«Una historia de verano-ficción», un relato de Luis Miguel Morales Peinado

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Mirábamos nuestras pantallas. Tumbados. La brisa comenzaba a ser un poco molesta; no porque su velocidad fuese en aumento, no, sino porque  era cada vez más y más caliente. De vez en cuando unos granos de arena quemaban mi espalda. Era mi sobrino. Había decidido hacerme el loco, no conseguiría nada regañándole, lo tenía comprobado. Pronto se cansaría de que le ignorase y pondría su punto de mira en otra víctima. En María.

La gente comenzó a marcharse. La hora del aperitivo. Algo de horizonte fue apareciendo ante mis ojos al desaparecer las sombrillas que me habían ocultado la cercana presencia del mar, del que algunas noticias me llegaban por el rumor que, en alguna ocasión, entre los gritos y las risas, lograba alcanzar mis oídos. Fue cuando comenzó el revuelo. El vecino de arriba de la izquierda casi me mete el móvil en la boca con su pie al incorporarse para ver lo que ocurría, aunque pude esquivarlo con un rápido movimiento de mano. No tuve más remedio que levantarme. María se quedó tumbada; parecía dormida.

-¡Ven, Pedrito!

Algo ocurría en la orilla y nos dirigimos hacia allá. No podía distinguir nada entre tanto cuerpo arremolinado.

-¡Tío! ¿Me subes sobre tus hombros y te cuento lo que veo?

De inmediato, agarré a Pedrito por debajo de las axilas y lo alcé hasta que reposó su culo en mi cuello. No hice caso al clac de mi quinta vértebra.

-¿Qué ves?

-No sé. Un señor está en la orilla, sentado. Mirando fijamente una máquina que tiene en las manos.

-¿Una máquina? ¿Qué máquina?

-No sé, nunca la había visto. No tiene pantalla, ni luces. Parece que la va a partir por la mitad… No, no… La ha separado en dos partes, sin terminar de romperla, y la ha vuelto a unir… No deja de mirarla. La vuelve a separar…

La sirena que paró sobre la carretera obligó a nuestras cabezas a volverse hacia ella. Enseguida llegaron los dos policías que acababan de bajarse del coche. Se abrieron paso entre la multitud.

-¿Qué pasa, Pedrito? ¿Qué pasa?

-Le han quitado la máquina y le han puesto unas esposas.

Vi cómo se lo llevaban. Pasó delante de mí. Sus ojos se cruzaron con los míos y sentí un escalofrío. Nunca había visto a un hombre con esa mirada tan serena. Uno de los policías que lo llevaban dejó caer la máquina de la que me hablaba mi sobrino a la arena. La recogió del suelo y se la llevó. La reconocí; en unas imágenes del abuelo Antonio que guardaba en mi ordenador. Mi padre me las pasó cuando era pequeño y me dijo que nunca debía enseñárselas a nadie, que era peligroso:

-¿Ves esto que guarda mi padre entre las manos? Se llamaba libro. Ojalá algún día puedas tener uno entre tus manos.

 

 

 Autor: Luis Miguel Morales Peinado

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