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Título: Oslo, 31 de Agosto (August: 31st of August)
Director: Joachim Trier
Guión: Joachim Trier, Eskil Vogt
Reparto: Anders Danielsen Lie, Hans Olav Brenner, Ingrid Olava, Øystein Røger, Tone Beate Mostraum, Kjærsti Odden Skjeldal, Johanne Kjellevik Ledang, Petter Width Kristiansen
Duración: 95 minutos
Año: 2011
País: Noruega
Música: Ola Fløttum
Fotografía: Jakob Ihre
Género: Drama
Productora: Motly
Distribuidora: Abordar Casa de Películas
Un fracasado de 34 años, así se siente Anders. Malas elecciones y no haber sabido aprovechar mejor el tiempo y las oportunidades que le brindaron la vida. Un inteligente y culto ex–drogadicto que podría haber llegado a más y haberse ahorrado el sufrimiento que recibieron aquellos que le quieren y le aman.
Con casi tres años de retraso y abordando temas delicadísimos llega a nuestras pantallas “Oslo, 31 de Agosto” que acaba convirtiéndose en un viaje, aún sin arriesgar demasiado, lleno de una belleza tan cautivadora como asfixiante. Lo consigue, sobre todo, gracias a la magnífica elección de contar la historia en una ciudad como Oslo, preciosa hasta lo más delicado pero a la vez oscura hasta lo más decadente. Y así, en ese lugar, es donde nos presentan a Anders acompañado, por supuesto también, de una doble lectura. Por un lado, la del fracasado que acepta la derrota y no para de recrearse en hechos del pasado y, por otro, la del joven eufórico (muy a chispazos) que mira hacia adelante y se plantea un posible futuro.
Aunque en ocasiones es reiterativa en elementos ya sabidos por el espectador desde el arranque del metraje, se las ingenia, poco a poco, para alejarse del adoctrinamiento sin pretensiones de aleccionar a nadie sobre lo jodidas que pueden llegar a ser las adicciones. Es decir, que cuando parece que la depresión del protagonista va a comerse la historia, el director, sabiamente, la encauza reconduciéndola por buen puerto enlazando escenas tan inspiradoras e interesantes como la del protagonista escuchando y/o imaginando a todo aquel que le rodea alrededor de las mesas de un bar. Todas y cada una de las conversaciones hacen de esa escena un momento mágico e inolvidable.
En este pausado filme noruego el tema, duplicado en dos universos que coexisten al mismo tiempo, es constante y nuestra visión de ello dependerá del estado de ánimo con el que entremos a la sala puesto que es una historia dura y, aunque en muchas ocasiones muy de manual, no apta para el público más aprensivo.
No puedo acabar sin hacer mención a la belleza de otra gran escena, la de la marcha de cuatro personajes en bicicleta rociando la calle de nubes de extintor, simplemente preciosa, muy nouvelle vague oigan.
Crítica: Antonio Garrido
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