Ojo. La Mala Rodríguez tiene nuevo disco. La Mala, esa que parece que lleva una vida sentada en su trono, oteando el panorama musical desde la cómoda distancia de saberse la principal figura del rap femenino en nuestro país. La Mala, ese grano en el culo, esa paja en ojo ajeno, sigue manteniéndose fiel a una impronta tan personal que asusta. No necesita presentación alguna, ni justificaciones banales a la hora de defender unas letras repletas de sentimiento y excretadas directamente desde sus vísceras.
Bruja es su quinto disco de estudio, trabajo en el que se aprecia una mayor crudeza, un estilo más oscuro pero igualmente reconocible. Manteniendo intactas las características que han conseguido auparla a lo más alto del panorama hiphopero patrio tras el ya lejano Lujo Ibérico, disco de debut que ya tiene la friolera de 13 añitos. Tiempo en el que María Rodríguez no ha hecho sino crecer. Guiños al UK-Garage, un sonido que recuerda por momentos al trabajo de DJ Shadow, pianos, baladas que hablan del desamor desde la crudeza óptica necesaria de la crudeza, ramalazos reggae (Quien manda) y auténticos artefactos incendiarios cuyas letras son críticas con la situación desoladora que vivimos por estos lares.
Las colaboraciones vocales de Shotta (en la citada Quien Manda), Canserbero (Ella) o Sefyu (Caliente), amén de un racimo de productores, aportan un abanico de sonidos heterogéneos, y aún a pesar de eso engarzados de tal modo que jamás se pierde la esencia de la artista gaditana.
La Mala se desgarra (atención a la inmensa 33) pero se levanta. Las cloacas vomitan humo (como en el redondo corte titulado La Rata), pero a ella poco le importa. Te cabalga impasible e implacable, te da a probar su sudor. Alejada del misticismo, con los pies en el suelo pero sin miedo a volar, haciendo de la cruda realidad la línea más recta entre dos puntos. Recarga su ametralladora con metáforas concisas, directas a la yugular. Escupe en el suelo y espera el segundo round, consciente de que este combate lo sigue ganando sin necesidad de despeinarse. Y a ver quién se atreve a quitarle el cetro.
Crítica: Chris Val
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