La Leyenda de Los amantes que intercambiaron abanicos

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El abanico es un objeto que está presente en muchas culturas, tanto en Oriente como en Occidente. Ayuda a soportar el calor del verano, se utiliza en las danzas, goza de un lenguaje propio y es también un compañero íntimo de las mujeres que ayuda a ocultar sonrisas y miradas tras su precioso diseño.

El primer abanico plegable se creó en Asia en el siglo VII (se desconoce si fue en Corea, Japón o China), pero no fue hasta el siglo XV que llegó a Europa gracias a los portugueses que habían abierto nuevas rutas comerciales hacia Oriente.

En China y en Japón el abanico expresaba el estatus social de las personas. Por ejemplo, en el Período Heian (794-1185), según unas normas, el número de varillas de madera indicaba el rango de una persona, y los diseños más lujosos eran de uso exclusivo de la familia imperial. Con el tiempo, el uso del abanico se convirtió en un arte femenino, aunque los hombres también los seguían usando.

La leyenda que hoy traigo a la sección trata sobre dos amantes, Asago y Komagawa, que intercambiaron sus abanicos como símbolo de su amor y su compromiso. Esta es su historia.

Nota: la versión que traigo de esta leyenda está basada en la narración que Frederick Hadland Davis (un importante estudioso inglés experto en cultura y filosofía del Extremo Oriente) escribió a principios del siglo XX. Dicha narración está recogida y compilada junto a otras historias en el libro Mitos y leyendas de Japón (editorial Satori).

 

‘Los amantes que intercambiaron abanicos’ o ‘Los amores de Asago y Komagawa’

En una noche de verano Komagawa Miyagi, vasallo de uno de los daimyō (señor feudal),  que paseaba por un suburbio de Kyoto, decidió alquilar una barca. Mientras remaba por el río observaba a un grupo de jovencitas ataviadas con kimonos muy coloridos que jugaban a atrapar luciérnagas. Komagawa vio que una de ellas tenía problemas con su barca, así que decidió ir en su ayuda. Pero nada más verla se enamoró perdidamente de ella. Y ambos, bajo los efectos del amor, se acercaron a un tramo del río para tener más intimidad y una vez allí se entregaron al amor.

Siguiendo una antigua costumbre, los amantes intercambiaron sus abanicos como si de un compromiso se tratase. El abanico de Miyuki –que así es como se llamaba la joven- tenía el dibujo de una campanilla, y Komagawa, al verlo, escribió un poema sobre esa flor en el suyo y se lo entregó a la mujer que amaba. Y de este modo ambos intercambiaron promesas de amor a través de sus abanicos. La campanilla, que estaba tanto dibujada como en verso, se convirtió en el símbolo de su amor y de su compromiso.

La pareja se separó pero volvieron a reencontrarse días después. En sus botes se intercambiaron palabras dulces y amorosas y luego regresaron de nuevo a sus hogares. Pero Miyuki, al volver a su casa, se encontró con una sorpresa: sus padres le habían concertado matrimonio con un hombre al que nunca había visto. A Miyuki se le partió el corazón, ya que debía obedecer a sus padres. Por eso se prometió a sí misma que haría lo necesario para complacer a sus progenitores. Pero una vez tumbada en su futon la imagen de su amado volvía una y otra vez a su mente. Así que la joven tomó la decisión de marcharse de casa e ir a la ciudad vecina en busca de Komagawa. Pero cuál fue su mala suerte que al llegar allí el joven ya había partido sin nadie saber a dónde.

La decepción y la tristeza de Miyuki fueron tan grandes que estuvo llorando durante días y noches, quedándose completamente ciega a causa de las lágrimas. No dejó de llorar hasta que cayó en la cuenta de que para sobrevivir y no morirse de hambre debía ganarse la vida de algún modo. Y así fue cómo empezó a cantar en las calles y en las casas de té acompañando su hermosa voz con el sonido de un shamisen. Pronto se hizo famosa en la ciudad y la gente que la escuchaba se conmovía y se echaba a llorar sin saber por qué. La joven ciega siempre entonaba el poema de la campanilla que su amado Komagawa le escribió en el abanico, y debido a esto la gente empezó a llamarla Asago, que significa campanilla.

Los años pasaron y Komagawa, acompañado de Iwashiro Takita, partieron de viaje por órdenes del daimyō. A medio camino se detuvieron a descansar en una casa de té, y en una de las habitaciones estaba escrito el poema de la campanilla. Al verlo Komagawa le preguntó al maestro de la casa de té sobre el poema y éste le contó la siguiente historia:

<<Es una historia muy triste la que os voy a contar, señor. El poema lo canta una mujer ciega y pobre que huyó de su casa porque no podía casarse con el hombre que sus padres habían elegido para ella, puesto que su corazón pertenecía al hombre que en secreto amaba. Y con la esperanza de encontrarlo algún día ella canta este poema de ciudad en ciudad sin dejar de buscar. En estos momentos ella está en el jardín.>>

Komagawa, después de escuchar la historia, pidió al maestro de la casa de té que trajera a la dama ciega, y minutos después Asago estaba frente a él tocando el shamisen y cantando:

 

Cae la lluvia plateada y la pobre campanilla se moja.

Dulce rocío en sus hojas y flores que el sol celoso le arrebata.

 

Komagawa escuchaba atentamente el canto triste de la dama ciega, deseando hablar con ella. Pero se contuvo y guardó silencio debido a que su compañero Iwashiro aún permanecía en el cuarto. Finalmente, Asago terminó su actuación y Komagawa, con el corazón roto, le pagó y la despidió. Al salir de la habitación Asago sintió un dolor en el pecho. La voz de aquel hombre la había conmovido y no sabía por qué.

Al día siguiente, Komagawa le pidió al maestro de la casa de té que le entregara a Asago su abanico y una bolsa con dinero, y acto seguido partió con su compañero y siguieron con su viaje. El maestro, siguiendo los deseos de su cliente, se lo entregó todo a la dama ciega y ésta al palpar el abanico preguntó:

<<¿Quién me ha entregado este abanico y el dinero? ¿En el abanico hay dibujada una campanilla?>>

El maestro le contestó:

<<El hombre para el que cantaste la noche pasada me ha pedido que te lo entregara. Y sí, en el abanico hay una campanilla.>>

Asago llena de alegría supo que finalmente se había reencontrado con su amado. Pero en ese preciso instante de felicidad, un criado de la casa de ella irrumpió en la habitación diciendo que le habían enviado sus padres para traerla de vuelta a casa. Pero la joven, al volver a tener nuevas esperanzas, se negó a regresar a su hogar. Y el maestro de la casa de té, al descubrir quién era Asago, tomó una decisión crucial que afectaría al desarrollo de los acontecimientos. Resultó que el maestro había trabajado para el padre de la joven en el pasado, pero cometió un error, tan grave que se debía castigar con la muerte. Sin embargo, el padre de Asago se apiadó de él y lo despidió de la casa entregándole una bolsa con dinero para que pudiera empezar un negocio. Durante todo este tiempo el maestro de la casa de té había estado reflexionando una y otra vez sobre los acontecimientos pasados y en la amabilidad de su señor, y ahora por fin llegó el momento de devolver esa amabilidad: como agradecimiento resolvió hacerse el seppuku para que así Asago, la hija de su antiguo señor, pudiese recuperar la vista al comerse su hígado.

 

Y de este modo el valiente maestro puso fin a su vida y Asago recuperó la vista. Inmediatamente la joven partió en busca de su amado Komagawa acompañada de unos cuantos criados. Recorrió senderos y caminos, se desató una terrible tormenta pero ella no sentía dolor alguno, ya que su amor y sus esperanzas le daban más fuerzas para seguir resistiendo. Al amanecer, mientras ascendía una montaña, la joven escuchó que alguien susurraba su nombre. Era Komagawa.

Finalmente los dos enamorados pudieron reencontrarse después de tanto tiempo, ya no se separarían nunca más. Ambos habían sido fieles a su compromiso estampado y sellado en sus abanicos tiempo atrás, y Asago por fin pudo sentir el abrazo de su amado Komagawa igual que las campanillas sienten el rocío y los rayos del sol.

 

Redacción: Mariona Rivas Vives

 

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