Con el culo al aire

Manhattan es el lugar ideal para hacer negocios. Este distrito de Nueva York es conocido por sus rascacielos y sus vistas espectaculares. Aunque el concepto de espectacular varía mucho de […]
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Manhattan es el lugar ideal para hacer negocios. Este distrito de Nueva York es conocido por sus rascacielos y sus vistas espectaculares. Aunque el concepto de espectacular varía mucho de un lugar a otro, o eso al menos deben de pensar los ciudadanos que pasean por la 848 de Washington Street. A la altura de la calle 13 estos se detienen absortos mirando hacia el infinito y más allá ¿Por qué de esta reacción? ¿Acaso han visto un pájaro? ¿Un avión? ¿A Superman?

Pues no, es un señor que esta cagando.

Literalmente, porque en esa zona se encuentra el exclusivo Hotel High Line del grupo The Standard de acristaladas y luminosas habitaciones… incluyendo el baño. O al menos el de la planta dieciocho, en la que el trono está expuesto a la mirada de todos los curiosos que posean una buena vista  o prismáticos. Eso sí que es pillar a la gente con el culo al aire.

Para los más pudorosos, siempre pueden bajar al bar de la primera planta y utilizar los servicios, pero cuando viene el apretón y estás a tanta altura no sé yo si llegarían a tiempo. Sólo espero que el público presente abajo sea agradecido, y cuando los usuarios tiren de la cadena aplaudan. Todavía no he visto hoteles en España que den ese espectáculo, pero si puedo decir que es una práctica habitual en el Congreso de los Diputados. La diferencia con Manhattan es que aquí no les vemos el culo a los señores parlamentarios, pero antológicas sí que son las cagadas que meten cada vez que deciden votar algo.

Desconozco quien fue el arquitecto del High Line, pero ha sabido escarbar en uno de nuestros más bajos instintos: el voyeurismo ¿Quién no lleva uno dentro? Con más o menos discreción, pero a todos nos gusta mirar sin ser visto. A veces por curiosidad malsana, otras veces por morbo y en las más por pura perversión.

El verano es la época idónea para ello, ya que los hombres somos mucho más mirones que ellas… especialmente en la playa. Y es muy fácil reconocernos, porque acostumbramos a estar de frente, posición medio erguida con los codos apoyados en la arena, gafas de sol y mirada hacia la línea del horizonte. Si si…horizonte. Hace rato que estamos  haciendo barridos por la playa con los ojos buscando a chicas dignas de merecer o en topless. Lo peor es ir acompañado de tu pareja, porque ella lo sabe y va a estar bien atenta hacia que horizonte miras. Más de uno le dirá a su chica «no cariño, te juro que no la estaba mirando, ha sido al cruzar la vista y he visto por pura casualidad a esa del tanga negro y turgentes pechos…yo no…» perdona que te diga guapo ¡PERO TU Sí QUE MIRAS! Reconoce que te ha pillado, pon cara de Rey abochornado  y di aquello de «Lo siento mucho; me he equivocado y no volverá a ocurrir» verás cómo te perdona. Si ha colado esa excusa a cuarenta millones de españoles, ¿por qué ella iba a ser diferente?

Y es que al voyeur le da igual que la chica sea joven, sea cuarentona o una mujer de la  tercera o cuarta edad. Lo que cuenta es que vaya en tanga, bikini, bañador o sotana. Recuerdo una ocasión en la que estaba en la playa con mi mujer, y al lado había un señor jugando a la pelota con su hijo de cinco o seis años. La pelota ya se sabe que va botando a donde le da la gana, y como estábamos cerca caía a nuestro lado. El hombre muy correcto, se acercaba y se disculpaba tras recoger la pelota. Hubiera sido una anécdota si no fuera porque la pelota continuamente caía al lado de la toalla de mi mujer. Una y otra vez. Yo también soy hombre y al final lo que me di cuenta es que cada vez que se agachaba, echaba una mirada furtiva a mi esposa para asegurarse que ella tenía dos pechos al igual que la suya.

La verdad es que me daba pena el hombre y a punto estuve de pedirle su número de móvil para enviarle por WhatsApp una foto de sus tetas  para que comprobara que también tenía dos. Que tanto verlo sufrir del esfuerzo hacía que me sintiera mal.

Aunque la idea era otra… esperaba tener la suerte de que su mujer le pillara el móvil con la foto y verlo explicar aquello de «cariño, si yo no estaba mirando…»

 

Autor: Miguel Soria López

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