Al principio duele, pero solo al principio. Después ese dolor se hace más soportable y ávido convirtiéndose en una droga. Deseas que tu adversario te golpee más y más, una y otra vez, cada golpe es más débil que el que llegara porque la dosis debe ser mayor, quieres que sea mayor.
Eso te hace más fuerte, más inmune al sufrimiento y después nada importa, da igual otro golpe, da igual sentir el crujir de los huesos, da igual sangrar, da igual… ahora es tu turno.
Así es como la tinta entra en la hoja, a golpes de alegría o sufrimiento, de amores o muertes,… de sentimientos.
Cada libro es una guerra, cada historia un combate, cada palabra una herida, cada letra un mazazo.
Mi pluma es la lanza mi tapa el escudo.
Tu adversario es su dueño, su hijo un mercenario.
Cicatrices dulces de lágrimas amargas, sonrisas amplias en bocas desencajadas.
Con esto te encontraras si batallas conmigo y solo tú decides si llegar hasta el final y sentir en tu cuerpo mi muerte en la piel.
Léeme porque alguien te está ofreciendo parte de su alma y tú te apoderas de ella.
Ábreme y viviere una vez más, no lo hagas y moriré en el olvido.
No es esa muerte la que da la victoria, no es honrosa ni noble.
Sobre tierra blanca derramare mi salvia para que me concibas, porque no tengo a ningún Geppetto para ser Pinocho. Aunque del mismo lugar provienen lo que acaricias con tus manos cuando me tienes.
¿No lo estás viendo?
Cada noche cuando tus ojos se cierran ante mí yo caigo abierto entre tus pechos, siento tu respiración, desearía abrazarte y no puedo.
Qué otra cosa puedo hacer si no luchar para que mis estocadas hechas palabras te lleguen al corazón, es por llegar a ti, por preguntarte,… ¡No si me amas!, hay tantos trovadores queriendo ser guerreros esperando dormir en tu alcoba.
Es por llegar a ti y decirte… léeme, deseo luchar a tu lado.
Vivirás mil vidas si lo haces.
Miguel Ángel Comín Guardia
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