Esta es la historia de cómo una lesión privó a cierto señor de convertirse en una gran estrella del fútbol americano. Negro, muy grande, y muy dotado para el deporte. De cómo el cáncer de su madre le hizo replantearse su existencia. De cómo sus huesos acabaron dándose de bruces con las semicorcheas y los silencios. Y de cómo los vaivenes de la vida acaban cristalizando en uno de los discos más redondos del año. Nada más y nada menos que bajo la estela del sello más emblemático del jazz, Blue Note. Donde los grandes se hicieron aún más grandes. Un lugar destinado a las leyendas. A los inmortales.
Algunos le halagan diciendo que es la mejor voz de jazz del momento. Él sonríe, con su gesto de gigantón afable. Le comparan con Nat King Cole, y menta otras influencias, como Marvin Gaye, Donny Hathaway o Gil Scott- Heron. Da igual con quién le compares. Da igual tan siquiera que te guste el jazz vocal que supura por cada uno de sus poros. Es indiferente hasta que te guste o no la música, que en toda tu vida sólo hayas escuchado en un par de ocasiones a José Luis Perales. Nada importa. Porque en cuanto este disco se reproduce, la parálisis es inminente.
Liquid Spirit es su tercer disco en tres años, después de los brillantes Water y Be Good. Pero nos hallamos aquí ante una obra universal, con pianos exquisitos, gran saber hacer en los arreglos y un cuidado gusto por la perfección formal. Quince canciones y un bonus track, todo bien engrasado, funcionando a modo de pretexto para que el bueno de Gregory se arranque a cantar. Una voz tan limpia que no parece humana. Un timbre que estampa sobre tu cara setecientos kilos de ganas de vivir. Ramificaciones de elegancia con racimos de Soul y R&B. Y verás el golpe en cámara lenta, como se acerca inexorablemente a tu rostro. Y no intentarás esquivarlo. No lo harás, amigo.
Ser categórico en el mundo del arte es ridículo, pero apostaría la poca dignidad que tengo a que este disco te va a gustar. A la fuerza. El mes pasado estuvo recorriendo parte de la geografía española. Y para quien no pudimos disfrutarlo, nos queda el consuelo de escuchar en bucle un disco eterno, de los que deja huella.
Crítica: Chris Val
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