Hoy despedimos una semana que permanecerá para siempre en nuestra mente. Todos recordaremos qué estábamos haciendo cuando conocimos la noticia. Esa noche del 24 de julio de 2013 nuestro corazón se detuvo, permanecimos pendientes de la televisión, de la radio, de las redes sociales… cualquier medio era bueno para informarnos de lo que estaba sucediendo en aquella vía de tren.
En ese afán de informar, diversos medios de comunicación dieron un paso más allá emitiendo imágenes de los fallecidos en el lugar del accidente, de los heridos, y posteriormente del dolor de los familiares. Así pudimos ver en la primera página de un periódico de tirada nacional la desolación en la cara de un hombre que había perdido a un ser querido.
Todo ello, supongo que al igual que a muchos de vosotros, me ha hecho reflexionar hasta qué punto es legítimo llevar el derecho a informar, en qué momento se pasa de la información al morbo y al mal gusto.
Intentando ponerme en la piel de las víctimas y de los familiares, sé que no me agradaría ver reflejada en la televisión mi imagen como víctima, ni la tristeza de mis familiares, porque tanto el luto como el dolor son sentimientos que tienen y deben vivirse en privado, no ser retransmitidos en directo. No aportan información a la noticia. Lo único que hacen es aumentar el sufrimiento de las víctimas. Por ello las grandes cadenas de televisión y medios de prensa escrita deberían hacer una auto-crítica, porque no todo vale, y menos en estas circunstancias.
No debo ni quiero olvidar, la labor de esos vecinos, de aquellos que se personaron en el lugar y voluntariamente colaboraron con las fuerzas de seguridad y equipos de salvamento, esos ciudadanos que bien entrada la noche se dirigieron a los hospitales para donar sangre, esas personas que muestran cómo es realmente la sociedad española, y qué es lo realmente importante en estas situaciones: la solidaridad.
Descansen en paz las víctimas.
Redacción: Begoña Rodríguez
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