Cuento dominguero: En el Diván hablando de Beethoven

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Sólo Beethoven puede mandarme al diván, si quiere…
Con Rita (la terapeuta) tengo una relación muy estrecha, filosófica, vulgar, masoquista, amistosa, rival y hasta asfixiante. A veces, me pregunto: ¿Para qué le pago la terapia? Debería ser ella quien me pague por entretenerla durante años o mejor aún, publicar un libro de cuentos y juegos mentales fantásticos. Sin embargo, a ninguna de las dos se le ha ocurrido proponer esto último.
Llegué puntual a las 5 p.m. con una grabación de la Sonata 20 op. 49 (2do movimiento) de Beethoven y le propuse iniciar la sesión después de escucharla.
Ella aceptó. La música sonó. Me crucé de brazos. Se acabó.

Un silencio largo.

-Y, bien ¿Qué pasa con Beethoven?- comentó.

De un suspiro salieron mis quejas más incomprensibles como una metralleta ansiosa por la batalla.

– Sencillamente, no puede ser -dije muy indignada – Acaso, ¿no escuchas? Hay que estar más sordo que Beethoven para darse cuenta que esa pieza tan sencilla y melosa no le pertenece al genio de un maestro de orquesta maduro.

Como terapeuta no hizo ningún movimiento en el rostro y esperó a que terminara mi muy indignado malestar.
Como yo quería un debate firme y formal, parecía que no lo conseguiría por esa vía. Entonces, continué:

-Mira Rita, para la sonata 20, Beethoven ya era “Don Beethoven”, sus piezas estaban tan llenas de amargura, de acordes menores sumamente espesos y hasta cierto punto escandalosos que mostraban la nostalgia de un genio maduro. Algo así, como un beso apasionado y desesperado que ya no se esconde en las faldas de la prudencia, ¿Me explico? Entonces, creo que esta sonata sufre de una “regresión” al período aquel cuando se le quería parecer a Mozart.

Hubo un silencio grande y Rita parecía no comprender nada de lo que le decía.

– Si prestas atención, notarás que es sencilla y melosa – Continué apasionada- Algunos biógrafos afirman, que ciertas sonatas fueron compuestas como piezas de práctica para los alumnos de Ludwig, tan fáciles que ni él mismo les dio ninguna utilidad comercial. ¿Sabes? la vida de los músicos tiene esos vaivenes económicos y terminamos vendiendo material didáctico o dando clases particulares.
Lo que me resulta verdaderamente curioso es que si queremos sensibilizarnos con este “ejercicio didáctico” en Sol Mayor, parece que lo hizo para una dulce jovencita (no muy diestra en el teclado) como regalo.
-¿Te molesta que sea sencilla o que Beethoven estuviera enamorado de una jovencita? – dijo Rita.
– El tema es tan repetitivo y accesible que parece ejercicio para niños – Dije con autoridad-. Probablemente se la hizo a una alumna muy atrasada o muy tonta con aspiraciones musicales a la que le coqueteaba o que no quería exponer por su falta de habilidad en el piano.
– Bueno, ¿Qué es lo que tanto te molesta? – siguió Rita.

En ese momento sólo pensé en tres cosas: salirme sin contestar y azotar la puerta del consultorio, la segunda: volver a repetir la pieza (Creyendo que por la escasa facultad auditiva de Rita era incomprendida) y la tercera: ¡Matarla!

Bastaron unos instantes para recobrar el “aquí y el ahora”, tomar aire y proseguir:

– No me molesta que un músico se “prostituya” haciendo piezas sencillas, es algo normal en el proceso de composición. De hecho, el proceso es una línea sencilla que se va complicando con la armonía y el tiempo. En el teatro, cuando los actores no pueden entonar una estrofa, se llega a la simplicidad del tema para encontrar la habilidad del sujeto y disfrazar las débiles facultades musicales del actor. Eso está bien, es comprensible. Tampoco me molesta que sea una composición por encargo, pues supongo que de algo se tiene que vivir y toda filosofía se termina cuando hay hambre. Sin embargo, lo que me puede, lo que en verdad “me puede” es pensar que Beethoven se echara a perder enamorado.

Hubo un enorme silencio que parecía que se tragaba a todo el edificio y sólo sonaba tímidamente el reloj que marca el inicio y final de las citas. Después me di cuenta que el TIC-TAC también había sido influencia en Beethoven con su Pequeña Sinfonía 8, a la cual que él mismo describía como «desabotonada». La historia de esta composición es curiosa ya que durante una fiesta, el joven Mäzel le presentó su nuevo descubrimiento: “El metrónomo”, con el cual esperaba proporcionarle a los compositores una forma de indicar el tempo con exactitud y proporcionar a los intérpretes una ayuda para una ejecución regular. Beethoven aplaudió la idea alegremente y de inmediato se lanzó al teclado con una melodía espontánea basada en el «ta ta ta» del instrumento de Mäzel.

Todo eso me pasó como ráfaga por la cabeza cuando recordé que estaba en sesión y que no podía desperdiciar mi tiempo en silencios. Decidí seguir:

– Sí, creo que es ese detalle, el del enamoramiento, es justamente donde siento un alacrán venenoso en los calzones. Creo que, así Ludwig se perdiera deseoso por una manca, una artrítica o una ciega que no pudiera leer una partitura; uno jamás debe perderse a sí mismo por “otro”. De otra forma si la jovenzuela fuera una admiradora ferviente, y él, en halago hubiera hecho méritos por devolver el afecto, no es para perder el estilo ni la personalidad.
No cabe duda que el amor puede llevarte a los extremos universales.
Pero, Beethoven al final de su vida se quedó solo a causa de su misoginia. Siempre creí que había optado a la soledad antes de poner su arte de por medio. Es cierto, por amor, uno entra en delirio, se cometen las tonteras más grandes y lo peor uno se distrae con facilidad. Pero aún así; ¡Uno no pierde su sello por un par de piernas!

Me calme. Bebí un sorbo de agua y quise repasar mis viejas lecciones de historia justificando al músico de Bonn diciendo:

– Aunque el período romántico todo es catarsis y exceso hasta cortarse una oreja o tirarse al Rhin manifestando la locura más ocurrente. Aún así, no puedo creer que por una cara bella un genio eche a perder su arte. Me aterra pensar que por pasiones tan primitivas uno caiga en las cosas más triviales. – Contesté con mi más profunda tristeza-. Dejar el genio en los cajones por el amor, el sacrificio, el capricho y la estupidez no se los concibo a mi ídolo de Bonn y menos cuando él escribió:
“¡Actúa en vez de suplicar. Sacrifícate sin esperanza de gloria ni recompensa! Si quieres conocer los milagros, hazlos tú antes. Sólo así podrá cumplirse tu peculiar destino”.

Rita dejó de apuntar y me miró fijamente con esa cara atenta y sin gestos -que tanto odio- para decir:
– Por amor, ¿Tú nunca lo harías?

Parecía que Rita en todo ese rato no me había escuchado. Mi catarsis llegó al límite. Me paré del diván, tomé mis cosas y azoté la puerta. Sólo escuché que gritaba:

-Nos vemos el próximo miércoles a la misma hora…

Rita y yo tenemos una relación de once años, a la misma hora, el mismo lugar y sigo preguntándome: ¿Por qué le pago la terapia? …

 

Redacción: Tania Castillo

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