a un sirviente: “Recarga esas lámparas”.

Otro estudiante se quedó paralizado al escucharlo hablar y no pudo evitar decirle: “Se supone que no íbamos a hablar”. Después un tercero lleno de cólera dijo: “Son unos tontos, ¿Por qué no se aguantaron y hablaron?”.

“Yo soy el único que no digo nada”, dijo el cuarto estudiante de meditación.

 

 

Como verán guardar silencio y aprender a escuchar es una Reliquia Sagrada.

 

Redacción: Tania Castillo

 

Sobre pandoramgzn